Guillermo Ledesma: "Fue el juicio más importante de la historia argentina"
Guillermo Ledesma, uno de los seis jueces del Juicio a las Juntas, repasa cómo se gestó el juicio que cambió la historia argentina.
Guillermo Ledesma, Ricardo Gil Lavedra, León Arslanian y Jorge Valerga Aráoz.
AAJJEl juez Guillermo Ledesma fue uno de los seis integrantes de la Cámara Federal que, en 1985, llevó adelante el histórico Juicio a las Juntas militares. En exclusiva con MDZ Online, repasó cómo vivió aquella tarea que marcó el rumbo de la democracia argentina.
Con una memoria precisa, Ledesma reconstruyó cómo fue puertas adentro juzgar a los comandos militares más elevados, lo que asentó un precedente tanto en Argentina como en todas las democracias del mundo.
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—¿Cómo le explicaría a alguien que no vivió aquella época qué fue el juicio a las Juntas?
—Fue una decisión del presidente Alfonsín de juzgar, por primera vez, a los más altos mandos militares y también a los principales responsables de la guerrilla para dar un ejemplo distinto de lo que ocurría hasta ese entonces porque nunca se había juzgado a los militares que dejaban el poder. La Constitución siempre fue democrática, representativa, republicana y federal, pero se había armado una “Constitución real” en la que los militares, instigados po civiles, decidían cuándo un gobierno era inepto y lo reemplazaban. Lo cierto es que nunca hicieron un buen gobierno tampoco, entonces tenían que entregar el poder. Alfonsín por primera vez en la historia democrática del mundo decidió juzgar a los militares que dejaban el poder.
—¿Qué significó el juicio a las Juntas?
—El juicio lo pensábamos como algo mas o menos natural, pero resultó a la larga que estableció 42 años de democracia y veremos si hay muchos más, yo creo que sí. Pero una democracia muy imperfecta, con abusos de poder y esas cosas pero siempre es mejor que que gobiernen los militares decidiendo “cuándo y por qué”.
—¿Y qué significó para ustedes juzgar a los que habían estado tanto tiempo en el poder?
—Para mí fue un honor inmenso integrar la Cámara Federal. Cuando me lo ofrecieron no lo podía creer. Me sentía como el muerto de un cuento de Borges, en que el cabecilla de una banda de contrabandistas incorpora a un segundo que poco a poco va avanzando y se prueba el caballo del jefe, una noche se acuesta con la mujer, y una vez que estaban festejando un triunfo de un contrabando con todos los subordinados alrededor, el jefe se lo hizo traer y le dijo te subiste a mi caballo, te acostaste con mi mujer, porque ya estabas muerto. Y yo me sentía el muerto porque me habían nombrado en la Cámara Federal.
Yo era juez de instrucción, que es un juez de primera instancia. Yo había sido nombrado por Luder en un interinato de Isabel Perón. Y cuando viene un gobierno democrático después de un gobierno militar, te echan "por soplido". Es decir, no te dan el acuerdo y te vas. Yo quería la bendición democrática pero me conformaba con ser juez de instrucción. Pero resulto ser que me nombraron mucho más.
—¿Y entonces por qué agarró el Juicio a las Juntas?
— Primero porque era un honor para mí. Segundo, porque yo tenía la certeza de que íbamos a juzgar a los militares. La tesis de Alfonsín era que los juzgaran el Consejo Supremo de Las Fuerzas Armadas y establecer una apelación a la Cámara Federal. Yo estaba seguro de que los militares no iban a juzgarse a sí mismos y así pasó después de unos meses.
—¿Cómo se comportaron los acusados durante el juicio?
—Muy respetuosos. Hay una anécdota: nosotros tomamos el juicio en octubre del 84. Hasta la audiencia que comenzó el 22 de abril del 85, hubo un procedimiento escrito. Ahí les tomamos indagatoria en privado a los comandantes. Todos se negaron a declarar. Torlasco era el presidente, porque éramos un presidente por año. Torlasco le dice: "Señor Videla, le vamos a recibir declaración indagatoria" con un tono muy firme y enérgico. Videla tartamudeó lo que para mí fueron tres minutos para decir: "Señor juez, me voy a negar a declarar".
—¿Cuál fue el testimonio que más le impactó?
—El primero que tomé yo. Arslanian estuvo la primera semana indagando a personas que representaban instituciones como al ex presidente Lúder, a ministros, pero el primer testimonio que me tocaba a mí era Adriana Calvo de Laborde. Fue un impacto impresionante. Una mujer embarazada, trasladada en un Falcon en la parte de atrás, y terminó dando a luz en el asiento trasero. Y después, cuando llegaron a Buenos Aires y la llevaron al hospital, la hicieron limpiarse sola. Además de relatar la violencia que había recibido, las torturas y todas esas cosas.
—¿Cómo hizo para poder caminar la línea entre ser juez y un ciudadano de a pie horrorizado por lo que había pasado?
—Cuando sos juez, sos juez. No tenés ninguna línea. Sos un ser humano pero actúas como juez.
—En esos meses dentro del Palacio de Justicia, ¿cómo vivieron ustedes lo que pasaba afuera con la presión de los militares?
—No nos importó.
