Calidad de vida

Una combinación explosiva: el cerebro y la contaminación sonora

Ruidos, bocinas, ruidos, voces, más ruidos, la mala fortuna que deben tolerar las grandes ciudades. ¿Influye el exceso de estímulos auditivos en nuestro funcionamiento cognitivo? ¿Es una variable que incremente el riesgo depadecer demencia? Te contamos.

Cecilia Ortiz miércoles, 10 de febrero de 2021 · 07:25 hs
Una combinación explosiva: el cerebro y la contaminación sonora

Por estos días llegó a mis manos la publicación de un trabajo de investigación que vincula la exposición a altos niveles de contaminación sonora con un incremento en el riesgo de padecer Enfermedad de Alzheimer. Y pareciera ser que últimamente se busca relacionar malos hábitos con la enfermedad de Alzheimer: alimentación, polución, estrés, etc.

Humildemente, observo que la consideración de estas y muchas variables apunta hacia un tema central: calidad de vida. Porque más allá de la genética, el ambiente contribuye favoreciendo o no la expresión de los genes.

La modernidad, la industria, la urbanización y el ajetreo cotidiano causan una alta contaminación auditiva en los parajes urbanos. El transporte, la construcción, el acelerado crecimiento poblacional, entre otros, son la principal causa de ruido. Se puede asegurar que todas estas actividades rompen el equilibrio natural y provocan estrés”, dicen Miriam Alfie Cohen y Osvaldo Salinas Castillo, del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma Metropolitana de México. Ambos llevan tiempo investigando temas ambientales.

La causa principal de la polución sonora en las grandes ciudades es el tránsito vehicular. Contra la creencia general, los mayores responsables no son los tan denostados "escapes libres", sino los motores diesel. Cuatro ómnibus hacen más ruido que 100 autos. Una persona ubicada en una parada de transporte debe soportar un promedio de 80 dB y picos superiores a los 100 dB. Los niveles de emisión sonora que se dan en algunas zonas de la Capital debido al flujo vehicular ponen de manifiesto la necesidad de tomar medidas de precaución”, explican en un importante trabajo de medición realizado en el año 2006 C. E. Boschi y G. E. Muñoz, importantes profesionales de nuestro medio.

En diversos estudios realizados se ha obtenido correlación entre índices altos de contaminación sonora y proporciones, también altas, de contaminación de aire, lo que conduce a pensar que ambos factores actúan como estresores.

El ruido en índices elevados sumerge a nuestro organismo en un estado de arousal, o atención elevada, que incrementa los niveles de ciertos neurotransmisores y hormonas, entre ellos el cortisol. Entonces, este organismo preparado para la acción destina energías en este proceso, restándoselas a otros que en ese momento no considera de utilidad, como por ejemplo, la capacidad de planificar, organizar, tomar decisiones, recordar información reciente. Así, los procesos cognitivos sufren una merma importante.

Por otro lado, la exposición a altos decibeles durante la noche puede ocasionar alteración del sueño y sabemos que es durante esta actividad cuando ocurre la consolidación de aprendizajes. Un número significativo de quejas de memoria en pacientes jóvenes es debida al insomnio.

Además de las comprobadas consecuencias cognitivas de la contaminación sonora, cuentan las psicológicas (como irritabilidad, ansiedad, miedo) y físicas (como cefaleas, problemas cardíacos, respiratorios y gástricos, entre otros). 

Desde luego, no todo es causa exclusiva del contexto externo. Sabemos que existen tipos de personalidades que “sintonizan negativamente” con el ruido, como aquellos sujetos que padecen ansiedad y depresión, condiciones que los convierten en más vulnerables y sensibles a la influencia negativa de la acción de la contaminación sonora.

La alta contaminación sonora a la que día a día estamos expuestos hace mella en el funcionamiento cerebral. Aún resta un camino largo para determinar científicamente si existe una relación causal entre dicha contaminación y el desarrollo de una enfermedad demencial.

¿Qué hacer? 

Dado que es difícil que se produzca una mudanza masiva a zonas libres de contaminación ambiental, quizás un intento de solución pase por estrategias de salud pública que apunten a reducir el índice de decibeles, por lo menos a intervalos, en la ciudad. En este sentido, la Ciudad de Mendoza cuenta con ordenanzas que apuntan a regular la contaminación sonora, prohibiendo “producir, causar, estimular, no impedir cuando fuere factible, o provocar ruidos vibraciones u oscilaciones, cualquiera sea su origen, cuando por razones de horario, lugar, calidad y/o grado de intensidad puedan ser calificados como ruidos molestos...”

Una sugerencia importante que apunta al plano personal consiste en procurar espacios y momentos alejados de los invasivos ruidos de la urbe. La práctica de yoga o meditación en lugares tranquilos y carentes de ruidos ayuda a reducir los niveles de estrés.

Lic. Cecilia C. Ortiz / Neuropsicóloga   licceciortizm@gmail.com 

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