Apuntes de siembra

Boletines, materias abajo y batallas campales: ¿Cómo acompañar a nuestros hijos en esta etapa?

Finalmente diciembre y ya estamos en la cuenta regresiva hacia fin de año. Para algunos niños y adolescentes esta época es sinónimo de adornos navideños, programas con amigos, planear vacaciones y disfrutar de la finalización del ciclo lectivo, para otros representa un verdadero estrés.

Lic Magdalena Clariá y Mercedes Gontán domingo, 12 de diciembre de 2021 · 18:52 hs
Boletines, materias abajo y batallas campales: ¿Cómo acompañar a nuestros hijos en esta etapa?
Foto: Pexels

Este sentimiento trasciende a cada alumno y entra también sin permiso en cada una de sus familias. La pregunta ¿cuántas tenés abajo? se vuelve tendencia en nuestro diálogo con los chicos, generando discusiones, y escaladas de conflicto.

El rendimiento escolar de cada niño y adolescente es un universo único, donde conviven infinidad de factores: emocionales, pedagógicos y también coyunturales. Por eso mismo, es difícil generalizar al respecto, pero hecha esta aclaración, creemos que es bueno reflexionar juntos sobre nuestro rol como adultos en estas circunstancias.

Los padres solemos esperar que a nuestros hijos “les vaya bien”, y depositamos en ellos muchas expectativas que tienen que ver con que aprovechen las oportunidades que tienen, y puedan lograr los objetivos propuestos. Coincidimos en que la educación es un valor inigualable, y es una herramienta fundamental para su futuro.

Sin embargo, hoy en día, tanto entre niños y jóvenes como en adultos, comienza a normalizarse un peligroso discurso de que la educación no es tan importante como creíamos. Partiendo de una errónea interpretación de la interesantísima teoría de las inteligencias múltiples, olvidamos que aquellas materias troncales son también claves para su desarrollo, más allá de sus habilidades especiales.

Hace poco circuló una carta de un director español que invitaba a los padres a relajar la presión en esta época de exámenes. Coincidimos en su enfoque de que las notas y calificaciones no son lo más importante, y que el mensaje a nuestros hijos tiene que ser siempre positivo, recordándoles nuestra incondicionalidad, y transitando con ellos los errores como oportunidades para aprender.

No obstante, con una interpretación literal, podemos caer en el extremo de olvidarnos de transmitirles el valor del esfuerzo. Si sólo los incentivamos a desplegar esas habilidades para las que tienen especial talento, los dejamos permanecer en una zona de confort que en lugar de generarles un bien, los empobrece.

Es cierto que los contenidos de algunas materias no serán para ellos de aplicación cotidiana según sus vocaciones, sin embargo, cada uno de ellos, representa un paso en el camino que en su historia les permitió desafiarse a ellos mismos. Hacer cálculos para aquellos que odian las matemáticas, redactar cuentos para aquellos que detestan literatura, descifrar fórmulas químicas, entender mapas, y tantos otros ejemplos.

Sin duda, cuanto más sólida sea su cultura general y completa su formación, más herramientas tendrán para decidir en el futuro.

No confundamos el mensaje de “siempre vamos a estar con vos” o  “lo importante es aprender, no la nota que te sacaste”, con un “todo da lo mismo” o  “no vale la pena esforzarse, si total no me sale”.

Benjamín tuvo un año escolar complicado, le costó readaptarse a la presencialidad, y sin darse cuenta empezó a descuidar sus estudios, se acumulaban las tareas sin entregar, y siempre se acordaba el día anterior de estudiar para el examen. Este tercer año de secundaria, le estaba costando más de lo que pensaba. Cada bimestre la misma historia al recibir el boletín, "¡Qué desastre esas notas!", le decía su mamá preocupada. “No más salidas hasta que mejores las calificaciones”, amenazaba el papá (aunque él mismo sabía que no iba a cumplir esto porque pobrecito después de tantos meses de pandemia, necesitaba compartir momentos con sus amigos). Cuando parecía que todo iba a repuntar, fin de año se complicó aún más, se multiplicaron los aplazos y las dos o tres materias que peligraban se volvieron seis abajo.  Cuatro a diciembre y dos directo a marzo.

La hermana más chica todavía se acuerda el griterío que se armó el día que llegó el boletín: portazos, gritos, reproches, llantos, una verdadera batalla campal.

Cuando en la familia uno de nuestros hijos aparece con un boletín complicado, y visualizamos que su ciclo lectivo no termina junto con sus compañeros, y que a lo mejor tendremos que resignar vacaciones y programas familiares, entran en juego el enojo, la bronca, la frustración, la culpa por no haberlo podido evitar, y tantos otros sentimientos.

Es válido y fundamental que podamos registrar nuestro propio sentimiento como adultos, cómo nos impacta, qué nos genera, pero sin perder de vista que los protagonistas son cada uno de nuestros hijos.

Acompañemos y tratemos de ayudarlos a descubrir qué ocurrió. No para reprocharles por lo que no hicieron, pero sí para aprender para el futuro. Analizar con ellos cómo nuestras acciones o inacciones tienen sus consecuencias, de las que nos tenemos que hacer responsables.  

Temas o materias que no comprenden, y que a lo mejor necesitan un apoyo externo. Falta de organización y responsabilidad. No ganas de estudiar, trasnochadas. Mal comportamiento en clase que no los dejó escuchar a los profesores. Estas son sólo algunas de las múltiples razones de esos números en rojo en los boletines. Ayudarlos a descubrir cuál los identifica, y a partir de eso, encauzarlos para trabajar.

Según la edad de los chicos tendremos más o menos injerencia en su estudio cotidiano, pero en todos los casos podemos contribuir desde nuestro lugar: propiciar un ambiente adecuado de estudio, darles una mano con la organización de los tiempos, tomarles la lección para que repasen y pierdan el miedo al examen, cocinarles algo rico, etc.

Es importante también hacerles saber que estamos a disposición, pero de acuerdo a nuestros propios tiempos. Si por mi trabajo, yo tengo mayor disponibilidad por la mañana, si necesita mi ayuda, deberá levantarse temprano para que aprovechemos esas horas. Anticiparles y ser firmes con lo que ofrecimos, sin dejarnos llevar por sus lamentos.

A veces, sin quererlo, solemos incluir en nuestro discurso comparaciones, con sus hermanos, con sus compañeros de clase. Aunque sea tentador, o venga a nuestra mente, tratemos de no transmitirlo, porque no es para nada motivador, más bien todo lo contrario.

Sabemos que la pandemia tuvo su impacto en numerosos aspectos de nuestra vida, entre ellos en la escolaridad de niños y adolescentes. Sin duda, el prolongado tiempo sin clases presenciales afectó el rendimiento de muchos alumnos. Padres y docentes empatizamos con esta situación, con el cuidado que esta justa razón no se vuelva en algunos casos, una simple excusa.

La escuela es un ámbito de desarrollo y formación, donde niños y adolescentes despliegan sus potencialidades y no solo adquieren conocimiento sino que también aprenden habilidades socio emocionales que los van a acompañar a lo largo de su vida. Ayudemos como adultos, a que puedan disfrutar este recorrido, sabiendo que requerirá esfuerzo y responsabilidad de su parte, pero que sin duda valdrá la pena. 

 

*Magdalena Clariá es Licenciada en Psicología y Mercedes Gontán, abogada, Mediadora y Orientadora Familiar. Juntas hacen Apuntes de siembra

Archivado en