Femicidio ideológico en Córdoba: cuando el odio de género busca legitimidad moral
Se reabre el debate sobre las violencias misóginas premeditadas, discursos extremos, manipulación de creencias y fallas del Estado para prevenir un femicidio.
El doble femicidio ocurrido en Villa Serrana, Córdoba , conmocionó al país y reavivó el debate sobre los nuevos rostros de la violencia machista.
XEl crimen de Luna Giardina y Mariel Zamudio abre el debate sobre una modalidad de violencia de género emergente: el femicidio ideológico, en el que el agresor justifica su accionar con argumentos antifeministas y se percibe como víctima de una causa.
El doble femicidio ocurrido en Villa Serrana, Córdoba, conmocionó al país y reavivó el debate sobre los nuevos rostros de la violencia machista. Más allá de las motivaciones inmediatas, el caso parece inscribirse en una dinámica distinta a la del llamado “crimen pasional”: la violencia racionalizada, aquella que se apoya en un marco ideológico o moral para justificar el daño.
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En este sentido, el concepto de femicidio ideológico permite analizar situaciones en las que el agresor no actúa por impulso, sino desde una narrativa que convierte su resentimiento en una causa. La violencia deja de ser un acto espontáneo para transformarse en un comportamiento validado por un discurso de odio.
Un sistema que no logra detectar la radicalización
Según trascendió, Luna había denunciado a Pablo Laurta en Uruguay por intento de ahorcamiento y se refugió en Córdoba. El riesgo era evidente, pero el sistema judicial continúa aplicando medidas pensadas para agresores tradicionales, sin considerar los nuevos contextos de radicalización digital donde el odio se reproduce, se amplifica y se legitima.
La ausencia de herramientas para monitorear la violencia simbólica y los discursos antifeministas online deja un vacío que muchos agresores utilizan como espacio de validación. Allí, la misoginia se convierte en comunidad y la ideología, en coartada.
El victimario como “víctima” del feminismo
En el femicidio ideológico, el victimario tiende a reinterpretar su violencia como defensa. Se presenta a sí mismo como un hombre perjudicado por el feminismo, y desde esa posición simbólica justifica su accionar. En esa distorsión moral, la víctima deja de ser una persona para transformarse en un enemigo ideológico.
No se trata de un diagnóstico cerrado, sino de una hipótesis criminológica que ayuda a entender cómo la radicalización misógina puede operar como motor del crimen. El odio de género, cuando se racionaliza, deja de ser impulsivo y se convierte en una convicción moralmente justificada.
Desactivar el odio antes del crimen
La polarización entre quienes niegan la violencia de género y quienes responden con consignas extremas no contribuye a la prevención. El desafío está en reconocer que las amenazas, el acoso y el discurso de odio digital son etapas previas de una escalada ideológica que puede derivar en violencia letal.
Prevenir implica anticiparse a esa radicalización, con equipos especializados capaces de identificar los signos del odio antes de que se convierta en acción. La tarea urgente es pasar del control físico a la intervención sobre el pensamiento violento: desactivar la ideología que intenta convertir el odio en causa y la violencia en justificación.
* Lic. Eduardo Muñoz. Criminólogo. Divulgador en Medios. Análisis criminológico aplicado a temas sociales de actualidad y seguridad.
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