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"En 10 años, los kioscos de diarios van a desaparecer": canillita, el oficio en peligro de extinción

En diálogo con MDZ, Juan Carlos Mazzei cuenta cómo comenzó el oficio de canillita, la evolución a lo largo del tiempo y los desafíos actuales.

Juan Carlos Mazzei en su kiosco de diarios, en Corrientes y Medrano. Foto: Lucía Simoncelli.

Juan Carlos Mazzei en su kiosco de diarios, en Corrientes y Medrano. Foto: Lucía Simoncelli.

“¿Mañana no trabajas, no Carlitos?”, preguntó un hombre canoso, de aproximadamente 60 años. “No, no trabajamos”, contestó, del otro lado del kiosco de diarios, Juan Carlos Mazzei, con un color de pelo y rango etario similar. “Y bue, es uno de cinco días del año que estamos cerrados”, agregó. Y es que “mañana” es 7 de noviembre, fecha en la que se festeja el Día del Canillita.

La celebración es en dicha fecha por el fallecimiento del escritor uruguayo Florencio Sánchez. En uno de sus libros, Sánchez cuenta la historia de un joven de 15 años que vendía diarios para ayudar a su familia, cuyas piernas (las “canillas”) largas y flacas quedaban expuestas gracias a los pantalones cortos que usaba. La obra y la expresión se popularizaron tanto que esta última terminó usándose como el apodo para las personas que ejercían el oficio.

Sin embargo, es indudable que los tiempos cambiaron rotundamente, que el diario en papel se consume cada vez menos y que el oficio que se festeja este viernes se encuentra, lisa y llanamente, en peligro de extinción. “Cada vez hay menos afiliados. Acá (Ciudad de Buenos Aires) llegó a haber casi 18.000 puestos de diarios, hoy deben ser 5.000 como mucho”, cuenta Juan Carlos a MDZ, con cierta tristeza. “O sea, se están reduciendo cada vez más”, remata.

Un oficio de familia

Hace 40 años que Juan Carlos compró el kiosco ubicado en Avenida Corrientes al 4000, casi llegando a la esquina de Medrano, en el barrio porteño de Almagro. Aprendió el oficio de la mano de su papá, Pedro Ángel, inmigrante italiano que comenzó a vender diarios en los ventanales de los bares y cafeterías hasta que compró su propio puesto en el año 1964, muy cerca del que tendría su hijo posteriormente.

Desde el lado del “mostrador” del kiosco, empapelado con muchos diarios, revistas, afiches y anuncios desgastados por el tiempo, Mazzei descuelga un almanaque decorado con fotos de su mujer Alicia, su hija y su papá, este último atendiendo el local. “Siempre lo tengo presente”, comenta. “Él se levantaba muy temprano para trabajar y yo tenía ganas de estar con él. Con mi hermano nos peleábamos para acompañarlo los fines de semana, que no teníamos escuela”, recuerda.

dia del canillita II
El almanaque que tiene Juan Carlos de su familia. Foto: Lucía Simoncelli.

El almanaque que tiene Juan Carlos de su familia. Foto: Lucía Simoncelli.

En ese entonces, debían trasladarse desde San Telmo a las cuatro de la mañana para recibir los diarios y luego salir a repartir. Era tal el hábito que, a veces, los colectiveros se quedaban en la parada esperándolos unos minutos si es que se habían atrasado para que no perdieran el viaje.

La situación, sin embargo, se volvió más práctica unos años después, cuando la familia se pudo mudar a Almagro con el dinero que había recaudado su papá. “Era un buen negocio, porque había cambiado la norma y ya para ese entonces podías devolver los diarios y revistas que no se habían vendido, además de que se pagaba muy poco por la vía pública”, explica.

Acto seguido, un hombre se acerca y pregunta por qué está cerrada la sucursal del Banco Provincia, ubicada a unos pocos metros. “Día del bancario, no hay bancos hoy”, contesta. “Es lo único que vienen a preguntar. Eso y dónde están las paradas de los colectivos”, se ríe.

