Columna

¿Por qué nos cuesta tanto entender que el otro no hace lo que yo creo que debe hacer?

Todos sabemos lo que nos va a ocurrir pero que elegimos no hacer caso, elegimos no escuchar, aún sabiendo que se trata de algo grave para nosotros mismos.

MDZ Sociedad
MDZ Sociedad miércoles, 15 de abril de 2020 · 10:09 hs
¿Por qué nos cuesta tanto entender que el otro no hace lo que yo creo que debe hacer?

Por María Puebla

Una madrugada, cuando faltaban casi tres semanas para la fiesta de graduación, dos hermanas de 17 y 19 años, con la intención de bajar un poco de peso, deciden salir a correr por una zona no muy transitada del barrio. Son atropelladas por una persona que se da a la fuga. Dos horas después, un vecino que iba para el puesto se las encuentra desparramadas en su camino.

Mucha gente dijo que las chicas iban muy temprano, que qué hacían dos chicas solas, que qué tanto tienen que bajar de peso y esa locura de los adolescentes, que lo deberían haber pensado mejor, que el tipo que las atropelló seguro es un infeliz, dios lo va a castigar, que nunca va a poder superar el trauma y que será un infeliz toda su vida como también sus hijos y los hijos de sus hijos.

Con este tipo de razonamiento lo que me pasa es que se me viene a la cabeza la idea de que entonces todos sabemos lo que nos va a ocurrir pero que elegimos no hacer caso, elegimos no escuchar, aún sabiendo que se trata de algo grave para nosotros mismos. O, que hay gente que sabe lo que nos deparará el futuro pero que prefieren no decírnoslo.

Hoy en las viñetas de los chicles, esas que vienen pegadas en los Bazooka, le apareció la frase a mi hijo: “un suceso inesperado te sorprenderá”. Ya, pensé yo: si es inesperado seguramente me sorprenda. Pero entonces la idea de qué es lo que hace que algo sea inesperado me volvió a la cabeza.

Claro que hay cosas que son más probables que sucedan que otras, y todos, o casi todos, las sabemos: que si metes los dedos en el enchufe es probable que te cagues electrocutando, que si le afanas cosas a tu amigo es probable que después éste desconfíe de vos, y así una lista infinita. Pero igual acá me persigue la misma idea: ¿es que hay probabilidades que tienen que ver más con el contexto y que no son tan absolutas como tendemos a creer? Por ejemplo: en mi contexto, clase media y familia de profesionales, es probable que a mis hijos no les cueste tanto el cole e incluso que hasta les guste leer. Pero, en otro contexto, el de personas que no tiene la guita para pagar la luz, es probable que lo que esté puesto en valor sea el trabajo más que el cole y los libros. Probabilidades no certezas, claro.

El tema es que después interpretamos lo que le pasa al otro desde nuestro contexto y no desde el del otro. Juzgamos lo que el otro hizo con las posibilidades que nosotros tenemos. Y ahí es cuando se me enreda la cosa en la cabeza: ¿por qué seguimos creyendo que el otro tiene que hacer lo que yo creo que tiene que hacer? ¿Por qué analizo lo que le pasa al otro desde mis posibilidades y no desde las que él realmente tiene?

Todos tenemos, lo que en neuropsicología se llama, Teoría de la mente; que es la capacidad de atribuir deseos y pensamientos a lo que el otro dice o hace. Pero esta capacidad no aparece de la noche a la mañana como por arte de magia. Cuando somos pequeños lo que hacemos es creer que la mente del otro es similar a la propia para después, con la maduración cerebral y la experiencia que el contexto me permite, alcanzar el estadio en el que puedo entender que en la cabeza del otro pueden pasar cosas muy distintas a las que pasan en la mía. Esa capacidad mental es una consecuencia de la evolución, pero solo se desarrolla adecuadamente si hay un contexto que lo promueve, caso contrario no madura. Los especialistas hablan una influencia del 60% del contexto por sobre lo biológico.

Pero ¿qué es contexto? Lo que dijimos antes, que si a mi me toca nacer en una casa donde veo que mi papá o mi mamá no regresan a casa durante días, que yo me tengo que cocinar y a mis hermanos, que no pasa nada si no voy al cole porque mis viejos son analfabetos o que en el cole me dicen que no vuelva más porque tengo feo olor, que mis vecinos se la pasan en la esquina chupando, etc., entonces tu cabeza se va a configurar de una manera muy distinta a la de un pibe que le tocó nacer en una casa donde los viejos se ponen a hacer las tareas con él, donde el pibe se puede bañar y después comer la cena que le han preparado, que le dicen que se lave los dientes, que lo llevan a la psicóloga porque llora la pérdida de la mascota, etc.

Sin embargo, la tendencia habitual es la de creer (desde mi propio contexto) que así como YO pude salir a flote de una situación personal complicada entonces Juanito también puede y DEBE hacerlo. Eso se llama empatía cognitiva y, claramente en casos de este tipo, necesita ser entrenada. Mientras más la entrenes mejor capacidad vas a tener para vincularte con las demás, porque justamente es esa una de las razones de su es evolución: la de ser capaces de “leer” cada vez mejor la mente de los demás.

Hasta ahí la explicación racional que puedo dar.

Sin embargo, se me ocurre otra forma de plantearte esto mismo, pero desde otra perspectiva.

Ahí va mi rap (me encanta esta frase, se la choreé a Fabián Casas: genio de día y escritor argentino de noche):

¿Querés a tu abuela? ¿Te parece buena onda tu tío? ¿Te gusta tu cuñada? ¿Te cagas de la risa con tus primos? ¿Llorarías si se muere alguien de tu familia?

¿Sabés como se llama todo eso? Asociación diferencial. Y es el nombre técnico que le han dado los expertos a eso que pasa cuando nos criamos con gente que nos ha visto desde chiquitos, gente que nos ha alzado en brazos o nos han convidado un par de galletitas Criollita mientras esperamos el mate, gente que nos ha regalado algo para el cumple, que nos viene a hablar cuando ven que nos la mandamos con nuestra vieja o con un noviecito. Esa gente con la que has pasado asado tras asado todos los domingos de tu vida. Esa gente te ha enseñado, como le enseñaron a ellos también, qué es lo que está bien y qué es lo que está mal, qué es divertido y que no, qué es querer y qué es odiar.

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