Maurizio Cattelan y el reflejo dorado del poder
Sotheby’s subastará en New York “America”, el inodoro de oro de 101 kilos creado por el artista italiano en 2016, con un valor de diez millones de dólares.
Amèrica.
Gentileza.El próximo 18 de noviembre, Sothebys pondrá a la venta una de las piezas más célebres y provocadoras del arte contemporáneo: America, el inodoro de oro macizo que Maurizio Cattelan (1960) concibió en 2016 para su muestra consagratoria en el Museo Guggenheim de Nueva York. Será el regreso del artista a las primeras planas mundiales después de la presentación de su ya famosa banana pegada con una cinta sobre la pared en una feria de arte.
“America” es una escultura completamente funcional, realizada en oro de 18 quilates y con un peso de 101 kilogramos, que el artista italiano —nacido en Padua— presentó al público como una sátira del lujo y del llamado “sueño americano”.
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El oro como espejo
La base del remate fue fijada en el valor del metal con que está hecha. A la cotización actual del oro, cercana a 4200 dólares por onza troy (31,1 gramos de 24 quilates), la materia prima de America equivale a unos 10 millones de dólares. El incremento sobre esa base dará una idea aproximada de lo que el mercado valora la creatividad de la obra.
El eco del mingitorio de Duchamp
La referencia inevitable es Marcel Duchamp y su célebre “Fountain” (1917), el mingitorio industrial presentado como obra de arte y considerado uno de los gestos fundacionales del arte conceptual. Cattelan, sin embargo, da una vuelta de tuerca. Donde Duchamp había elegido la banalidad, él elige la ostentación. Su inodoro no es de loza sino de oro; su público no es el escandalizado de 1917 sino el globalizado de Instagram. “America” no pregunta qué puede ser arte —ese debate quedó atrás—, sino cuánto vale en el mercado, escala que parece ser la convalidación suprema.
La Nona Ora (Pinault Collection)
La obra de Duchamp era un desafío al museo; la de Cattelan es una ironía de múltiples lecturas. Se puede especular que lo que antes era un urinario vulgar elevado a arte, ahora es un objeto de lujo reducido a mercancía. “America” denuncia (y a la vez usufructúa) un mundo donde la fama, la publicidad e incluso la crítica se vuelven parte esencial del mundo del arte. El título es, en sí mismo, una declaración política. Instalado en el Guggenheim en 2016, en pleno ascenso de Donald Trump, Cattelan invitó al público a “experimentar América” en el sentido más físico posible: los visitantes podían usar el inodoro, tras hacer largas colas.
Miles lo hicieron. El gesto se volvió viral. Los selfies en inodoro dorado circularon por todo el mundo y transformaron la pieza en un fenómeno mediático. Pero detrás del humor aparecieron lecturas punzantes: América como promesa de abundancia y como receptáculo de desechos al mismo tiempo, como sistema que venera el oro y produce residuos con igual entusiasmo. Cattelan nunca explicó demasiado el sentido de la obra, fiel a su costumbre de dejar el discurso en manos del público. Pero el título “America” bastaba para condensar la crítica: el oro como símbolo de éxito, la higiene como ritual moderno y la ironía como última forma de resistencia.
Del Guggenheim al mercado
El recorrido de “America” fue tan singular como su concepto. Tras su éxito en el Guggenheim, fue prestada en 2019 al Blenheim Palace en Inglaterra, la residencia natal de Winston Churchill. Apenas 48 horas después de inaugurada la muestra, la pieza fue robada en una operación cinematográfica que dejó al edificio parcialmente inundado. Dejamos la analogía de aquel episodio con el reciente robo de las joyas en el Louvre -que comentamos la semana pasada- para una futura nota.
Christie's.
El inodoro nunca fue recuperado. La policía británica detuvo a varios sospechosos y en 2024 uno de ellos fue condenado, pero la pieza se presume fundida. El episodio alimentó el mito: America pasó de ser una burla sobre la codicia a un caso real de codicia. Y el robo se convirtió en parte de la biografía de la obra. El ejemplar que ahora se remata está presentada en el catálogo con el número 2/3 + 2 A.P (segunda de una versión de tres y dos pruebas de artista)
Proviene de una colección privada —según versiones, perteneciente al empresario y coleccionista estadounidense Steve Cohen. Podrá verse en la nueva sede de la subastadora en el Breuer Building de N.Y. el magnífico edificio de Herzog & de Meuron que alojó, durante décadas al Whitney Museum. Sin embargo, en esta oportunidad no podrá utilizarse. Como si se tratara de un duelo entre titanes, Christie’s martillará el 20 de noviembre, otra obra de Cattelan. “Sin título” es un esqueleto de perro con un ejemplar de Le Monde en la boca, creada en 2003.
Su precio estimado es de 500.000 dólares, aproximadamente una veinteava parte del valor de “America” pero en este caso los materiales con que fue hecha, no valen nada: la osamenta de un animal y un ejemplar del vespertino de la gauche francesa. La obra ya había sido rematada por Christie’s el año de su creación en la mitad de su base actual.
El artista
Cattelan, autodidacta y con pasado de carpintero, se formó fuera de los circuitos académicos. Desde los años noventa se ha dedicado a poner en crisis los rituales del arte, mezclando humor, absurdo y una aguda conciencia del poder de los medios y la compleja maquinaria del mercado en su objetivo de obtener records.
Comedian.
Su obra “Him” (una figura de Hitler arrodillado en oración), “La nona ora”, el retrato de Juan Pablo II derribado por un meteorito, o la banana pegada con cinta adhesiva titulada “Comedian” (2019), son variaciones del mismo método: tomar la forma de la broma y convertirla en crítica institucional. Pero “America” lleva ese juego a su extremo, porque la sátira se vuelve indistinguible del objeto que satiriza. Lo que comenzó como una denuncia del lujo se transforma en trofeo de lujo
El mercado como performance
En la subasta del 18 de noviembre, lo que se pondrá en juego no será solo una obra, sino una puesta en escena sobre el propio sistema del arte. Cada puja será un acto dentro del guion que Cattelan escribió hace años: demostrar que la provocación, una vez institucionalizada, se vuelve parte del espectáculo. El artista no estará presente, pero su ironía sí. Si el martillo se detiene en una cifra récord, será difícil saber quién ganó: el artista que denunció la obscenidad del lujo o el mercado que la celebra.
Tal vez la respuesta esté en la sonrisa que siempre acompaña a Cattelan. Su arte no busca ofrecer soluciones, sino reflejar, en superficie pulida, la contradicción de nuestra época: un tiempo que convierte el oro en arte y el arte en oro.