El progresivo final del papel: internet y el golpe final en pandemia

Al igual que su papá, Juan Carlos tuvo, al principio, un buen pasar. “Yo le decía a mi mujer ‘dejá de trabajar, con lo que gano estamos bien’. Qué bueno que no me hizo caso, porque ahora se revirtieron los roles”, dice.

Y es que en ese momento, en un domingo cualquiera, Mazzei vendía tranquilamente 500 diarios. Asimismo, según los reportes del Sindicato de Vendedores de Diarios y Revistas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, citados en esta nota de MDZ, en las décadas de los '80 y '90 se vendían 4 millones de diarios por día. “Ahora no llego a vender 45”, contrarresta.

El paulatino proceso de extinción comenzó con la expansión de la televisión. En un principio, había muy pocos canales abiertos y en los kioscos se vendía la Guía de TV y la Revista Radiolandia. Pero luego llegó el cable y la multiplicación de los noticieros. A eso se le sumó la llegada del Internet en los 90: la baja en la venta de diarios comenzó a notarse a los pocos años.

Sin embargo, hubo un fenómeno que aceleró muchísimo el declive del papel: la pandemia. “Mucha gente pensó que el papel, al pasar por varias manos, contagiaba”, explica Juan Carlos. “En su momento, muchos clientes me contaban que leían el diario a las cuatro o cinco horas de haberlo comprado porque le tiraban lavandina o alcohol y tenían que dejarlo secar al sol”, detalla.

Luego del confinamiento y el uso que se le había dado a los servicios on demand y las redes sociales, las ventas jamás volvieron a recuperarse. Ahora, los diarios vienen con menor información y a un mayor precio, aproximadamente $5.000 los domingos. La situación de las revistas es similar: los costos varían entre $6.000 y $7.000. El reparto, que antes tardaba una hora y media, actualmente se hace en menos de la mitad del tiempo.

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Juan Carlos en diciembre de 2010. Foto: Lucía Simoncelli.

Juan Carlos en diciembre de 2010. Foto: Lucía Simoncelli.

“Yo calculo que en menos de 10 años van a desaparecer”, dice Mazzei, con respecto a los kioscos de diarios. “O a lo sumo quedarán, como ocurre en otras partes del mundo, como un local que vende otras cosas y suma algún que otro diario o revista. Pero ya desde el sindicato hablan de que nuestra actividad tiende a la desaparición”, agrega. Luego, le aclara a otro señor que ese día el Banco Provincia estaba cerrado.

La necesidad de reinventarse

“¿Cuánto está este avioncito? El de la segunda guerra”, consulta un hombre, preso de los pedidos de su hijo sentado en el cochecito. “Uy, esperame, que tengo que escanear el código porque no está escrito”, contesta Juan Carlos mientras desbloquea su celular. Una vez dicho el precio, le dicta su alias al cliente para que le pague con transferencia.

“Lo de los juguetes se implementó con el asunto de internet”, explica. “Fue bajando la venta de diarios y desde el sindicato le buscaron la vuelta para que se pudiera vender una revista y de regalo te lleves un juguete”, amplía. En promedio, vende aproximadamente 20 por día.

“Lo que podemos hacer es reemplazar el diario por otras cosas, porque con el diario ya uno no se puede sostener”, argumenta y menciona aquellos kioscos que ahora comenzaron a vender café, peluches y muchos otros artículos. “Lo que pasa es que va a llegar un momento en el que nos vamos a empezar a pelear con el vecino, con el dueño del local, porque ellos pagan alquiler e impuestos y nosotros prácticamente nada”, indica.

Una especie de gabinete psicológico

En unos meses, Juan Carlos cumpliría 64 años y estaría a un año de jubilarse. Sin embargo y a pesar de todo, “si Dios me da salud, voy a seguir acá, no me quiero jubilar”, asegura. “Aún cuando no tengo que trabajar, me levanto temprano igual, porque me duele el cuerpo de estar tirado en la cama”, agrega.

“Yo amo esta profesión, por suerte me ha dado mucha satisfacción. La gente se acerca, se queda charlando y uno se relaciona. No digo que sea un gabinete psicológico, pero mucha gente termina contándote sus problemas. Y ahí se me pasa la mañana volando”, dice.