—¿Cuál fue el punto de quiebre social del juicio?
—La labor de la CONADEP fue imprescindible para la realización de este juicio. Julio Strassera, el acusador, sin una acusación previa de él nosotros no podíamos actuar, es decir que nos basamos en un sistema acusatorio. El juicio le puso voz a la mayoría de los testigos de la CONADEP. Entonces, esto hizo que ya no se negaran los hechos acaecidos y que la ciudadanía contemplara horrorizada lo que había pasado.
—¿Recuerda haber tenido miedo? ¿Miedo por su vida o a que saliera mal el juicio?
—A ninguna de las dos cosas. Nunca. Cuando fui juez de instrucción sí tuve miedo. Porque tuve algunas intervenciones con militares y, abría la cochera de mi casa en la que había que esperar que se levantara el portón, y yo decía: “¿Cuándo viene el tiro?”. Además yo vivía en el segundo piso contrafrente y ahí daban varias terrazas. Entonces yo había pensado cómo escaparme si me venían a buscar. Así que miedo tuve en esa época, pero durante el juicio nunca tuve miedo.
—¿Qué decisión les llevó más tiempo acordar entre los seis jueces?
—No recuerdo ninguna en especial, pero yo creo que las penas fueron un motivo de mucha discusión, porque terminar los alegatos de la defensa y de los imputados, y D'Alessio que era el contador de la Cámara, el cronometrista, nos dijo nos queda un mes y cinco días para la sentencia. Ahí tuvimos que distribuirnos rápidamente los temas y ponernos a escribir. Llegó el 8 de diciembre, el 9 se leía la sentencia, y nos costó terminar hasta la noche de ese sábado la sentencia, y nos quedaron las penas para el domingo. Nos reunimos temprano en la sala donde discutíamos todo y ahí hubo mucha discusión pero queríamos a toda costa que fuera unánime la decisión. Porque tenía mucha más fuerza una decisión unánime y si uno de los seis ponía un argumento durísimo en contra de la sentencia, perdía mucho valor. Al fin yo transigí en menos penas que las que hubiera querido. Ahí está la anécdota de la servilleta en Banchero. Aquií yo disiento con la memoria de Gil Lavedra, porque él dice que salimos de Tribunales sin tener las penas decididas, y yo digo que sí ya estaban decididas. Fuimos a Banchero y empezamos a hablar de las penas de nuevo, y Arslanian agarró una servilleta y puso las penas que habíamos fijado en la sala donde discutíamos y puso las penas, pidió la firma y firmamos todos. Se acabó la discusión.
—¿Por qué otorgarles un proceso tan justo a estas personas habían realizado tantas vejaciones contra la humanidad?
—Precisamente eso es lo que nos propusimos nosotros. Hicimos un mix entre el Código de Justicia Militar (que es un código muy represivo, con apreciación de la pena por libres convicciones) la sana crítica racional en el Código Procesal Nacional. No aplicamos la famosa lesa humanidad porque no existía. Aplicamos el Código de Justicia Militar y el Código Procesal Nacional. Pero nos propusimos que el juicio fuera un juicio absolutamente justo y que admitiera la crítica más fuerte porque yo creo que ahí estaba el valor de un juicio. Hacer lo que están haciendo ahora, aplicando casi con un sello la reclusión perpetua, no nos parecía adecuado ni nos parecía que el juicio verdadero tenía que ser así.
—¿Qué significó para la Justicia el juicio?
—A la luz de lo que estoy oyendo y leyendo, fue el juicio más importante de la historia argentina. Yo no me la creo, pero es así. Me da vergüenza. Para nosotros fue un juicio que lo hicimos con pasión, con fuerza, le dedicamos muchísimas horas de nuestra vida. Queríamos que saliera bien, y creemos que salió muy bien.
— Videla, perpetua. Massera, perpetua. Viola, 17 años de prisión. Lambruschini, 8 años de prisión. Agosti, 4 años y 6 meses. Galtieri, Graffigna, Lami Dozo, Anaya, absueltos. Mi pregunta es: ¿hicieron justicia doctor?
— Las absoluciones estuvimos absolutamente de acuerdo todos, porque no tenían hechos. Esas fuerzas presididas por esos comandantes en el momento en el que fueron comandantes no tuvieron hechos. En consecuencia, no se puede punir a quien está en un escritorio por una cosa que no tiene hechos. Julio Strassera siguió el criterio de responsabilidad por Juntas, entonces en ese caso era más fácil pedir perpetua para todos. Pero los últimos comandantes y Graffigna de la segunda junta no tenían hechos.
—¿Qué legado le dejó el juicio a la Argentina?
—Los 42 años de democracia. La no impunidad de los golpes militares, el sometimiento de las cabecillas de los militares al juicio civil. Nos visitó en una oportunidad el presidente de la Cámara de Diputados el doctor Juan Carlos Pugliese y nos dijo, entre otras cosas, que cuando vio que el secretario decía "señores, de pie" y los comandantes militares se pararon ante nosotros, dijo: "la democracia está ganada".
—Si pudiera, con todo lo que sabe ahora, acercarse al Guillermo que estaba sentado en ese sillón, tocarle el hombro y decirle algo al oído, ¿qué le diría?
—“Bien, negro”.
