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Me vacuno para la corona

Cada vacuna vale menos de 1500 pesos, pero el impacto político y sobre la credibilidad es mayor que otros casos de corrupción "por dinero". La paradoja de un periodista cuyo hecho más trascendente pasó a ser una confesión. Una crisis más aguda de lo que se mide.

Pablo Icardi
Pablo Icardi domingo, 21 de febrero de 2021 · 07:01 hs
Me vacuno para la corona

Horacio Verbitsky tuvo una época dorada como periodista de investigación, mucho después de haber sido un cuadro fundamental en Montoneros. "Robo para la Corona", es un libro clave para entender la corrupción estructural que vive Argentina. Pero había una paradoja esperando. El hecho comunicacional más trascendente de Verbitsky no sería una investigación, sino una confesión. Su relato aparentemente ingenuo sobre cómo accedió a vacunarse por ser amigo del ministro. Por pertenecer a la "burguesía cool" que bajo el ala de una cultura supuestamente progresista, goza de beneficios dignos de una oligarquía política que, además, no se reconoce como tal. El vacunatorio VIP es el ejemplo más doloroso. Las dosis cuestan solo 1500 pesos, pero el valor simbólico es inconmensurable. 

En su descargo y hasta en su mea culpa está impresa la sensación de impunidad: Verbitsky dijo temer porque en su familia hubo 9 casos de covid y una muerte. En Argentina hubo al menos 50 mil familias que vivieron lo mismo por un fallecimiento y hoy no piden un trato privilegiado. 

La pandemia atravesó a todos. A quienes tuvieron que convivir con la enfermedad o incluso con el doloroso duelo sin despedida por la muerte de algún familiar o amigo. También con el aislamiento obligatorio. La sensibilidad que generó hace elevar la repercusión por el hecho de corrupción que significa establecer un mecanismo de vacunación de privilegio para los amigos del poder.

MDZ fue testigo de dos reacciones sinceras dentro del oficialismo nacional que demuestran la profundidad del golpe. "Es todo un asco", se desahogó una de las fuentes. "Esto no lo esperaba nadie. No hay palabras", decía otro el viernes, aún golpeado por el impacto. 

Las explicaciones de los protagonistas no hacen más que ahondar las culpas. Que Taiana, Valdés y hasta Moyano se autonominen como personas priorizadas irrita frente a millones de personas que deberán seguir esperando porque no alcanzan las dosis para avanzar sobre los grupos más vulnerables.

El problema es que lo toman con naturalidad; están acostumbrados a los privilegios. "No advertí que fuera algo incorrecto, el ejercicio de un privilegio", dijo Verbitsky en su carta. El CELS, organización que preside, sintió vergüenza y emitió un mensaje repudiando el accionar. El golpe a Alberto Fernández es brutal y de difícil reconstrucción. Pero la pérdida de credibilidad trasciende a las personas. Es decir es más grave y ese es el riesgo.

Alberto Fernández se empoderó cuando se inició la pandemia. La emergencia transfiere de manera automática una expectativa alta y positiva hacia los líderes. Entre marzo y julio, 8 de cada 10 mendocinos, por ejemplo, confiaba en él. Pero esa credibilidad se desgranó como un castillo de arena. Hoy solo 4 de cada 10 tiene una valoración positiva, y ese dato es anterior al vacunagate.

La caída es por el desgaste propio, pero sobre todo por los yerros de gestión. En diciembre el Presidente sembraba su propia hiedra: anunciaba antes que ningún otro jefe de Estado que en ese mes comenzaría la vacunación; que en febrero los inoculados serían millones y que había acuerdo con todos los laboratorios. Ahora cosecha lo que rápidamente cultivó en este tiempo: Argentina tiene un ritmo de vacunación perezoso, con un solo proveedor (ahora se suma Astra Zenica) y con un mecanismo de privilegio que rompe cualquier expectativa. En Mendoza, por ejemplo, está lista la logística pero faltan las vacunas. La cantidad de dosis aplicadas no mueve la aguja y al menos hasta más allá de mediados de año habrá mucha más inmunidad por la cantidad de enfermos que por acción preventiva. 

Lo que pasó obliga a recalcular y hasta sobreactuar al Gobierno para crear confianza. Ya no lo lograba en lo económico, ahora tampoco en lo sanitario. 

 

 

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