Analfabetismo

El desafío de aprender a leer y escribir "de grande" en la era 2.0

Miles de personas en Argentina nunca aprendieron las herramientas básicas para desenvolverse. Las historias de mujeres que decidieron salir adelante más allá de la edad, el sufrimiento y las adversidades.

Zulema Usach
Zulema Usach lunes, 28 de febrero de 2022 · 07:00 hs
El desafío de aprender a leer y escribir "de grande" en la era 2.0
Aprender a leer y escribir es un desafío para miles de argentinos Foto: Maximiliano Ríos/MDZ

Llega con una sonrisa. “Buenas tardes, es acá, ¿cierto?”, dice y se ubica en una de las sillas que hay alrededor de la larga mesa del salón parroquial. La mujer tiene unos profundos ojos verdes que le brillan mientras mira con atención las formas de las letras vocales. Sigue con el lápiz cada detalle, escucha las explicaciones de su maestra, siente que una gran puerta se le abre. Algo así como un universo por descubrir.

Es martes por la tarde. Eugenia Flores (55), da el primer paso para iniciar un nuevo recorrido en una vida que nunca le jugó a favor. “Fui la niñera de mis 23 hermanos; la empleada de mi mamá. Me casé creyendo que el matrimonio me iba a hacer bien pero no. Me fue muy mal. Lo único bueno han sido mis cinco hijos y mi hijo del corazón”, dice al referirse a su nieto de 16 años, mientras la alegría se le va transformando en dolor vívido, como si cada una de las situaciones de las que ha sido víctima le desgarraran el corazón; se le disiparan en un mar de lágrimas.

Aprender a leer y escribir es el desafío que Eugenia, al igual que miles de personas adultas, ha decidido emprender. Ahora, dice, le toca a ella ser la protagonista de un cambio que hace mucho venía buscando: poder saber qué dicen los carteles de los negocios y las calles; entender ese mensaje de texto que le llega a su celular y poder responderlo; ayudar a su nieto, comprender de otro modo el mundo que la rodea y en el que ha dejado una huella marcada por el amor.

Trabajó sin descanso, sobre todo, para que sus dos hijos sí pudieran ir a la escuela y crecer saludables. “Mi sueño siempre fue ser enfermera. Amo atender a los viejitos, cuidarlos, escucharlos. Es a lo que me dedico ahora; siempre trabajé en limpieza, pero nunca pude tener un trabajo formal. Siento que este es el momento de ocuparme un poco a mí”, dice con la mirada puesta en el futuro.

Las alumnas en su primer día de clases en la parroquia del barrio San Martín

Cuando un nuevo mundo se descubre

El Centro de Educación Básica para Jóvenes y Adultos (CEBJA) ubicado en el barrio San Martín, es uno de 141 espacios disponibles en Mendoza para que las personas que no han logrado permanecer en la escuela tengan la posibilidad de aprender desde los conocimientos básicos de la primaria hasta finalizar la escuela secundaria. Según la Dirección General de Escuelas (DGE), a esos CEBJA  se suman otros 206 anexos que funcionan como aulas satélites en uniones vecinales, iglesias, parroquias y espacios donde sea posible captar a la mayor cantidad de personas posible.

Porque, claro está, el analfabetismo en la era digital es una de las deudas pendientes en Argentina: en las estadísticas (insuficientes y desactualizadas) el porcentaje aparece desdibujado, ínfimo. Las historias y la realidad, muestran un panorama muy diferente. Los datos oficiales dan cuenta de que solo en 2021, 15 mil personas se sumaron a los planes para aprender a leer y escribir o terminar la secundaria en Mendoza. Mariana Caroglio, directora de Educación Básica de Adultos y Jóvenes de la DGE, detalla que uno de las metas para este año lectivo es establecer vínculos y convenios institucionales en las zonas más alejadas para poder ampliar el servicio.

