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Su hijo estuvo al borde de la muerte por consumir cocaína adulterada y hoy lucha para que no vuelva a caer

El 2 de febrero, tras haber consumido cocaína adulterada, decenas de jóvenes llegaron a los hospitales bonaerenses con alto riesgo de vida. Ariel fue uno de ellos. Según su mamá, sobrevivió por un milagro. A seis meses de ese episodio, la lucha contra las drogas sigue siendo su principal batalla.
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Hace seis meses, Beatriz pasaba noches sin dormir. Uno de sus hijos, Ariel, estaba en la terapia intensiva del Hospital San Bernardino de Hurlingham. Era un nombre más en la lista de víctimas del consumo de cocaína adulterada. Salió vivo. “Resucitó”, dice su mamá que en ese momento sólo pudo pedir a Dios que cuidara la vida de su hijo.

El episodio fatídico revolucionó al país durante más de 72 horas. Quienes habían consumido esa cocaína adulterada llegaban a los hospitales al borde de la muerte. Las autoridades tomaron medidas desesperadas: desde pedir a la gente que no consumiera las sustancias que había comprado en esos días hasta difundir el nombre del antídoto que podía servir en esos casos

Corrieron múltiples versiones respecto a lo ocurrido. Decenas de personas permanecieron internadas durante días y 24 perdieron la vida a raíz del consumo de esa cocaína adulterada. La expresión “droga envenenada” mutó en cuanto los familiares de las víctimas hablaron: “La droga siempre es un veneno ”. 

Beatriz repite esa frase. La droga siempre mata. Sabe de lo que habla: tres de sus cinco hijos tienen problemas de consumo. Uno de ellos es Ariel, a quien encontró tirado en el piso de la cocina. Él había consumido esa cocaína cortada con carfentanilo, un opioide muchísimo más potente que el fentanilo, que le vendieron en Puerta 8.

Beatriz ya había tenido un episodio similar, aunque entonces no había sido hace muchísimos años. Pero entonces, él no había perdido la conciencia sino que le repetía: "Mami, me muero". Beatriz hace pausas al contarlo y dice que esa vez Dios ya le había salvado la vida. Esta vez fue diferente. "tenía los ojos para atrás. Casi no respiraba", recuerda y acota que se enteró de la magnitud del problema una vez que estuvo en el hospital.

Beatriz cuenta su historia por la urgencia de cambiar las reglas: sabe que la sociedad

“Vivo en Hurlingham, en el límite con Tres de Febrero, cerca de Puerta 8”, cuenta Beatriz y sigue: “A los chicos les quedaba cerca ese lugar. Cuando pasó todo eso yo quería hablar para que me ayudaran, para que cambien las leyes, porque vos tenés un hijo de 13, 14 o la edad que sea y no podés hacer nada. Ellos no tienen su mente clara para decidir qué está bien y no quieren internarse porque ahí no pueden consumir y ellos quieren seguir drogándose”. 

Beatriz sabe que la lucha contra la droga es larga. “Hay recaídas”, afirma y cuenta que Ariel mismo tuvo sus recaídas. Incluso después de esta segunda oportunidad que, según Beatriz, Dios le regaló. “Él lo sabe. Yo le oraba a Dios diciéndole que si era su voluntad llevarlo con Él así fuera, y lo iba a aceptar pero que le diera una segunda oportunidad. Y así fue. Pero recayó. De a poco. Primero un cigarrillo, después algo de marihuana y después otras cosas. Le dije que de mi casa se tenía que ir y no tenía a donde. No tenía más opción que internarse”. 

El relato de Beatriz denota ternura y firmeza, además de una fe inquebrantable. Apenas unos días después de su llegada a la comunidad la llamó para decirle que se quería ir. Pero ella está segura de que aun debe permanecer más tiempo ahí. Se nota el dolor, pero también el deseo de verlo bien. Recuerda que su hijo estuvo al borde de la muerte y desliza: “Quiero tener a mi hijo vivo”. 

Esa sentencia la sostiene. Y es la que repite en la oración cuando, sin público, se permite llorar. “Sólo me inclino ante Dios”, confiesa y recuerda que su fe se hizo vida cuando la vida de un ser amado estuvo en jaque. Una y otra vez le tocó decir la misma oración que repitió cuando Ariel estaba en la terapia intensiva del Hospital San Bernardino. “Dios, si es tu voluntad…”. 

Su relato se corta cuando vuelve a ese momento. “La droga es muerte y destrucción. Destruye todo. Aunque no esté adulterada, la droga mata, es veneno siempre”, repite con firmeza para que no queden dudas. No quiere señalar a nadie, pero entre líneas desliza que la venta y el consumo de drogas están librados porque “a nadie le importa”. 

Cuenta que lleva años luchando contra las drogas: “Al principio quería encontrar a los que les vendían. Me he metido en las villas cuando era más joven”. Ahora, a los 68, Beatriz dice que ya no está para esas movidas. Apoya, como puede, a las madres que -como ella- alertan sobre las situaciones de consumo y la falta de respuestas. 

Está convencida de que es una lucha que debe dar toda la sociedad. Le preocupa, especialmente, la falta de metas en los jóvenes. “Quiero que esto sirva para darnos cuenta. Para sanar. Hay mucho dolor, mucha soledad… Los jóvenes no tienen metas ni proyecto de vida”, reflexiona. 

Desea que haya un cambio en la Ley de Salud Mental y Adicciones que permita al entorno cuidar más y mejor a las personas en situación de consumo. Aprendió a poner límites a sus hijos -sufre en silencio sus caídas- y espera transmitir a sus nietos valores que son pilares en su vida: el trabajo, la verdad, los vínculos.