Historia

Cómo Estados Unidos se convirtió en una superpotencia global

En solo 80 años, EE.UU. encaró marcadas políticas económicas, sociales y territoriales no exentas de conflictos y que transformó en nuevos actores sociales que se consumarían como factores determinantes de su poder global en las décadas venideras.

Nicolás Munilla
Nicolás Munilla domingo, 1 de noviembre de 2020 · 07:03 hs
Cómo Estados Unidos se convirtió en una superpotencia global
Foto: AP

Estados Unidos celebrará este martes 3 de noviembre unas nuevas elecciones presidenciales, en un contexto que cuestiona el liderazgo mundial del país norteamericano respecto a sus verdaderas capacidades como conductor internacional en estos momentos de crisis. Dicha perspectiva contrasta con la fuerte política ofensiva que esta nación aplicó poco después de su independencia hace dos siglos atrás, cuando forjó los cimientos necesarios que la llevarían a convertirse en una superpotencia.

En solo los primeros 80 años del siglo XIX, Estados Unidos encaró marcadas políticas económicas, sociales y territoriales no exentas de conflictos, y que transformó en nuevos actores sociales que se consumarían como factores determinantes de su poder global en las décadas venideras.

La expansión y depredación territorial, el equilibrio de los poderes internos resuelto mediante una guerra civil, los incentivos al capitalismo furibundo y la intervención selectiva en la política global, llevaron a Estados Unidos por la senda del desarrollo económico y le abrieron el camino hacia la gloria universal.

American progress

Tras la Declaración de la Independencia de las Trece Colonias en 1776 y la guerra sostenida contra el Reino Unido entre 1812 y 1814, Estados Unidos comenzó un reordenamiento de los factores internos que acompañó con la expansión de sus fronteras hacia el oeste. De hecho, la situación social lo ameritaba: la población estadounidense crecía exponencialmente producto de la inmigración europea y una mejora en la calidad de vida, lo que provocaba una mayor demanda de tierras para crear nuevos asentamientos.

El mismo panorama se visualizaba en la economía: obtener recursos naturales era vital para el desarrollo de la industria manufacturera, a la vez que la importación de materias primas era dificultosa y costosa ya que el comercio mundial se encontraba monopolizado por el Reino Unido, su antigua metrópoli y con la que se había enfrascado en dos guerras unos años antes.

Con la independencia alcanzada en 1776, Estados Unidos comenzó su camino hacia la gloria.

Por ende, la solución más inmediata para Estados Unidos era la colonización hacia el Oeste. La adquisición del territorio de Luisiana a Francia en 1803 inició una primera etapa de expansionismo, que se consolidó con la cesión formal de Florida por parte de España en 1819; a cambio, la monarquía española se aseguró Texas y evitó una intromisión norteamericana en el resto del Virreinato de Nueva España, aunque esta última ya se encontraba en plena lucha por su independencia.

En forma paralela, las autoridades estadounidenses llevaron adelante una intensa campaña de hostigamiento y expulsión de las tribus aborígenes que aún habitaban el este del río Mississippi, las cuales habían ganado poder de fuego en sus batallas contra los antiguos ocupantes europeos. Esta política feroz, rápida y avasallante, considerada como precedente de las acciones militares que vendrían en las décadas subsiguientes, confinaron a los pueblos originarios en reservas aisladas que diezmaron sus poblaciones e invisibilizaron sus culturas. 

America for the Americans

Este proceso de expansión regional derivó en una política de Estado a partir de 1823 declarada en la emblemática Doctrina Monroe, que proclamó una "América para los americanos" ("America for the Americans", famosa expresión atribuida al presidente James Monroe pero realmente pergeñada por su entonces secretario de Estado, John Quincy Adams), y justificó el apoyo estadounidense a las causas revolucionarias de los demás territorios americanos. También sirvió como base jurídica e ideológica para impulsar intervenciones diplomáticas y militares cuando la soberanía de sus vecinos estuviera amenazada. 

Sin embargo, dichas premisas se terminaron amoldando a los intereses geopolíticos estadounidenses, ya que no hubo ninguna intervención militar o diplomática en varios episodios que amenazaron la soberanía latinoamericana, como el bloqueo anglo-francés al Río de la Plata en 1845, la conquista francesa de México en 1862 o la posterior invasión española a la República Dominicana tres años después.

Por otro lado, el "Destino Manifiesto" fue una expresión acuñada en 1845 por el cada vez mayor aparato mediático local, que instigó a los Estados Unidos a convertirse en una potencia mediante el uso de la fuerza. Derivado de la Doctrina Monroe, esta vigorosa proclama cobró una profunda carga social, religiosa y cultural que aún hoy influye en las decisiones de la Casa Blanca.

La Doctrina Monroe y el Destino Manifiesto forjaron los esquemas básicos del pensamiento geopolítico estadounidense.

No es casual que en menos de un año, Estados Unidos pusiera en práctica esos ideales de liderazgo. La joven República de Texas, independizada de México en 1836 y muy influenciada por los colonos estadounidenses, decidió unirse a su vecino del norte, lo que le valió un duro cruce diplomático con el gobierno mexicano que aún no reconocía la secesión de su antigua provincia. 

Esa fue la excusa perfecta para que Estados Unidos y México se embarcasen en la Guerra México-estadounidense (1846-1848), que finalizó con la rúbrica del Tratado de Guadalupe Hidalgo que obligó al segundo país ceder al primero cerca de 1,5 millones de kilómetros cuadrados a cambio de 15 millones de dólares. Esta sangría territorial se amplió cinco años después, cuando los mexicanos vendieron a los estadounidenses la zona de La Mesilla (poco más de 70 mil kilómetros cuadrados) para la construcción del Ferrocarril Transcontinental.

