El "Huevo de Invierno" rompe todos los récords, reaviva la leyenda Fabergé y desafía al arte contemporáneo
Christie’s subastó el "Huevo de Invierno", de Fabergé por US$ 30 millones y reavivó la discusión sobre qué es arte y qué es puro lujo.
El huevo récord.
GentilezaEste 2 de diciembre de 2025, la casa de subastas Christie's en Londres vendió el "Huevo de Invierno" creado por Peter Carl Fabergé en 1913. El precio final: £22.9 millones, aproximadamente US$ 30.2 millones. Es la cifra más alta jamás pagada por una pieza de Fabergé, muy por arriba del récord anterior “El huevo de Rothschild”, vendido en 2007 por £8.9 millones.
El “Huevo de Invierno” no sólo destaca por su precio, sino también por su historia
Fue encargado por el zar Nicolás II como regalo de Pascua para su madre, la emperatriz viuda María Feodorovna. Tras la Revolución rusa fue confiscado por el gobierno soviético, vendido a un comerciante británico —la firma Wartski— en los años 20 o 30; pasó luego por distintas colecciones en Reino Unido, desapareció de los registros en 1975, y fue “redescubierto” en 1994. En ese momento Christie's en Ginebra lo vendió por 7,26 millones de francos suizos (unos 5,3 millones de dólares); y en 2002 alcanzó los US$ 9,6 millones en Nueva York.
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Está tallado en cristal de roca cuidadosamente trabajado, con interior grabado simulando escarcha; el exterior está decorado con un motivo de copos de nieve en platino y diamantes (unos 4.500). Al abrirlo, revela una canasta de platino con flores de cuarzo, un “sorpresa” simbólica: la llegada de la primavera. Para muchos especialistas, esta pieza representa “uno de los más lujosos e ingeniosos” de los huevos imperiales.
Breve historia de los huevos de Fabergé para los zares
La casa Fabergé fue fundada en San Petersburgo en 1842. A partir de 1885, el emperador Alejandro III inauguró la tradición de regalar un huevo de Pascua a su esposa. A su muerte, su hijo Nicolás II continuó con la costumbre: cada año, un huevo para su madre y otro para su esposa.
Entre 1885 y 1917 se realizaron en total alrededor de 50 “huevos imperiales”, cada uno con un diseño particular y un mecanismo sorpresa. Tras la revolución de 1917 muchas de estas piezas fueron confiscadas, dispersas, vendidas por el régimen soviético para recaudar divisas, lo que explica que muchas terminasen en colecciones privadas en Occidente. Hoy sobreviven unas pocas decenas de esos huevos imperiales (muchos en museos, otros en manos privadas).
¿Arte o artesanía? una reflexión sobre su naturaleza
Por su técnica y complejidad estas obras muestran un dominio de joyería, orfebrería, trabajo en cristal, talla, engarce de piedras preciosas, diseño y mecánica para revelar su sorpresa interior. Esa combinación exige un altísimo nivel artesanal. Hay además un diseño, que en este caso se atribuye a Alma Pihl, una joven dibujante de la casa. Por su intención artística e histórica, aunque muchas piezas fueron encargos (como lo fueron también grandes obras del renacimiento) hoy se valoran no solo por su belleza o costo intrínseco, sino como testimonios de una época, de una cultura imperial, del gusto —y el poder— de los zares rusos. Forman parte del legado artístico-cultural de finales del siglo XIX y comienzos del XX.
A la par, el hecho de que una de estas piezas alcance los 30 millones de dólares en 2025 implica que el mercado actual las ve como “obras de arte” —no meras reliquias decorativas—, con la fuerza simbólica, histórica y estética que eso conlleva. Por ello, muchos expertos y coleccionistas las consideran arte en el sentido pleno: objetos únicos, cargados de memoria histórica, con un valor estético y técnico sobresaliente, más allá de su función original de “regalo de lujo”.
Comparación con ventas contemporáneas polémicas: de banana, inodoro o calavera
Recientemente nos hemos ocupado de otras ventas, en el mercado del arte contemporáneo, que desafían nuestras ideas sobre qué constituye “arte valioso”. “Comedian” del artista Maurizio Cattelan —una banana real pegada a la pared con cinta adhesiva — se vendió en 2024 por US$ 6.2 millones en la casa Sotheby's en Nueva York. La pieza incluye un certificado de autenticidad y un manual de instrucciones; el comprador, un empresario de criptomonedas, aceptó pagar en cripto.
Otra obra famosa de Cattelan, el inodoro de oro macizo titulado “America”, se vendió recientemente por US$ 12.1 millones (apenas por encima de valor del oro que contiene).
También cabe mencionar el caso del “For the Love of God” del artista británico Damien Hirst —una calavera humana recreada en platino e incrustada con miles de diamantes—, una obra paradigmática del arte contemporáneo opulento. Su precio final no se conoce con exactitud (fue una venta privada) pero se estima en decenas de millones. Estas ventas recientes han generado debates intensos sobre qué define al «arte» hoy: ¿la complejidad técnica y artesanal?, ¿la intención del autor?, ¿la historia y el contexto?, ¿la capacidad de generar fascinación o polémica?
Mientras muchos defienden que estos objetos (banana, inodoro, calavera, huevos, etc.) son verdaderas obras artísticas, otros lo cuestionan —críticos, artistas o público general—, considerándolos más como productos de marketing, especulación o mero lujo. En ese sentido, el “Huevo” de Fabergé representa un paradigma muy distinto: técnica refinada, tradición histórica, ornamentación exquisita, lujo de otro tipo, pero con raíces en el oficio, no en la provocación. Adhiero a estos últimos
* Carlos María Pinasco es consultor de arte.





