Sin acuerdos

El Frankenstein interno que no deja avanzar al Gobierno

El Frente de Todos no puede avanzar sin que algunas de las fuerzas internas que la integran se ponga en crisis. Jamás pudo desarrollar una estrategia común y tuvo diferencias de todo tipo: en materia económica, judicial, educativa y sanitaria y, a dos años, sigue culpando a otros de sus fracasos.

Alejandro Cancelare
Alejandro Cancelare martes, 18 de enero de 2022 · 12:53 hs
El Frankenstein interno que no deja avanzar al Gobierno
Foto: Prensa Diputados

Corría enero de 2020. El Gobierno de Alberto Fernández recién asumía y, más allá de ciertas reservas generales, había una expectativa positiva sobre su "coherencia" y cierto "manejo" de las crisis que habían desatado sus antecesores, aunque una sea su vicepresidente. 

En aquel momento, varios ministros confiaban a este periodista que "lo importante es acordar con el Fondo y luego, con eso resuelto, vamos a ir acomodando todo". Uno, más preciso, había fijado la fecha de marzo, ya que recién habían aprobado en el parlamento nacional todas las condiciones propuestas para acordar con los acreedores externos con la oposición. 

Pero, llegó el covid y "todo voló por el aire", se sinceró, meses después, la misma fuente. Sin embargo, al año siguiente, casi para la misma fecha, el diálogo fue casi similar al de enero 2020. Dos años después de aquella conclusión, básica, genérica pero realista, porque "nos va a dejar invertir y meter plata para empezar a mover todo", la situación no cambió y la crisis se profundizó. 

Las miradas dentro del Gobierno conspiraron contra cada iniciativa oficial. Martín Guzmán pretendió modificar la política tarifaria y tuvo un encontronazo contra un secretario de su misma área, el titular de Energía, Federico Basualdo. El ministro de Economía pidió su renuncia, y casi se tiene que ir él. Basualdo aún continúa en su cargo.

Antes de la victoria electoral de 2019, varios analistas observaban que el Frente de Todos era un Frankenstein compuesto por un cerebro de una persona, la cara de otra, las extremidades de un tercero y el tronco de un cuarto. Cada uno tenía su independencia, creencia preexistente y proyecto futuro diferente. Y la cotidianeidad del Gobierno no funcionó, en buena parte, por la influencia de Cristina Fernández de Kirchner y sus ideas, que no iban a tener trascendencia según el relato del "venimos mejores" ya que ella iba a cuidar la salud de su hija Florencia, por entonces recluida en Cuba por una cuestión sanitaria jamás explicitada que dejó más abierta la duda legal sobre por qué motivo tenía cinco millones de dólares guardados en una caja fuerte de su propiedad.

Alberto Fernández nunca asumió como presidente y único director ejecutivo ya que, cree, si lo hace el Frente de Todos "explota en mil pedazos". Por eso prefiere aplacar los ánimos de su vice y el hijo antes de tomar una decisión más drástica. Y así el "vamos viendo" se hizo moneda corriente. En su entorno, dicen, que "ahora se dio cuenta que si no lo hace se lo llevan puesto". Se verá.  

El gobernador bonaerense, Axel Kicillof, uno de los verdaderos consultores de absoluta confianza de la dueña del poder, antes de caer en desgracia por la derrota electoral del año pasado, era una de las pocas personas que podía decir abiertamente cuánto disentía sobre la estrategia dispuesta por Guzmán en el frente interno y externo.

Máximo Kirchner, el "inmanejable", según los dichos de quienes lo quieren y creen en sus posibilidades, tampoco dejó de decir lo que pensaba. Algunos siguen pensando que lo hace para su propia hinchada, pero no. Lo dice, lo piensa y lo cree. "Ni la madre lo puede controlar a veces", reveló uno de los que sabe que pasa en la centralidad del poder. 

Sergio Massa, el "culpable" de la vuelta del kirchnerismo al poder, y por el cual existe un presidente como Alberto Fernández, propuesto por su vice para "pegar" las partes que componían los diferentes espacios peronistas kirchneristas dispersos, es el que siempre supo traducir lo que piensan los extremos del espacio. Pero muy pocas veces pudo encontrar un punto de acuerdo, porque, siempre, algo pasó para que lo planificado en la cabeza del presidente de la Cámara de Diputados de la Nación explotara por el aire. 

Massa quería abrir las escuelas y que no hubiera conflicto entre la Ciudad de Buenos Aires y la Provincia, ni siquiera por la cuestión de los fondos federales que terminaron yendo hacia La Plata por un nuevo decreto presidencial tras la crisis policial de 2020. Pero como él también pensaban la mayoría de los intendentes, gobernadores y varios ministros. El propio Nicolás Trotta tuvo que renunciar luego de varios traspiés y desentendidos con el propio presidente, que a él le decía una cosa pero luego de hablar con su vice o el gobernador bonaerense cambiaba de opinión.

Lo mismo pasó en materia sanitaria, laboral y judicial. La mayor parte de la gestión de Fernández estuvo marcada por la protección que Cristina Fernández de Kirchner le daba a su "proyecto político real", como lo era Axel Kicillof. Al defender al gobernador, dotándolo de fondos y apoyando cada una de sus iniciativas restrictivas de circulación y actividades, frenó cualquier idea que surgiera en la Casa Rosada. 

Conclusión. A dos años de aquella primera charla a metros del despacho presidencial, uno de los mayores creyentes en el plan pre covid, Santiago Cafiero, está en Estados Unidos explicando lo mismo que, en su momento, informó Guzmán, Massa y Juan Manzur hace tres meses. Jorge Argüello, el embajador argentino en Estados Unidos, sabe de todo esto, lo explica, consigue pequeños avances pero, luego, pasan cosas. 

La culpa era de los antivacunas, los corredores y deportistas, los padres que querían llevar a sus hijos al colegio, los gastronómicos y pequeños empresarios, los cuentapropistas, Rodríguez Larreta, la oposición, Macri, el FMI, el mundo... Nunca un Gobierno anárquico al que le cuesta diseñar una única estrategia, aunque sea sanitaria, educativa, productiva judicial o económica, tal cual se demuestra cada día. 

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