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Graciela Fernández Meijide: "Argentina dio justicia a su sociedad y no venganza"

Graciela Fernández Meijide recibió a MDZ para repasar el rol de la CONADEP, el clima político de la época y el legado de justicia que definió a la democracia.

A 40 años de la sentencia del Juicio a las Juntas, Graciela Fernández Meijide vuelve sobre uno de los momentos más determinantes de la historia democrática argentina. Protagonista central de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas ( CONADEP), militante de derechos humanos y figura clave del proceso político que atravesó el país en los años posteriores, Meijide recibió a MDZ para hablar de aquel momento trascendental.

En esta conversación, repasa el impacto personal que la dictadura tuvo en su vida, el modo en que se organizó la investigación sobre los desaparecidos, la relación con los gobiernos democráticos, las tensiones políticas de entonces y de ahora, y el legado que, según afirma, permitió a la Argentina ofrecer “justicia, y no venganza”.

Entrevista completa

Entrevista completa a Graciela Fernández Meijide

—Graciela, muchas gracias por recibirnos. ¿Podemos comenzar situándonos en aquella época? ¿Cómo era su vida antes de involucrarse en la búsqueda de su hijo y luego en la Conadep?

Mi vida hubiera sido absolutamente diferente. Yo enseñaba, era docente. Si no se hubieran llevado a nuestro hijo Pablo, que tenía 17 años. Eso hizo que yo dejara todo, todo, incluso un instituto privado de idiomas que tenía con un socio, para dedicarme a buscar a Pablo. Hasta que acepté, por las evidencias, que a Pablo lo habían matado. Entonces me propuse que los iba a meter en la cárcel, lo cual era como un absurdo, porque era inimaginable, con el poder que la Junta Militar tenía durante la dictadura, imaginar que uno podía meterla en la cárcel. Pero yo necesitaba eso para tener fuerza. Bueno, las circunstancias cambiaron en la Argentina por propios defectos, como por ejemplo la Guerra de Malvinas. Que Galtieri, que fue el último presidente militar… no, miento, fue Vignone. Pero el que convocó a la guerra de Malvinas porque sentía que iba perdiendo fuerzas la propia dictadura, y la derrota nos llevó a perder para siempre incluso lo que se había negociado diplomáticamente. Eso hizo que de pronto nos encontráramos ante elecciones.

El clima político: diferencias entre el radicalismo y el peronismo

—¿Qué diferencias observó entre los principales partidos respecto al compromiso con la investigación?

Había varios partidos, pero los más importantes eran el radicalismo y el peronismo. De entrada hubo una diferencia, Facundo, en cuanto al compromiso tomado con la gente. De entrada, Luder, que era candidato del peronismo, aceptó la autoamnistía que se habían concedido a sí mismos los militares antes de retirarse, porque tenía problemas internos adentro del propio partido. Mientras que Alfonsín, que no los tenía —o si los tenía, los tendría superables— prefirió, eligió y se comprometió a investigar qué había pasado, sobre todo con los desaparecidos, y también llevarlos a juicio. Aunque Alfonsín pensaba que debían ir al tribunal natural, que era el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas. Esto no pasó porque fue el segundo error de los militares. No quisieron juzgarse a sí mismos. Dijeron que todas las órdenes que se habían dado eran incorrectas y por eso hubo un juicio.

Conadep: construir un método

—Antes del juicio llegó la Conadep. ¿Cómo fue convocada y cómo empezó ese trabajo?

Antes de ese juicio hubo una comisión que yo pasé a integrar como secretaria. Era una comisión destinada a averiguar qué había pasado con los desaparecidos. ¿Qué pasó con la Conadep y por qué fue tan exitosa? Por un lado, porque se consiguió —no porque se lo buscara expresamente— que aparecieran muchas personas, generalmente jóvenes, que habían estado secuestradas y luego liberadas y fueron a dar testimonio. Antes yo había viajado a Europa para saber, de un sobreviviente del grupo en el que estaba mi hijo Pablo, cómo había sido todo. Yo integré lo que se llamó la Conadep, que investigaba exclusivamente por decreto el destino de los desaparecidos. Ni aun nosotros en la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos pensábamos que eran tantos. Nos sorprendió la cantidad; sorprendió también al gobierno.

—¿Cómo organizaron esa enorme masa de testimonios?

Fui a Europa y traje algunos testimonios —pocos, muy pocos— de los cuales teníamos denuncias. Empecé a organizarlo de una forma que Ricardo Gil Lavedra llamó, medio en broma medio en serio, “la teoría de Lyman y Lyman”. Yo decía: “Bueno, si acá pongo el centro clandestino donde estas personas estuvieron, tres o cuatro, del otro lado busco qué testimonios tenemos de los familiares denunciando que esas personas habían sido secuestradas”. Lo ponemos al lado del centro clandestino y del otro lado hacemos la lista de los oficiales que los sobrevivientes cuentan que estaban en el campo. Esa combinación se multiplicó enormemente porque apareció también mucha gente saliendo del anonimato, sin que nadie los obligara, en un momento en que todavía los militares eran fuertes como para amenazar. Tuvieron el coraje de presentarse en la comisión y, más tarde, en el juicio.

—¿Cómo vivió personalmente la convocatoria para integrar la Conadep y la magnitud del desafío?

