Argentina-Uruguay: tres horas de angustia en una Bombonera explotada
Historia de cómo fue ir a la cancha de Boca con mis hijos para ver el partido de la Selección y no morir en el intento.
Qué duro es el golpe contra la realidad cuando venís embalado de la emoción. Más aún cuando te invade el miedo de que le pase algo a tu familia. Esta noche en la Bombonera la veníamos planeando hace bastante. Fuimos del grupo de los afortunados, porque conseguimos entradas para poder ver a la Selección de Messi, Di María y a los Campeones del Mundo en suelo argentino.
Ya te sentís “de otro palo” cuando llegás y buscás dónde dejar el auto y accedés al precio que te pidan sin chistar. Hasta ahí todo normal, o más bien, todo según nos habían anticipado.
Pasamos tres o cuatro controles hasta llegar a la mítica Puerta 12. Sabiendo a dónde llevaban esas escaleras, intentamos ir a la primera o a la tercera bandeja, pero no hubo forma. Eran casi las seis de la tarde y decidimos seguir adelante, después de un consejo de la policía de que vayamos tranquilos, que con la Selección no era lo mismo que cuando juega Boca. Estábamos con mi mujer y mis dos hijos (9 y 6 años). Mi mujer duda y yo no le presto atención. Subimos las escaleras y llegamos a la 2da bandeja norte, territorio de “La 12”, pero donde - según nos habían contado varias personas que suelen ir a la cancha - “respetan bastante a las mujeres y a los nenes”. Más tarde me di cuenta de que “bastante” no significa para todos lo mismo.
Llegamos y la tribuna estaba al 70%, pero todos sentados. Conseguimos sentarnos en el escalón más alto, tirando bastante para la esquina de la platea y, efectivamente, había varias familias y todo era buena onda. Todavía no había bombos, trompetas ni personas paradas en los para avalanchas mirando con cara de pocos amigos.
Pasaron dos horas y, por la cantidad de gente que siguió entrando, ya nos tuvimos que parar; no había lugar para más nadie, y todavía los jugadores ni habían entrado en calor. En el pasillo de dos metros que está detrás de la tribuna había 3 hileras de personas esperando que se haga lugar. Hay una regla fundamental de la física que me quedó de la vida: la materia no se traspasa. Hoy corroboré que es cierto, pero si se corre, se intimida, se pisotea, se atropella con tal de buscar un lugar.
Cuando los jugadores saltaron al pasto a realizar los movimientos precompetitivos, un malón como salido de una trinchera nos pasó por encima a todos los que ya estábamos a los codazos para mantener nuestro lugar. En ese momento terminé de darme cuenta de que me había equivocado y encima había arrastrado a mi familia.
El escenario dantesco se agravó cuando escuchamos los bombos y las trompetas… En donde no entraba nadie, de alguna manera entró mucha gente más. Por suerte los que habíamos llegado temprano nos mirábamos como para aplastar a los chicos, pero tampoco podíamos salir justo en ese momento. Es desgarrador que tus hijos te busquen la mirada para que soluciones algo que está mal desde el principio.
Sonó el himno argentino, lo cantamos a los gritos, tal vez fue un desahogo por las tres horas que habíamos estado en esa situación o tal vez sabíamos que era lo único del partido que íbamos a ver. Después del segundo “O juremos con gloria morir” nos escapamos.
¿Fuimos los únicos? No, fuimos varias personas con chicos las que buscamos la tranquilidad de las escaleras para terminar con el martirio, y eso que no hubo incidentes que empañaran la fiesta. En los controles de afuera nos encontramos con cientos de personas que tenían entrada, pero que eran retenidas en los controles porque no había más lugar. Decisión sabia e injusta a la vez.
Mis hijos vieron a Messi, Di María y a los Campeones del Mundo - entrar en calor y cantar el himno -, pero sobre todo vieron que no hay que quedarse en una olla que está en el fuego, calentándose de a poco viendo cómo todo está en ebullición.

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