Chile: el país que cierra temprano llevó el reflejo de su decadencia a Avellaneda
El fútbol mostró un Chile diferente, el actual, uno donde el miedo es la nueva normalidad y la narcocultura avanza sin límites. La política tuvo su rol.

Más de 100 hinchas de la Universidad de Chile estaban detenidos.
Captura de pantallaLo sucedido en el partido entre Independiente de Avellaneda y la Universidad de Chile fue más que un simple desborde de hinchas. Fue un triste y crudo reflejo de la decadencia social y la pérdida de control que sufre Chile.
El espectáculo que dieron esos grupos, conocidos como “piños de choque”, demostró cómo el crimen organizado está copando todos los espacios, incluso aquellos que, como el fútbol, antes eran de la pasión popular. Las barras son un problema desde los 90, pero hoy ese problema escaló a niveles nunca vistos.
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Chile, el país que cierra temprano
Chile cambió. Es un país que cierra temprano, donde el miedo se instaló en las calles. La tranquilidad de antes se perdió y fue reemplazada por la preocupación por los “portonazos” y los asaltos en las autopistas. Quienes han ido de manera permanente a Chile se han dado cuenta de que ya no hay tanta presencia de Carabineros en las calles, y que en los grandes centros comerciales, los guardias ahora llevan equipos tácticos y pasamontañas para evitar ser reconocidos luego en la calle por los delincuentes y recibir represalias.
Es que los “piños de choque” que tienen hoy las hinchadas son solo la punta de un iceberg criminal que se agudizó en los últimos años, con fenómenos que antes eran ajenos a la realidad chilena, como el sicariato y los secuestros. Estos grupos, que ahora actúan como verdaderas organizaciones criminales, han logrado exportar su violencia, mostrando que la lógica del crimen ya no está confinada a las poblaciones (las villas chilenas), sino que se ha instalado en el tejido social.
Hoy en Chile se habla del caso del asesinato del "Rey de Meiggs" a manos de sicarios venezolanos. Meiggs era un barrio que cuando yo vivía por allá era epicentro de compras escolares, pero hoy es un nicho de delincuentes, donde hay disputas de poder y jóvenes inmigrantes son soldados que por unos pesos matan a sangre fría. En ese contexto, estos supuestos barras se esconden y hacen crecer sus organizaciones.
La herencia del descontrol y la pasividad policial
Es innegable que esta escalada de violencia tiene una herencia directa del estallido social. Aunque el movimiento surgió de manera natural, pronto fue instrumentalizado y operado por grupos que aprovecharon el caos para desestabilizar. Las barras bravas, y en particular estos “piños”, fueron herramientas útiles para extender el desorden. Sirvieron para enfrentarse a la policía, saquear y, en definitiva, destruir el tejido social que tanto nos costó construir. Fueron parte de las denominadas primeras líneas, que se ocupaban del enfrentamiento directo con las fuerzas policiales.
Aquí el papel del Estado es clave. Quienes hoy gobiernan, desde el presidente para abajo, antes de ocupar sus cargos "basureaban" a Carabineros y los catalogaban de asesinos por hechos ocurridos durante el estallido. Por eso, cuando las fuerzas policiales vieron asumir al frente del Estado a estas personas, optaron por cuidar sus acciones para evitar ser víctimas de represalias. La paradoja es que las autoridades ahora, estando en el poder, se dan cuenta de que lo que hicieron terminó por lapidar la autoridad policial y abrirle un enorme espacio a la delincuencia.
Hoy el discurso es otro, demostrando que es muy cierto cuando se dice que "otra cosa es con guitarra", porque desde afuera y sin responsabilidad hay grupos políticos que hacen propuestas utópicas e irresponsables, porque saben que no tendrán que cumplirlas. Sin embargo, en el caso de Chile estos grupos llegaron al poder y allí todo su discurso cambió y sucumbió ante la realidad.
La narcocultura
Otro indicador alarmante es que con el paso del tiempo, la narcocultura se ha normalizado de una forma preocupante. Lo que antes era un problema de nicho, ahora se ha incrustado la vida diaria de los chilenos. De pronto está de moda hablar como delincuente y usar lenguaje carcelario. Algo así como "mientras peor hablo" más me van a respetar, aunque en realidad la palabra correcta es temer.
Es increíble ver la ostentación de los “narcofunerales” con fuegos artificiales y disparos al aire, algo que se ha normalizado al nivel que estos "eventos" tienen resguardo policial a pesar de lo que significan. Eso sin mencionar los “nichos o mausoleos narcos”, altares populares, construcciones que se han apoderado de las plazas como si fueran monumentos a los caídos, son la cara visible de una impunidad que ha corrompido el tejido social.
La cultura urbana
Esta normalización ha encontrado su vehículo cultural más potente en la música urbana. El trap y el reggaetón se han convertido en la banda sonora de la narcocultura en Chile. Sus videoclips, cargados de ostentación, armas y dinero, glorifican el delito como un camino al éxito. Las letras, repletas de lenguaje carcelario y alusiones a la vida criminal, romantizan la figura del delincuente como un héroe antisistema. Esta música no es solo un reflejo de esta realidad; es un agente activo en su expansión, sirviendo como una poderosa herramienta de reclutamiento y legitimación para un estilo de vida que se ha vuelto aspiracional para quienes no ven una salida en los caminos tradicionales.
El partido en Avellaneda no fue un caso aislado. Fue una proyección internacional de un problema interno, una postal de un país que se ha ido corrompiendo desde adentro. La batalla contra estos grupos no se ganará solo con seguridad, sino con una decisión política firme que le devuelva al Estado el control que está perdiendo. De lo contrario, seguiremos cediendo espacios vitales a quienes buscan destruir nuestra sociedad.