En realidad, el que me pidió que la integrara era monseñor Jaime de Nevares, que era muy amigo mío, a pesar de que yo soy atea. Él me dijo: “Necesitamos alguien que conozca el mundo en el cual no nos metimos”. Yo puse dos condiciones: estar en las reuniones de decisiones —aunque fuera sin voto— y convocar a gente que no se iba a asustar por el testimonio que recibiera, porque pertenecía a organismos que habían trabajado durante toda la dictadura. Me dirigí a ellos; la mayor parte dijo que sí. Con eso se formó el equipo de denuncias, de archivos, de análisis. Tuvimos que hacer nuevas formas de interrogar, porque nos dábamos cuenta de que era distinto interrogar en democracia, siendo funcionarios.

Verificar la verdad: visitas a centros clandestinos

—¿Hubo instancias de verificación directa en los centros clandestinos?

Sí. Para quienes querían, parte de la Comisión visitaba un centro clandestino acompañada por aquel que, habiendo sobrevivido, podía decir: “Yo estuve ahí”. Eso sí que era conmovedor. Ver gente que decía: “Estuve en ese calabozo, estaba con los ojos vendados, necesito volver a vendarme para saber cuántos pasos daba desde el quirófano hasta el lugar de reclusión”. Una de las primeras visitas que se hizo, creo que la primera, estuvo Magdalena Guiñazú, en la Escuela de Mecánica de la Armada. Llevábamos un fotógrafo y un arquitecto que dibujaba los planos antes de aquello que se contaba.

De la investigación al juicio

—El trabajo de la Conadep derivó finalmente en el histórico Juicio a las Juntas. ¿Cómo evalúa el vínculo entre esa investigación y los procesos judiciales posteriores?

Cuando los militares no quisieron hacer su propio juicio, se cambió un artículo por el cual, si no se juzgaban, pasaban a la Cámara Federal con el método del Código Militar. Terminó habiendo un juicio donde el fiscal era Julio Strassera, Luis Moreno Ocampo era su adjunto, y eligieron entre los múltiples casos presentados por la Conadep. Yo conducía la secretaría, que cada vez fue más grande. La relación con la sociedad fue excelente: la sociedad le creyó.

Clima social y resistencias políticas

—¿Cómo fue la recepción social y política del trabajo?

En ese momento era tal el debate social que Fontevecchia hizo un diario, El Diario del Juicio. No todo era positivo: había defensores de los militares, pagados por las Fuerzas Armadas. Estaba previsto que hubiera diputados de distintos partidos en la Comisión. El peronismo se negó a participar. No quiso hacerlo, porque buena parte de la guerrilla —los montoneros— eran peronistas o se decían peronistas, y desconfiaban en principio de que fuera a ser algo bien hecho.

—La Conadep fijó un número de desaparecidos que luego generó debates públicos. ¿Cuál fue siempre su posición al respecto?

Yo me atuve siempre a aquello que podía documentarse. Las cantidades que podían documentarse. Lo demás no quise discutir. No era lo más importante. Era tan grave que fueran 20 desaparecidos como miles. Hoy hay un listado en Internet; Memoria Abierta mantiene una lista de desaparecidos.

Diferencias con Bonafini y Carlotto, y el rol de la Casa de los Derechos Humanos

—¿Cómo fueron sus diferencias con referentes del movimiento de derechos humanos como Hebe de Bonafini o Estela de Carlotto?

La diferencia fue la adhesión a un partido político. Yo nunca adherí a ningún partido político hasta que conformamos uno con Chacho Álvarez, mucho después. Pero yo no era ni radical, ni peronista, y mucho menos kirchnerista. La Casa de los Derechos Humanos siempre participó del debate público, y para mí sigue siendo importante el tema de derechos humanos.

—¿Qué recuerda de presenciar testimonios en el juicio?

Recuerdo una señora que dijo: “Señores jueces, yo sé que mi hijo ponía bombas, pero se merecía un juicio como este”. Eso es lo que sigue siendo importante: la justicia, no la venganza. Yo creo que el combo de investigación y juicio con jueces del mismo país es el mejor aporte argentino a la justicia transicional.

El regreso del debate sobre los 70

—En la actualidad volvió el debate sobre los 70. ¿Cómo evalúa las posturas del Gobierno?

No tenemos guerrilla. Nadie puede hablar de amenaza de guerrilla a menos que quiera mentir. En cuanto a los militares, desde que terminó la conscripción obligatoria cumplen con su obligación, pero no se los ve extralimitarse. En el caso de Milei, que al principio aparece con Victoria Villarruel… hoy no existe el rol de la vicepresidenta. Ninguno.

La postura de Villarruel frente a los crímenes del terrorismo de Estado

—¿Qué piensa de la postura de Villaruel respecto de los 70?

Es antigua, muy antigua. Pueden decir que esperan que se encuentre a los responsables, me parece bien. Pero no pueden decir que no ocurrió lo que sí ocurrió.

—Se discute también un posible resarcimiento a víctimas de la guerrilla. ¿Qué opina?

No lo van a hacer. Están ahorrando mucho. Tal vez tengan plata, pero tienen un Congreso que va a votar, tanto Diputados como Senadores. Y la presidenta del Senado no puede presentar un proyecto porque no es senadora.

—Para cerrar: ¿cómo describe hoy aquella etapa de investigación en los 80?

Fue un momento muy difícil y al mismo tiempo de mucho empuje. La propia realidad nos empujaba hacia adelante. Un amigo de un amigo mío contó que, en la Conadep, el segundo piso del Palacio San Martín tenía “olor a miedo”. Yo no sé qué significa el olor a miedo… pero tal vez fuera eso lo que quería decir.