Análisis

La violación empieza mucho antes

La ley de protección integral de la mujer establece los tipos y modalidades de la violencia hacia la mujer. De una manera bastante completa deja en claro que la misma se vive en las camas, en las casas y en las calles. ¿Donde nace?

Victoria Chales domingo, 8 de marzo de 2020 · 14:07 hs
La violación empieza mucho antes

En el 2009 la ley 26485 de protección integral de la mujer establece los tipos y modalidades de la violencia hacia la mujer. De una manera bastante completa deja en claro que la misma se vive en las camas, en las casas y en las calles. Pero esto no quiere decir que todas estas formas de violencia puedan ser denunciadas en una comisaría.

Cada día, una muerta más por su condición de mujer. Las cifras de femicidios se modifican día a día, hoy distintos observatorios hablan de 68 asesinatos en lo que va del año. Casi el 70 por ciento de ellas fue víctima de la pareja o ex pareja. La mayoría de los crímenes ocurrieron en contextos privados. ¿Pero qué hay detrás de todo ello?

¿Cómo podemos seguir pasando por números, la forma en la que estamos perdiendo a hermanas, novias, hijas, nietas, abuelas, madres? ¿Por qué siempre que esto ocurre la primera información que aparece es sobre la víctima? Inmediatamente en todas las pantallas aparece su cara y un pormenorizado registro de qué hacía los viernes a la noche y qué le gustaba comer los domingos, cómo se relacionaba con el sexo masculino, qué vestimenta utilizaban y cómo conoció a su victimario

De él se nos dice poco. Se lo muestra alegre, se cuenta si estudia y/o trabaja, como era de buen vecino que nadie lo sospechaba.

¿Será que no sabemos nada de ese hombre que llega al punto extremo de la violencia como es quitarle la vida a alguien? ¿Es acaso una manzana podrida en un canasto de frutos sanos? ¿Es acaso el femicida un desperfecto en el sistema?

Poco sabemos de él, poco sabemos del agresor; del femicida sabemos muy poquito. Vale reflexionar sobre aquella segunda noticia que también aparece al respecto del caso y que hace foco sobre el femicida.

En su gran mayoría, la información se centra sobre su salud mental: estaba loco, era un psicópata, maúlla como un gato o no era consciente del daño que ocasionaba. Dejando de lado las pericias psicológicas, vale preguntarse ¿es el femicida un loco suelto y aislado? ¿Es este hombre que se violenta contra las mujeres una fruta amohosada en la canasta de otras tantas sanas?

Tiendo a creer que sabemos mucho más de ese agresor de lo que pensamos. Resulta fácil condenar al femicida por la extrema violencia, en estos días cada vez más radicalizada, que supone el hecho. Generalmente es la pareja de la víctima o alguien de su entorno más cercano. Una verdadera pesadilla. ¿Pero de dónde nace tanto desprecio hacia la mujer? Si la tarea de las mujeres sigue estando en defender y conquistar derechos, hay hombres que están pensando una nueva masculinidad. En ambas tareas todos y todas tenemos un papel asignado.

Primero podemos revisar cómo fue la infancia de esos varones. Generalmente, transcurren sus primeros años entre pruebas de valentía, disfraces de superhéroes, pistolita, soldaditos, camioncitos y cuánto castellanito puede tolerarse en una sola oración. En el colegio juegan a pelearse y se pegan con sus amigos. Generalmente llega a la casa y se encuentra con mamá. ¿Qué hace mamá? Mamá trabaja, cocina, limpia, ordena, planifica, administra, se ejercita, se maquilla y educa. Y papá... papá a veces ayuda.

Cuando llega a la adolescencia tiene que seguir dando pruebas de hombría y claramente lo hace en patota. Se acostumbra en patota a pasar por al lado de la mujer diciéndole “piropos” destinados claro a fortalecer la autoestima de aquella fémina que pasaba, quién sabe si a trabajar o quizás camino al colegio porque no hay edad para el acoso callejero.

Los fines de semana sale a bailar, también en grupo y entonces se florea con sus amigos: “La agarré medio borracha y me la llevé para el cuarto y bueno…”. Ese hombre crece, se vuelve grande, quizás forme pareja, quizás no. Y si lo hace, se junta con sus amigos y les comenta al retirarse temprano: “No chicos, yo me voy me voy porque la bruja si no se enoja en casa”. Y qué esperamos de esos varones que no son psicópatas, ni maúllan. Son gente que trabaja, que paga impuestos, que es buen amigo de sus amigos, pero que en la mesa de la familia se despacha con dos o tres chistes machistas. Y si no te reís, sos una persona mal agestada. El humor nunca fue correcto, pero puede ser mejor. Desde la risa, el chascarrillo construimos modos de ver el mundo. Lo llenamos de estereotipos casi siempre estigmatizantes: el gallego tonto, el judío amarrete, el negro pobre, la rubia tonta y otros nobles ejemplos.

Aunque hoy sean impensables, muchos de los consumos culturales de antes son los que siguen avalando que la mujer sea una cosa, que a la “cosa” pueda tomarla a mi antojo, porque si es un objeto, simplemente si lo quiero lo tomo y cuando termino de usarlo, lo tiro.

Cuando le decimos piropo al acoso o exagerada a quien se queja, lo estamos haciendo suceder. Pues en definitiva, no se trata de una manzana podrida en una canasta de fruta sana, es una manzana sana de la canasta que hemos armado entre todos y todas.

Y cuando llega la consecuencia más nefasta, cuando vemos una estadística que cada día se incrementa, no hay que ver cuál fue el comportamiento de las dos personas que participaron del hecho, hay que pensar en la responsabilidad social tras haber dejado pasar el “piropo”, haberse reído del chiste y haberle aplaudido alguna que otra hazaña machista a la manzana sana que tenemos al lado.