A su vez, el conflicto con México no supuso ningún impedimento para que Estados Unidos negociara con el Reino Unido la demarcación definitiva de límites en el Territorio de Oregón, lo que le permitió no solo acceder directamente al océano Pacífico, sino además cerrar un ciclo de enfrentamientos con su antigua metrópoli.

Con sus dominios ampliados, Estados Unidos vivió una etapa de expansión económica sin precedentes. A los avances de la industria en los estados del noroeste y el floreciente comercio agrícola en el suroeste, se sumó en 1849 una inusitada ‘fiebre del oro’ en California, lo que terminó de forjar el idealismo del “sueño americano” en un país que se mitificaba como una fuente de riqueza inagotable.

Millones de inmigrantes llegaron a EE.UU. para cumplir con su "sueño americano".

Civil War

Pero esa fase de expansión no pudo compensar la profunda grieta interna. Los estados del Norte, beneficiados con el auge industrial y el comercio marítimo, se convirtieron paulatinamente en focos antiesclavistas, partidarios del sufragio universal y el proteccionismo. En cambio, los estados del Sur reforzaron su economía agraria basada en la mano de obra esclava, con un perfil conservador, aristócrata y librecambista. 

De hecho, la esclavitud terminó siendo el factor dominante de la política interna estadounidense durante las décadas intermedias del siglo XIX, aunque detrás de ello se movían disputas en torno al sistema de gobierno nacional y la cuestión de fondos económicos. A través del Congreso federal, los estados discutieron sobre la habilitación de la esclavitud en los nuevos territorios que se incorporaban a la Nación, lo que resultó en un tibio acuerdo en 1820 con el Compromiso de Misuri, pero que se rompió sistemáticamente a partir de 1850, lo que hizo que las tensiones llegaran a un punto de no retorno.

En 1860, las elecciones presidenciales dieron por ganador al candidato del Partido Republicano, Abraham Lincoln, que impulsaba la abolición de la esclavitud en todo el territorio estadounidense. Sabiendo que ello representaba una seria amenaza a sus economías y estilo de vida, once estados sureños declararon su separación y formaron los Estados Confederados de América. Inmediatamente, los secesionistas atacaron las instalaciones de Fort Summer (Carolina del Norte) en abril de 1861, lo que derivó en una declaración de guerra entre los Estados Unidos (llamada popularmente La Unión) y los confederados.

La Guerra Civil estadounidense (también conocida como Guerra de Secesión) duró cuatro años y causó grandes cambios, incluyendo la abolición de la esclavitud en todo el país, hasta en los estados rebeldes. Tras la victoria definitiva de los unionistas a principios de 1865, y con el asesinato de Lincoln el 15 de abril de ese mismo año, la guerra dejó un saldo de más de 600 mil muertes entre ambos bandos y un sur prácticamente destruido. De todos modos, la tierra ‘arrasada’ fue puesta rápidamente en el sendero de la reconstrucción, lo que implicó para el Sur un desarrollo industrial paulatino que sin embargo se vio influenciado por los prejuicios raciales heredados de la esclavitud.

La Guerra de Secesión resolvió bajo el uso de la violencia los graves problemas que arrastraba la sociedad estadounidense.

New American imperialism

Alcanzada finalmente la paz interna, vio la luz rápidamente un capitalismo salvaje que forjó una poderosísima elite industrial y económica que volcó gran parte de sus recursos en la industria siderúrgica y de maquinaria pesada, obteniendo grandes beneficios frente a pequeñas empresas y buena parte de la masa trabajadora aún bastante empobrecida.

Ese rápido crecimiento económico le permitió a Estados Unidos retomar el expansionismo territorial. Solo dos años después de finalizada la guerra civil, compró la región de Alaska a Rusia por 7,2 millones de dólares. Sin embargo, la gran prueba de fuego fue la Guerra hispano-estadounidense en 1898, que se convirtió en la conjunción final de todas las aristas que se venían incubando desde la Doctrina Monroe.

Bajo una metodología propia de las potencias coloniales europeas, Estados Unidos miró al Caribe como su zona de influencia directa. Luego de varios intentos infructuosos para comprarle a España la isla de Cuba, en enero de 1898 llegó al puerto de La Habana el buque de guerra estadounidense Maine, que días después explotó de forma misteriosa mientras estaba anclado en el muelle. Este episodio motivó una campaña mediática furibunda contra los españoles, acusándolos de cometer un atentado que actualmente es muy discutido por la historiografía contemporánea; en cambio, hay mayor consenso sobre que se trató de un montaje yanqui para generar un casus bellis que propicie una invasión consensuada entre la opinión pública.

Así, Estados Unidos se embarcó en la tarea de aniquilar con relativa facilidad los últimos resquicios del imperialismo español, que para entonces se encontraba prácticamente en la ruina absoluta. Con la victoria consumada, los estadounidenses hicieron valer sus intereses en el Tratado de París, quedándose con el control de Filipinas, Guam, Puerto Rico y Cuba, aunque esta última conseguiría su independencia en 1902 bajo severos condicionamientos. A la par, el gobierno norteamericano concretó la pacífica anexión de Hawai.

Al ingresar en el siglo XX, Estados Unidos demostró que su poderío y capacidad de liderazgo global eran formidables, que podía ser una entidad muy superior a las principales potencias del momento y que tenía las herramientas necesarias para imponerse en el complejo tablero de la diplomacia internacional. La Primera Guerra Mundial fue la oportunidad perfecta para demostrarlo: con la autodestrucción de Europa consumada en un lapso de tres años, que la llevó prácticamente al colapso económico, político y social, este país americano que había nacido bajo el yugo del colonialismo británico tuvo el camino libre para poner al mundo bajo sus pies.

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