Sueñan con inaugurar un hogar transitorio para niños de 0 a 5 años
Anabelia, Roberto y Nancy se vieron interpelados por la realidad de niñas y niños que necesitan un hogar transitorio mientras atraviesan una medida excepcional o de abrigo. Movidos por el deseo de proteger sus derechos y con el fin de ofrecerles ese hogar, crearon el proyecto del hogar Nazaret.
Anabelia y Roberto son un matrimonio que desde el año pasado buscó un modo de involucrarse con los más frágiles de nuestra sociedad, querían “trabajar para proteger sus derechos y su calidad de vida”, dicen con entusiasmo. Ana es docente de Educación de la Universidad Nacional de Cuyo y trabaja hace 20 años en la subsecretaría de Desarrollo Social del municipio de Godoy Cruz, Mendoza; y Roby (como lo llaman quienes lo conocen) está hace 14 años al frente de una empresa. Mientras pensaban cuál era la prioridad en Mendoza y quiénes eran los más frágiles, Cristina (a quien conocían de la fundación Manos Abiertas) conectó a la pareja con Nancy, una psicóloga mendocina que había estado capacitando voluntarios en esa fundación.
Desde entonces, Ana, Roby y Nancy conformaron un equipo. Luego de un discernimiento profundo, eligieron la niñez y, dentro de esta, la primera infancia como destino de su deseo de ayudar, compatibilizando lo prioritario y lo que podían ofrecer. Decidieron poner sus energías en conformar un hogar transitorio para niños y niñas de 0 a 5 años, que están atravesando una medida excepcional (también llamada medida de abrigo). Desde el año pasado, sumaron a un grupo de voluntarios, varios de los cuales han trabajado en protección de derechos de niñas, niños y adolescentes, desde lo gubernamental y desde ONGs.

Niños y niñas a quienes se debe retirar de su ámbito familiar y de su lugar de origen pasan a una familia cuidadora o a un hogar transitorio. Esto puede durar entre 3 meses y 5 años. “Si abren mañana, tenemos 15 niños esperando”, les dijeron personas que están a cargo de estos procesos. Esta problemática los lleva a querer inaugurar pronto el hogar Nazaret, cuyo nombre eligieron porque los invita, desde la fe, a evocar la idea “de familia, de hogar, como el de José y María”.
En marzo de este año lograron gestionar el poder administrativo para accionar frente al Estado y las empresas, respaldado por la fundación Manos Abiertas. Tienen la certeza de que el modo de servir y amar desde este proyecto es echando unas redes y tejiendo otras: “Si no es articulando con otras instituciones a favor de las garantías y los derechos, es imposible. Primero, el Estado, segundo, las empresas, y tercero, las organizaciones sociales”, afirman. Consiguieron el permiso legal, los voluntarios, una donación de frutas y verduras, dinero para pañales. Sentaron las áreas en las que quieren focalizar: salud, educación, estimulación temprana y aprendizaje. Solo les falta el hogar físico.
Ana, Nancy, Roby y el equipo de voluntarios del hogar Nazaret sueñan con poder ofrecer, a niños y niñas que lo necesiten, un hogar, una familia, “que se sientan amados, cuidados, abrigados; queremos proteger sus derechos y ayudarlos a defenderlos”. Fundamentalmente, desean “que esa experiencia genere esperanza, en los niños y en el entorno”. Sienten que esta gota en el océano es el modo de agradecer tanto bien recibido en sus vidas.

Para este sueño sin límite buscan un comodato, ya que “un alquiler sería más difícil de sostener”, declaran. “Cuidar del lugar será parte del bienestar que queremos brindar a los niños. No queremos que sea un hogar más, sino uno donde ellos encuentren realmente un hogar el tiempo que estén ahí y que, mientras dure, sea fuente de amor para cada niño”.
Ana, Nancy, Roby y quienes forman parte de este proyecto de Manos Abiertas son personas que, movidas por la emoción de hacer algo por otros, creen que “ayudar a quienes comienzan la vida puede marcarles un camino distinto”.

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