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Por qué el presidente electo no tendrá mucho para festejar

Hoy son las elecciones presidenciales. El contexto condicionará al futuro mandatario. Las deudas internas y externas y la desconfianza general. La mayoría está más pendiente del día después que de las propias elecciones. 

domingo, 27 de octubre de 2019 · 03:53 hs

Se elige el próximo presidente y la expectativa es enorme. Pero hay más preocupación por el día después, que esperanza sobre lo que puede pasar durante la jornada electoral. Es un escenario difícil de explicar pero que tomó ese tono angustiante para muchos tras las elecciones primarias y la profundización de la crisis.

En lo político hubo hechos importantes. Las marchas del “sí se puede” le dieron al frente Juntos por el Cambio un “cuerpo” político que antes estaba adormecido. Que miles de personas salgan a la calle a apoyar a un candidato que viene de tener un mal resultado en las PASO y, además, es quien gobierna en un momento de crisis es un dato político importante.

Macri abandonó la política de laboratorio para traspirar la camiseta y hacer tangible su capital político. Sea para intentar ser reelecto o para marcar la cancha como “futuro opositor”.

Alberto Fernández también buscó marcar políticamente su impronta, desde otro lugar. Mostrando que tiene detrás suyo al “partido del poder”; al peronismo. Los últimos gestos públicos junto a Cristina Fernández de Kirchner buscaron marcar la transferencia de votos y de “confianza” de la ex mandataria hacia el candidato ungido. Aunque no alcanza aún para terminar de cuadrar la idea de independencia de decisiones del candidato. De hecho esa es una de las principales dudas sobre el futuro político de un eventual gobierno de Alberto.

Con el apoyo de los “fieles” que marcaron el final de la campaña electoral, los dos candidatos igual no tienen garantizado ningún enamoramiento del electorado. Ambos saben que muchas de las promesas se tornan incumplibles en el contexto actual y que, desde el lunes, quien resulte electo deberá trabajar en armar un rompecabezas de muchas piezas y cuya resolución está condicionada.

Por eso, ninguno tendrá mucho para festejar desde el lunes más allá de la euforia momentánea que pueda provocarle un triunfo electoral.

El contexto externo

Si al principio de la gestión de Macri, y luego de su apertura a los mercados, había atención hacia Argentina, hoy la realidad es opuesta. Por la situación financiera del país, pero también porque el “mundo” tiene sus propios problemas. Muchos países pasaron de la globalización, a la mirada introspectiva.

Diversidad de origen, problemas distintos. Pero todo confluye en un vuelco hacia adentro en los países. Ocurre en la región, desde México (con el control que el narcotráfico tiene de las calles) hacia el Sur, pasando por Brasil (con la corrupción como telón y el delirio de Bolsonaro), Chile (con los reclamos sociales) y Bolivia. Pero también en Europa, que está a punto de perder a Inglaterra como socio.

Estados Unidos tiene sus propios litigios y Donald Trump hace que la principal potencia se mire el ombligo. Hasta ahora ese país, o Trump, había impulsado todos los salvatajes para Argentina. El cambio de rumbo político, presagia otra cosa. 

Argentina no genera muchas motivaciones para ser prioridad.

El contexto interno

Las urgencias más acuciantes están en la vida cotidiana. La inflación y la incertidumbre generan angustia y por eso hay más preocupación por el lunes que por el domingo. Ninguno de los candidatos que tiene chances de ser electo presidente se animó a pronosticar una baja de la inflación; el principal problema para las familias.

La crisis de financiamiento no tendrá una salida fácil para el país, y tampoco los problemas productivos. Las cuentas están en rojo y con un futuro complicado: al déficit crónico, se le suman los pagos de deuda que deben afrontarse y, en ese sentido, la ya anunciada renegociación con los acreedores.

No hay crédito externo y a pesar de las promesas, difícilmente pueda generarse riqueza en el corto plazo para equilibrar las cuentas. A la vista está: las empresas privadas, en todo nivel, están quebradas. En los estados, se salvan, curiosamente, algunas provincias y municipios que tienen ahorros en dólares (como Mendoza). Argentina no crece desde hace 8 años, pero la curva descendente es más profunda si se ve en perspectiva. La pobreza, la exclusión y la desigualdad se profundizan.

Con el Fondo Monetario Internacional hay dos temas a resolver. El desembolso de 5300 millones de dólares que quedó suspendido y, sobre todo, la negociación para estirar los plazos de pago de deuda; con la idea de alivianar el 2020 y los años siguientes.

Alberto Fernández y Mauricio Macri hablaron de la necesidad de un acuerdo o pacto social. En ese sentido ya avanza con borradores el Frente de Todos con la idea de acordar una especie de “congelamiento o avance correlativo” de los precios y los salarios. Ese camino tiene tensiones. Por un lado por lo que ya generó en las empresas formadoras de precios, que ya empezaron a remarcar y tienen previsto tener nuevas listas de precios el 1 de noviembre. Pero también por las obligaciones que tiene el Estado, principalmente en materia previsional. Las jubilaciones tienen cláusulas de actualización automática y creen que difícilmente resista un congelamiento. Por otro lado está el frente político: en el Frente de Todos no hay unanimidad de opiniones sobre el tema.

En el corto plazo el pánico por el dólar hace pensar en que puede haber más restricciones a la compra de esa moneda (algo que todos descuentan que ocurrirá), y hasta un feriado cambiario para frenar posibles corridas. El dato detrás de esa actitud es la desconfianza. De los inversores, pero sobre todo de los ciudadanos.

Cualquier acuerdo requiere la firma de la clase política, los empresarios y los gremios. El blindaje indispensable es el aval ciudadano.