Poder votar no es suficiente para tener una democracia robusta
El estado argentino durante la democracia y bajo todos los signos políticos que tuvo, ha optado siempre por recurrir al endeudamiento irresponsable.
Nuestro país cumple 40 años de democracia. Como suele pasar con las personas, que en los aniversarios múltiplos de 10 suelen hacerse un examen de conciencia sobre lo ya vivido y sobre lo que les falta vivir, para las sociedades puede ser también un momento para parar la pelota y evaluar si las decisiones tomadas cumplieron con la expectativas que teníamos al momento de tomarlas. Sin duda nos llena de orgullo saber que pudimos ir a las urnas durante 40 años, cortando el ciclo anterior de más de 50 años de alternancia entre gobiernos militares y democráticos.
Esto nos ha dado como ciudadanos la facultad de elegir gobiernos de distintos partidos, alternando políticas, comparando ideas y modelos de gobierno, dándonos una oportunidad a todos para que su partido fuera al menos por 4 años el dueño de la pelota. Pasamos por gobiernos peronistas, radicales, de la Alianza y de Cambiemos, una coalición entre el PRO y el radicalismo, entre
otros. Esto quiere decir que todos probablemente en algún momento de nuestras vidas hayamos tenido un gobierno de nuestra preferencia política. Eso es encomiable en un mundo en el que mucha gente comienza y termina su vida viviendo en dictaduras o bajo la opresión de gobiernos aparentemente democráticos pero en los que los tiranos de turno son decididos en un cuarto de la casa de gobierno en lugar de un cuarto oscuro.
Ahora bien, más allá de las bondades de haber podido elegir, podemos preguntarnos si la democracia ha sido realmente efectiva en la Argentina. A la luz de los resultados de nuestro país comparados contra los del resto de Latinoamérica (para tomar un universo culturalmente similar), vemos que en casi todos los parámetros hemos descendido en el ranking. Desde el PBI per cápita, la pobreza, la indigencia, la integración al mundo, la educación, la salud y la seguridad, hoy somos un país peor que el que éramos en 1983, cuando nos comparamos con lo que pasó en el resto del continente. Solo Venezuela está peor que nosotros en el ranking de descensos. Todos los demás países, que también tuvieron democracias, pudieron aprovechar mejor las oportunidades que el mundo les dió.

¿Es culpa de la democracia?
Ciertamente no, pero entonces cabe preguntarse si la democracia es suficiente, y sobre todo cuál es la calidad de la nuestra. Podemos empezar diciendo que la democracia es condición necesaria pero no suficiente para alcanzar el desarrollo. Los gobiernos elegidos por la gente también pueden pifiarla sistemáticamente, una y otra vez, siempre prometiendo y nunca cumpliendo sus promesas. Como la esposa maltratada que se casa una y otra vez con maridos violentos, que al principio le prometen que esta vez será distinto, pero pronto se da cuenta que una vez más se equivocó, nuestro país ha sufrido múltiples desencantos con los gobernantes que en su plena libertad eligió. Pero para no llorar sobre la leche derramada, sirve preguntarse cómo podemos mejorar
entonces la calidad democrática de nuestro país, y de esa manera minimizar el error de los futuros gobiernos.
En primer lugar, podemos mejorar mucho el acto eleccionario. En un mundo en donde la tecnología está cambiando cada vez más nuestras vidas, el día de la elección sigue siendo una viaje en el tiempo, al pasado: boletas de papel impresas por cada partido, conteo manual, carga de datos manual y plausible de errores y/o fraudes, etc. Es vital que para fortalecer nuestra democracia avancemos en la ley de Boleta Única de Papel, y contemos con un sistema de recuento de votos automático y a prueba de todo fraude. La sociedad reclama a voces que su voto sea contabilizado de manera real y libre de presiones políticas, boletas rotas o desaparecidas, operadores de correo infiltrados, telegramas con errores.
Eso es hoy en día inconcebible. Otra falla que ha sufrido nuestro sistema democratico ha sido la institucionalización del populismo, considerado como la compra de voluntades populares utilizando el erario público. Cualquier familia o empresa tiene la necesidad de moderar sus gastos cuando los recursos no alcanzan, porque nadie tiene la máquina de imprimir billetes en su patio trasero.
En cada hogar y en cada sala de directorio se deben tomar decisiones difíciles en épocas de vacas flacas, teniendo que despedir personal, achicar gastos superfluos, restringir consumos que no sean esenciales. Y esas decisiones dolorosas terminan fortaleciendo a nuestras familias o empresas, porque en épocas de vacas gordas son más simples y despojadas, permitiendo el ahorro, base de la riqueza tanto individual como colectiva.
Recordemos que antes de la vuelta de la democracia Argentina tuvo dos signos monetarios (Peso Moneda Nacional y Peso Ley 18.188) y le quito 2 ceros a su moneda, mentiras que en el periodo democrático tuvo tres monedas (Peso Argentino, Austral y el Peso actual) y le sacó 11 ceros a través de estas distintas denominaciones. Claramente en este rubro la democracia no ha dado resultado, y para solucionar el problema primero tenemos que reconocerlo.
En democracia determinadas facultades son otorgadas por el pueblo a sus representantes. Queda claro que en el caso argentino, es hora de que la facultad de emitir y manejar una moneda sea retirada de los gobiernos de turno, dada su manifiesta compulsión a utilizarla como método electoral, haciéndole creer a sus representados que la situación del país no es tan mala y que ellos la están pudiendo manejar. Estamos siendo engañados a plena luz del día, con una moneda que se deprecia en nuestros bolsillos y nuestras cuentas corrientes a cada minuto que pasa sin que podamos saber a ciencia cierta cuántos billetes se emiten cada día.
La democracia nunca va a ser el mejor sistema de gobierno si no soluciona estos dos problemas: la calidad del voto y el manejo discrecional del presupuesto nacional para conseguir afinidades políticas. Es deber de todos los Argentinos velar por una completa
reestructuración de nuestras leyes y carta orgánica del Banco Central para velar por los verdaderos intereses de nuestros habitantes. Aunque sabemos que muchas veces es difícil que el propio gobierno de turno proponga leyes con las que se tenga que autolimitar en el futuro.
* Gonzalo Tanoira, empresario.

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