Analfabetismo “extremo”

Lo cierto es que en los barrios y en las zonas rurales, la problemática suele ser, más bien cotidiana. “Además de todas las necesidades que se viven y el hambre, vemos que hay mucha gente que no sabe leer ni escribir. Nosotras con otras señoras les ayudamos a hacer trámites porque muchas veces se quedan fuera de cualquier posibilidad de inclusión o ayudar por el solo hecho de no saber lo básico”, advierte Paola González, fundadora del merendero “Yo sí te creo”. Agrega que el nivel de analfabetismo extremo es uno de andamios sobre los cuales la pobreza y la marginalidad se profundizan de generación en generación.

“Son personas grandes que desde la infancia han tenido que salir a trabajar y nunca tuvieron la posibilidad de ir a la escuela. Eso a su vez, siempre los ha llevado a tener que trabajar de manera informal, excluidos del sistema”, recalca González, al referirse tan solo a una de las tantas problemáticas por las cuales lucha todos los días para ayudar a mamás, adultos mayores y personas con discapacidad de los sectores más necesitados.

Filomena Vilca Taboada tiene 37 años. Cuenta que llegó a Mendoza a los 15. Vivía en Potosí (Bolivia), junto a sus 16 hermanos. Cuando era pequeña, su principal tarea fue, al igual que Eugenia, cuidar de sus hermanos, limpiar la casa y ayudar a sus padres en las tareas del campo. Nunca pudo llegar a primer grado. Hoy, en la zona más rural más empobrecida de Las Heras, El Algarrobal “de abajo”, reparte las horas del día entre cuidar de sus hijos, atender la casa y trabajar en los hornos de ladrillo; una actividad a la que se dedican varias familias de la zona. “A mis hijos siempre les digo que ellos estudien, que aprendan. Yo no pude ayudarlos cuando hacían sus tareas pero ahora ellos cada tanto me explican a mí”, dice apurada Filomena. Debe volver a su trabajo.

Un sueño posible

María Isabel Castro decidió que a sus 70 años iba a lograr lo que nunca nadie le permitió: saber qué secretos guardan esas letras que siempre vio por todos lados pero que nunca comprendió qué es lo que decían. 

En su rostro se notan las marcas de una una vida de sacrificios y entrega absoluta a los demás, a atender las urgencias de la pobreza. Estuvo siempre allí, dispuesta y de brazos abiertos para proteger a otros seres humanos. Los años se le pasaron luchando por sostenerse en un presente que muy pocas veces la hizo sonreír. Ahora, dice, siente alegría. 

“Estaba esperando que empezaran las clases para poder venir. Siempre quise aprender a leer pero nunca pude ir a una escuela”, relata al terminar la clase que siguió de cerca junto a Eugenia, en el salón de la parroquia Virgen de los Pobres, ubicada en el barrio San Martín.

Allí, el trabajo para poder integrar a las personas que han quedado fuera del sistema educativo es logrado en conjunto con el padre Marcos Aleman. Explica la directora del CEBJA de la zona, Gabriela Mesura, que las tareas se realizan de manera coordinada con el párroco. “Él muchas veces ayuda para incentivar a las personas que no han sido alfabetizadas a que se animen a venir a las aulas satélites”, detalla Mesura que comenzó el año lectivo con una demanda de más de 90 personas en el centro que dirige, entre jóvenes, adultos y adultos mayores.

“Son en su mayoría mujeres que siempre han trabajado de manera invisibilizada y precarizada. Una vez que empiezan a aprender, sienten el cambio, empiezan a descubrir que pueden lograr cosas por ellas mismas; se sienten útiles y más independientes”, destaca Mesura.

María Isabel escribe en su cuaderno algunas letras y las pronuncia. “De a poquito”, como ella dice. Y no pierde ni una de las explicaciones que con paciencia y dedicación le brinda su alfabetizadora María Eugenia Grillo (34). “Ellas se sienten muy bien porque van descubriendo que también hay otras personas en su situación, se vinculan, establecen nuevos lazos. Es su espacio”, detalla la joven que cuida cada detalle para que el clima sea de armonía y cordialidad junto a la maestra de grado, Graciela Celedón (47). “Por lo general este espacio les ayuda también a demostrarse que ellas mismas pueden, porque son mujeres que han sufrido mucho desde su infancia a lo largo de su vida”, reflexiona Celedone.

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