AMIA 31 años después: "Hoy solté un poco de dolor recordando a mi hermana Romina"
Guillermo Bolan compartió con MDZ la historia de su hermana Romina, una de las 85 víctimas del atentado a la AMIA. El dolor, el duelo y la memoria.

Guillermo Bolan, hermano de Romina.
Agustín Tubio / MDZEl 18 de julio de 1994 cambió la vida de cientos de familias. Esa mañana soleada, Romina Ambar Luján Bolan, de 19 años, caminaba rumbo a la Facultad de Ciencias Económicas por la calle Pasteur, en pleno centro porteño, cuando explotó la bomba en la AMIA. Sobrevivió unas pocas horas.
Hoy, 31 años después del atentado a la AMIA, su hermano Guillermo rompe el silencio y habla por primera vez del impacto de su pérdida.
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-El día que cambió todo. Guille, ¿qué recordás de ese día?
-Estaba con mi mamá en casa cuando escuchamos una especie de estallido. Minutos después, recibimos una llamada desde el Hospital de Clínicas, Romina había sido internada. Ella misma, consciente, dio el número de teléfono. Salimos en taxi, sin pensar que lo peor podía pasar. La esperanza duró algunas horas. Médicos, familiares y pertenencias. Hasta que llegó la noticia que cambió para siempre la historia de la familia. Nos llamaron a una sala y nos entregaron las cosas de Romina. Fue un momento devastador. Y, al poco tiempo, nos comunicaron que había fallecido. Mi papá se desplomó. Fue el final de su vida tal como la conocía.
-Guille, tenías 17 años. Te convertiste en sostén emocional de tus padres.
-No hay explicación para la muerte de un hijo. Mi mamá Amelia atravesó años muy duros, marcados por el silencio, la angustia y la ausencia. Mi viejo, quebrado por el dolor, falleció diez años después de un paro cardíaco. Era muy familiero y sufrió mucho. En cada partido de hockey me acompañaba con una foto de Romina, la hacía besar por todos los jugadores del equipo. Pero creo que esos diez años que yo viví con mi papá, porque él me acompañaba mucho a mí y yo soy deportista, jugar hockey sobre patines... Toda mi vida veía como sufría la ausencia de Romina en todos los partidos. Claro, su presencia estaba aunque no físicamente, pero un día dijo basta. Y se fue y partió. Y los que quedamos seguimos con mucho dolor, algunos lo los llevamos como podemos, lo escondemos como podemos. Y digo esconder porque, bueno... El dolor está encajonado, bien abajo. Hoy abrí ese cajón por primera vez.
-En tu caso, Guille, ¿está encajonado y no va a salir de ahí?
-Durante años, preferí contener a los demás. Eso postergó mi propio duelo. Uno se adapta a sobrevivir, no a sanar. Hubo mucho silencio en casa. Y ese silencio pesaba más que las palabras.
El dolor de la familia
-¿Cómo eran sus vidas antes de esa mañana?
-Romina era la hermana con la que más compartía. Hacíamos todo juntos, peleábamos mucho, pero éramos muy unidos. Su ausencia se volvió un vacío permanente. Las cenas, los fines de semana, las fechas clave, todo estaba atravesado por el dolor. La vida siguió, pero con una parte mía quedó detenida en ese 18 de julio de 1994. Las imágenes de ese día me siguen persiguiendo. Una vez vi un noticiero por casualidad y justo pasaron una imagen de Romina siendo asistida. Fue la única vez. Nunca más pude volver a ver nada de eso. La herida sigue abierta. Ese día la vimos partir, pero nunca dejamos de sentirla cerca.
-Guille, tenés una sobrina, ¿cómo le contaron que tuvo una tía llamada Romina?
-Mi sobrina Belén, que nunca conoció a Romina, la honra asistiendo a actos y hablando de ella. Tiene los mismos valores y hasta se le parece físicamente. Hoy es una chica maravillosa y estamos orgullosos de ella.
-¿Te enojaste con Dios?
-Al principio mucho. Me acuerdo que iba al cementerio de la Chacarita, me quedaba horas y puteaba a Dios y a María Santísima. Y con el tiempo me fui a mi amigando con Dios. Hoy en día la fe y la espiritualidad son mi refugio. Hoy me reconcilié. Pero el dolor sigue ahí. También hubo otras pérdidas: el marido de mi hermana falleció en un accidente cuando ella estaba embarazada. Belén, nunca conoció a su padre, fue criada por la familia con el amor que Romina ya no pudo dar.
-¿Cómo está Amelia, tu madre?
-Mi madre tiene una gran fortaleza, quien aún hoy, con 83 años, conserva intacto el carácter. Mi vieja sostuvo todo como pudo, con un temple impresionante. Y eso también nos marcó. En medio de tanto dolor, también hubo momentos de luz. Nos aferramos a ellos porque son los que nos permiten seguir adelante. Los recuerdos con Romina también viven en pequeños gestos cotidianos, en sueños donde aparece, en los silencios compartidos que la traen de regreso.
-¿Cómo te sentís hablando de Romina en la entrevista?
-Nunca había hablado públicamente de Romina. Lo tenía guardado, encajonado. Hoy decidí abrirlo. Creo que recordar es también una forma de mantener viva la historia de mi hermana y de las 85 víctimas. Esto fue un asesinato. La impunidad sigue, pero no quise hablar de eso. Esta nota es para Romina.
"Saqué un poco de dolor recordando a Romina"
-Cuando hablas de ella, el dolor recrudece. Pero también la hacés presente.
-Mi testimonio busca honrar a Romina, a su historia, a su memoria. Cada 18 de julio duele más. Pero si la recordamos, no se va. Ella está presente. Siempre. No sé si se sana del todo, pero al menos podemos abrazar el recuerdo con amor. Y seguir. Por ella, por nosotros, por la memoria.