Galerías fantasma: el lado oscuro del arte en la guerra comercial global

En un mundo en el que políticas proteccionistas incrementan tensiones, los aranceles se convirtieron en incentivos a la creatividad en los márgenes legales. El sector del arte, percibido como periférico en términos económicos, ofrece en realidad un terreno fértil para la elusión de aranceles. La clave está en su estatus particular: en Estados Unidos, las obras de arte están protegidas como “materiales informativos” por la Primera Enmienda, lo que las exime de aranceles incluso cuando provienen de países sujetos a sanciones. Este resquicio legal abre la puerta a múltiples formas de ingeniería comercial, algunas ya en práctica y otras aún en etapa exploratoria, especialmente atractivas para países como China.
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Desde una perspectiva estratégica, China aprovecharía esta exención para sortear ciertas restricciones. Una vía posible es el empaquetamiento de productos de alto valor en formatos artísticos. Por ejemplo, tecnología, metales preciosos o incluso dispositivos industriales podrían incorporarse dentro de estructuras formalmente presentadas como “instalaciones artísticas” o “esculturas interactivas” que no solo burlen los aranceles, sino que ingresen con una categoría jurídica blindada por la libertad de expresión. Dado que el arte no está obligado a cumplir con una función utilitaria, cualquier objeto puede ser reclasificado si se lo contextualiza dentro de una narrativa artística verosímil. Basta con que un artista validado declare la intención expresiva de la pieza.
Otra posibilidad reside en el uso de ferias y exposiciones internacionales como plataformas de ingreso. Una obra enviada temporalmente para una muestra puede entrar sin pagar aranceles, y luego venderse dentro del país mediante acuerdos privados que minimicen el impacto fiscal. China, con su red creciente de artistas, curadores e instituciones culturales globalizadas, podría establecer una dinámica paralela de exportación no tradicional: productos disfrazados de arte, enviados por canales legítimos, exhibidos como cultura y transferidos como bienes económicos dentro de un marco jurídico ambiguo.
Además, esta zona gris facilita el uso del arte como vehículo financiero. Las obras no solo son livianas en términos de regulación aduanera, sino también extremadamente opacas en cuanto a valoración y trazabilidad. Esto permite jugar con precios ficticios, triangular operaciones entre jurisdicciones amigas, y desplazar capitales disfrazados de cultura. En un escenario de creciente vigilancia sobre transferencias bancarias y movimientos de capital desde y hacia China, la figura del arte como caballo de Troya se vuelve cada vez más atractiva.
Por último, el propio Estado chino podría incentivar a sus productores a colaborar con artistas visuales o fundaciones culturales, transformando sus exportaciones en piezas híbridas que respondan tanto a una lógica de mercado como a una narrativa estética. En un entorno donde las reglas pueden flexibilizarse si se invoca el arte, los aranceles dejan de ser una frontera infranqueable y se convierten en un obstáculo negociable, especialmente para quienes saben combinar diplomacia, ambigüedad jurídica y sentido de la oportunidad.
Las cosas como son
*Mookie Tenembaum aborda temas internacionales como este todas las semanas junto a Horacio Cabak en su podcast El Observador Internacional, disponible en Spotify, Apple, YouTube y todas las plataformas.