El precio de sentirse mejor: vanidad, mercado y decisiones libres

En el mundo existe un concepto conocido como “Pink Tax”, que en español podría traducirse como “impuesto rosa”. No es un impuesto oficial que cobre el Estado, sino una manera de describir el hecho de que muchos productos para mujeres son más caros que los equivalentes para hombres, a pesar de ser casi iguales. Un ejemplo típico es el de las máquinas de afeitar: una de color azul, pensada para hombres, puede costar menos que una de color rosa, diseñada para mujeres, aunque en esencia sirvan para exactamente lo mismo. Este fenómeno también se ve en ropa, perfumes, desodorantes y muchos otros artículos de uso diario.
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A partir de esta observación, algunos sostienen que existe una injusticia estructural: que a las mujeres se les cobra más por ser mujeres. Sin embargo, esta interpretación ignora un aspecto fundamental del comportamiento humano identificado hace siglos, por ejemplo, por Adam Smith en su análisis sobre la vanidad. La razón por la que una mujer termina pagando más por un producto que tiene una versión más barata no es que alguien la obligue, sino que muchas veces prefiere el producto que le resulta más atractivo, más acorde a su identidad, a su imagen o a su autoestima. Es decir, paga por algo que considera que tiene un valor adicional, aunque ese valor no sea funcional sino simbólico.
La vanidad, entendida como el deseo de ser visto de una determinada manera o de sentirse parte de un determinado grupo, juega un papel clave en estas decisiones de compra. Cuando una mujer elige una maquinita rosa, o una camiseta de una marca de moda en vez de una sin marca, no lo hace porque esa elección le proporciona un beneficio emocional, social o estético. Lo mismo ocurre con un bolso: un bolso de Hermès cumple la misma función que uno de una tienda común, pero las personas están dispuestas a pagar miles de dólares más por el prestigio, la exclusividad y el significado que lleva asociado.
Entonces, no se trata de un “Pink Tax” real, en el sentido de una discriminación impuesta. Se trata de lo que podríamos llamar un “Vanity Tax”, un precio que el mercado pone a bienes que no solo ofrecen utilidad práctica, sino también estatus, belleza percibida o pertenencia social. Y es un precio que cada persona elige pagar o no, de acuerdo a sus propios valores, prioridades y deseos. El mercado ofrece opciones para todos: si alguien quiere gastar menos, puede hacerlo. No hay una obligación de comprar la versión más cara.
Cuando los gobiernos como los de California o Nueva York intervienen para prohibir diferencias de precios entre productos dirigidos a hombres y a mujeres, confunden estas dinámicas de mercado con discriminación. Es como si prohibieran que Hermès pusiera su nombre en un bolso o que una marca de lujo cobrara más que una marca común. El precio de los bienes que apelan a la vanidad no es injusto: es una expresión natural de la libertad de elección en el mercado. Quienes llaman a esto “Pink Tax” ignoran que estas diferencias se mueven por la vanidad, no por el género.
Las cosas como son.
*Mookie Tenembaum aborda temas internacionales como este todas las semanas junto a Horacio Cabak en su podcast El Observador Internacional, disponible en Spotify, Apple, YouTube y todas las plataformas.