Tiroteo en La Paz: cuando la furia adolescente se vuelve visible, el arma como grito de auxilio
El malestar que estalla entre el silencio social y la violencia adolescente. El día de hoy en La Paz, Mendoza será recordado por largo tiempo.

Los equipos interdisciplinarios trabajaron con la adolescente y lograron rescatarla.
Marcos Garcia/MDZLa mañana en La Paz, Mendoza, quedó atravesada por un hecho que aún sigue generando conmoción. Una adolescente de 14 años ingresó con un arma a su colegio, realizó disparos al aire y permaneció atrincherada. Tras horas de tensión, se entregó sin que hubiera heridos. El alivio inicial, sin embargo, no significa un cierre: lo ocurrido abre un interrogante central.
Qué explica que un adolescente transforme el espacio escolar en escenario de violencia
En nuestro país ya existen antecedentes que muestran un patrón repetido: Carmen de Patagones en 2004, con tres muertos y varios heridos; el caso de Leonardo Aguirre en 1997; o el de Javier Romero en 2000. Todos comparten un mismo denominador: jóvenes en crisis + armas familiares al alcance + instituciones que reaccionan tarde.
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Estos episodios no son fruto del azar
Se inscriben en lo que podemos llamar la criminología de lo posible: la violencia ocurre porque el arma está disponible y porque las señales previas no fueron detectadas. No hay crimen organizado detrás ni beneficio económico. Hay adolescentes en conflicto que encuentran en un arma la forma de amplificar su furia.
Para muchos jóvenes, portar un arma no es solo un acto delictivo. Es un mensaje. Ingresar armado a la escuela expresa la idea de que la justicia o la autoridad pueden ser reemplazadas por la propia mano. En contextos de aislamiento, bullying o exclusión, el arma se convierte en una voz brutal: la que grita lo que antes fue ignorado. Esa ilusión de control absoluto transforma la frustración privada en un hecho público y el aula en escenario de pánico colectivo.
Los actos dirigidos hacia otros (heteroagresivos) y los dirigidos contra uno mismo (suicidio, autolesión) comparten una misma raíz: desesperación, aislamiento y falta de recursos internos.
- Un disparo hacia afuera puede ser la traducción de un dolor interno.
- La agresión contra otro puede anticipar un colapso contra sí mismo.
Por eso reducir el análisis a “violencia juvenil” es insuficiente. Lo que está en juego es la salud mental de los adolescentes en una sociedad que muchas veces no les ofrece contención real.
Factores de riesgo recurrentes:
- Armas familiares sin resguardo, en especial armas reglamentarias de padres policías, gendarmes o militares.
- Conflictos escolares no atendidos, como bullying, exclusión o deterioro de vínculos entre pares.
- Señales ignoradas, desde cambios bruscos de conducta hasta verbalizaciones de desesperanza o publicaciones en redes.
- Escuelas sin equipos preparados, con instituciones que improvisan comités de crisis pero carecen de profesionales permanentes.
La prevención antes del estallido
La reacción policial, la evacuación de estudiantes y los comités de crisis son necesarios, pero siempre llegan tarde. La verdadera prevención ocurre antes.
- Armas bajo resguardo estricto en los hogares.
- Docentes formados para detectar señales tempranas y acompañar.
- Espacios de escucha accesibles donde los adolescentes puedan expresar su malestar sin miedo a la estigmatización.
La prevención es cultural, educativa e institucional. No se limita a un operativo de emergencia: se construye todos los días en casa, en la escuela y en la comunidad.
Un espejo social incómodo
El episodio de Mendoza no es una rareza. Es un espejo que muestra un malestar profundo en nuestros jóvenes y una sociedad que no siempre sabe —o quiere— escuchar. Cada hecho de este tipo nos recuerda que el problema no es solo individual, sino también institucional y cultural.
La criminología ofrece categorías para identificar patrones. La psicología explica el vínculo entre violencia hacia otros y dolor interno. Pero lo que falta es decisión política y social para actuar antes de que la furia se exprese con un arma en la mano.
La joven ya se entregó
Ahora comienza la tarea real: investigar qué la llevó hasta allí, cómo obtuvo el arma, qué señales fueron ignoradas y qué falló en la red de contención escolar y familiar.
No se trata de clausurar el episodio como una anécdota policial, sino de leerlo como una advertencia. Porque mientras no entendamos que estos hechos son síntomas de un malestar colectivo, los jóvenes seguirán gritando su desesperación de la manera más brutal: con un arma en las manos.
* Enrique De Rosa Alabaster. Psiquiatra Forense. Presidente de la Asociación Argentina de Victimología Ex asesor del Ministerio de Seguridad de la Prov. de buenos en Violencia Y Victimología.