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Ser padre: la paternidad como misión transformadora

Cuando hablamos de paternidad pensamos en un norte a seguir, un modelo auténtico, como la vida de Enrique Shaw, un empresario y padre de familia modelo.

Enrique Shaw, empresario y padre de familia.

Enrique Shaw, empresario y padre de familia.

Archivo MDZ

En un tiempo marcado por la incertidumbre, la inmediatez y vínculos cada vez más frágiles, redescubrir el valor de la paternidad se convierte en un acto de humanidad y esperanza. La presencia del padre-su modo de estar, amar, corregir, acompañar y educar- deja huellas en la vida de los hijos y en el corazón mismo de la sociedad.

Hablar de paternidad implica reconocer, con humildad, que niños y jóvenes necesitan con urgencia modelos auténticos. Padres presentes, cercanos, coherentes. Padres que, como Enrique Shaw -empresario argentino, padre de familia y actualmente en proceso de canonización-, vivan su vocación con alegría, entrega y sentido trascendente.

Enrique Shaw concebía la familia como un don, y la paternidad como una verdadera misión de amor y servicio.

No la entendía como un rol secundario, sino como el centro de su vida. Su dedicación a sus nueve hijos da testimonio de esta convicción profunda: veía en cada uno de ellos un alma única, confiada por Dios, a la que debía guiar y amar incondicionalmente.

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Hablar de paternidad implica reconocer, con humildad, que niños y jóvenes necesitan con urgencia modelos auténticos.

Hablar de paternidad implica reconocer, con humildad, que niños y jóvenes necesitan con urgencia modelos auténticos.

La coherencia fue su sello distintivo. Lo que vivía en su hogar lo proyectaba también en el trabajo y en su entorno social. Fue “padre” en su forma de acoger, guiar y dar lugar al otro, también en el ámbito laboral. Conocía por su nombre a cada colaborador, se interesaba por sus vidas, respetaba su dignidad. No predicaba la caridad: la vivía. No teorizaba sobre la justicia: la practicaba.

En su vida, el deber profesional y la misión familiar se entrelazaban de forma natural

Sabía que ningún éxito laboral podía compensar la ausencia en el hogar. Por eso, al comprender que la vida militar dificultaría su presencia junto a su esposa e hijos, pidió la baja de la Armada. Así iniciaba un camino de entrega donde lo más importante no sería su nombre, sino las personas a quienes había sido llamado a amar y formar.

Hoy, cuando tanto se habla del tiempo de calidad, Enrique nos recuerda que no basta con estar: es necesario estar bien. Con atención, respeto, palabras que alienten y silencios que abracen. A pesar de sus múltiples responsabilidades, encontraba momentos para cada uno de sus hijos. Escuchaba, preguntaba, se interesaba por sus estudios, juegos e inquietudes. No educaba desde la imposición, sino desde la confianza. Promovía la libertad, formaba el criterio, alentaba decisiones responsables. Proponía un ideal elevado, pero lo hacía con dulzura, y con el ejemplo como primer lenguaje.

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Cecilia Bunge y Enrique Shaw.

Cecilia Bunge y Enrique Shaw.

En su hogar reinaban la fe, la esperanza y la caridad. Junto a Cecilia Bunge, su esposa, formaron un matrimonio sólido, sostenido por la oración compartida, la alegría cotidiana y una visión común sobre la misión de educar.

Lo admirable de su figura no reside solo en lo que hizo, sino en cómo lo vivió. Fue un padre que no se refugió en el trabajo ni se desentendió de los problemas del hogar. Al contrario: desde su paternidad construyó un estilo de liderazgo, una forma de estar en el mundo, un legado que sigue hablando hoy a tantos hombres que desean ser padres verdaderos.

El testimonio de Enrique Shaw nos invita a recuperar la grandeza de una paternidad viva, presente y formadora.

Interpela a ser padres que eduquen no desde el miedo, sino desde la confianza. Padres que enseñen no solo con palabras, sino con gestos de amor, actitudes consistentes, alegría compartida y fe vivida.

En un mundo que con frecuencia desvaloriza el papel del padre o lo reduce a un mero proveedor distante, se necesitan hombres que abracen esta vocación con coraje y ternura. Hombres que, como Enrique, comprendan que ser padre es mucho más que un rol: es un llamado, una oportunidad para transformar vidas y construir futuro.

Porque, como subrayó el papa León XIV: “Del seno de las familias nace el futuro de los pueblos”. Y allí, en ese núcleo vital, el padre tiene un lugar insustituible: ser rostro visible del amor, guía sereno en la tormenta y faro encendido que ilumina, con su vida, el camino de quienes vienen detrás.

* Alejandra Weibel. Docente del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral.