Tensión tras las PASO

"Irreversible y sin rumbo", la drástica definición del corazón oficialista

"Tenemos que llegar a las elecciones como podamos. Después se viene un nuevo reparto y esperemos tener la grandeza de entender lo que nos pasó", comentó uno de los funcionarios que más saben del poder y de cómo construirlo. El Frente de Todos sigue en debate permanente.

Alejandro Cancelare
Alejandro Cancelare martes, 28 de septiembre de 2021 · 09:00 hs
"Irreversible y sin rumbo", la drástica definición del corazón oficialista
Foto: Télam

“Sabemos que esto es irremontable. Ojalá la diferencia sea la misma que las de las PASO”, se confesó, días atrás, un importante funcionario del Gobierno que observa todo con una exacta mezcla de desazón y bronca.

Con los resultados de las primarias en pleno proceso de revisión y análisis, y en medio de una batería de medidas anunciadas y por anunciar, el Frente de Todos es un quirófano a cielo abierto donde cada opinión se convierte en un mensaje para un aliado interno.

Cuando se proyecta el día después del 14 de noviembre, los interrogantes sobresalen y las dudas se superponen, sin que nadie sepa cuál será el final del Gobierno y de la alianza. Lo que queda claro es que no hay quien pueda conducir el proceso en el futuro, una cara amigable que presentar con cierta expectativa de triunfo.

 

“El presidente ya demostró que no puede sostener un round a ningún amigo, y eso es gravísimo”, comentó días atrás un secretario que lo quiere, pero más de una vez no lo entiende. “Entonces, si no bancás, nadie se anima a seguirte”, concluyó.

Desde el Instituto Patria, en tanto, tienen el mismo concepto de Alberto Fernández, pero asienten que “la jefa (por Cristina Fernández de Kirchner) no puede mandar. Dice, habla, grita, pero no cambia nada y eso la trastorna mal”, dijo un diputado que la suele frecuentar.

El peronismo no sabe trabajar sin esa certeza, la de un líder que los lleve a la orilla que conduce el poder. Hoy Cristina y Máximo Kirchner, Sergio Massa, Axel Kicillof y, por supuesto, Alberto Fernández, no son herramientas consideradas útiles para ese futuro de recomposición y triunfo.

Los anuncios, la llegada de ayudas de manera desordenada y en avalancha a cada rincón del país deslumbra por lo desesperado y nadie se anima a decir que tendrá algún resultado de carácter electoral. “Lo tenemos que hacer. Tenemos que demostrar que nos tocó en lo más profundo el mensaje de la gente que no nos votó”, contó uno de los máximos responsables de que el Estado esté presente en todos los barrios.

El problema sigue siendo el mismo que se observa desde el origen de la llegada de los Fernández al poder. Que uno tenía una idea para subsanar los múltiples problemas económicos y la otra, otra. Para peor, al mismo tiempo que debían resolver temas gravísimos en materia de caída de actividad e inflación, se tenía que iniciar un proceso judicial que revisase, con éxito para la vicepresidenta, todos los frentes que tiene abiertos.

El apuro y la cautela se superponían desde el inicio de la gestión, que tuvo un éxito parlamentario importante pero luego no pudo usufructuar cuando casi por unanimidad se aprobó una renegociación integral de la deuda. Ahí apareció el primer gran problema del Gobierno porque la dupla presidencial no se ponía de acuerdo sobre cómo seguir con ese tema.

Y, de pronto, llego la pandemia y la cuarentena eterna. Aquí también se notaron claramente los dos caminos que cada uno quería seguir. La del acuerdo amplio con todos los gobernadores y la oposición, que mostraba Alberto Fernández, y la otra, la de acusar a todos los sectores de la población de antivacunas y pro muerte, que proferían las usinas de la gobernación bonaerense, impulsada desde atrás por la vicepresidenta.

Esta puja por el relato y la razón, que puede multiplicarse en cientos de ejemplos, es lo que subyace hoy con la misma fuerza de siempre. De un lado se cree que la derrota de las PASO llegó porque no se fue lo suficientemente firme en el proceso de distribución del ingreso y el combate contra los poderes concentrados y del otro están convencidos que fue por ese mensaje de amenaza a todos y todas que se perdió.

Lo dramático para cada miembro del Frente de Todos es que saben que deben seguir conviviendo entre sí para mantenerse en el poder ya que no existen líderes ni sectores en condiciones de encarar un proceso virtuoso de renovación como lo fueron la que encabezó Antonio Cafiero, en 1985, o más cercano en el tiempo, el de Sergio Massa, en 2013.

El primero de los ejemplos, que algunos creen imprescindible y más drástico, se hizo cuando el peronismo no estaba en el poder. ¿Comparan inconscientemente a CFK con Herminio Iglesias?...  El segundo, es imposible, porque su protagonista hoy está tan resistido como el resto de los protagonistas de la actualidad oficialista.

La Cámpora empieza a observar, por primera vez, la infalibilidad de su líder, Cristina Kirchner y ya hay algunos que separan a la vice de su hijo, Máximo, en análisis y diagnósticos. Sin embargo, ella demostró quien manda no solo cuando la carta abierta hizo tambalear al Gabinete del presidente, sino que también hizo lo mismo al citar, a Santa Cruz, a su más preciado dirigente, Axel Kicillof.

Esas renuncias y cambios de ministros nacionales y provinciales eran pedidos diariamente por la dupla que armaron Máximo Kirchner y Sergio Massa, pero sólo pudieron implementarse tras la decisión directa de Cristina.

Los gobernadores, el otro brazo de poder peronista, está en estado de asamblea permanente. Saben y se sienten diferentes entre sí y la confianza se ha extinguido. Lo mismo le sucede a los intendentes del Conurbano, que desde la llegada del kirchnerismo jamás han podido recuperar la sincronización de sus actos.

Para peor, la llegada de un nuevo jefe de Gabinete como Juan Manzur, hiperactivo y valorado por “la política”, puso en crisis la otra parte del relato de inclusión y políticas de género al ubicar en el centro del poder a una persona que hizo tanto en su provincia, Tucumán, para que las mujeres no ampliaran sus derechos.

Ni que hablar de Aníbal Fernández, lúcido y locuaz como siempre, que no aporta votos y sí conflictos. “Es un equipo para llegar a noviembre. Después todo se vuelve a repartir”, definió el pesimista que sabe que si no hay un cambio profundo, el peronismo puede quedar herido por mucho tiempo.

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