Opinión

Crítica del Acto Central de la Vendimia: la conquista de la belleza

Con más aciertos que deslices y sin eludir los clásicos tópicos de Vendimia, el espectáculo dirigido por Vilma Rúpolo y Federico Ortega Oliveras, alcanzó varios momentos de inspiración y luminosa alquimia.

Laureano Manson
Laureano Manson sábado, 5 de marzo de 2022 · 23:19 hs
Crítica del Acto Central de la Vendimia: la conquista de la belleza
Uno de los cuadros de Milagro del vino nuevo Foto: ALF PONCE MERCADO / MDZ

Tras el paréntesis del año pasado, en que por cuestiones sanitarias la celebración máxima de la Vendimia tuvo un formato audiovisual a través de una serie de cortometrajes, este 2022 marca el regreso de cientos de artistas al escenario del Frank Romero Day con la renovada apuesta de cautivar al multitudinario público que vuelve a poblar sus gradas. En este sentido, el mayor mérito de Milagro del vino nuevo consiste en su capacidad para convocar al asombro a puro motor de belleza.

La experimentada Vilma Rúpolo y el debutante como codirector Federico Ortega Oliveras, comprenden que la mejor herramienta para darle vuelo a un Acto Central no consiste en eludir sus clásicos tópicos, sino en trazarlos de la manera más plástica y orgánica posible. A diferencia de varias ediciones anteriores cargadas de un exceso de solemnidad, la dupla a cargo de la dirección general se vale del colchón argumental de Arístides Vargas, y concentra toda su energía en una puesta en escena que alcanza unos cuantos momentos superlativos.

Más allá de algunas resignificaciones, esta creación no se propone como un ejercicio rupturista, sino como una suerte de "grandes éxitos de Vendimia" en versión mejorada. Fieles a esta premisa, Rúpolo y Ortega Oliveras desgranan los momentos típicos de todo Acto Central, acompañándolos con sus canciones más icónicas. A la hora de disponer sus cartas, más allá del eje cronológico del relato, Milagro del vino nuevo evita esa impronta de manual escolar que tantas veces visitó el escenario del Frank Romero Day, donde cada cuadro queda anticipado hasta el hartazgo. Aquí en cambio, varios de los consabidos capítulos brotan de manera inesperada y en medio de textos acotados, que liberan al público de interminables parrafadas "poéticas".

En un espectáculo que claramente privilegia lo visual y lo musical, cada uno de esos componentes tiene sus hallazgos y falencias. A nivel de puesta en escena, los cuadros más inspirados están en la primera parte de esta propuesta. Allí se destacan el que se remonta al origen de nuestra tierra y el de la Virgen de la Carrodilla, ambos con una fibra emocional digna de un rito ancestral, y unas poderosas imágenes en la que confluyen lo cinematográfico y lo teatral. Un poco más adelante, también sobresale un clásico como "Otoño en Mendoza", en esta oportunidad propulsado por un grupo de bailarinas aladas con el sello caracterísitico de Vilma Rúpolo. También merece una distinción especial el cuadro de tango, que comienza con un diseño de puesta absolutamente exquisito, en el que vemos a sus protagonistas acercándose sugestivamente antes de la explosión de la danza.

Otro punto admirable de Milagro del vino nuevo consiste en la dignificación de las imágenes en pantallas. El cineasta Matías Rojo fue el encargado de la dirección de escenas que se combinan con material de archivo, animaciones y gráficas. Las diversas texturas que se proyectan con una notable calidad artística y técnica, ensamblan muy orgánicamente con lo que sucede en el escenario. Luego de algunas ediciones anteriores en que las visuales oscilaron entre el papelón y los logros parciales, el trabajo de Rojo y su equipo debería ser tomado como referencia de cara al futuro.

Una imagen del clásico "Otoño en Mendoza".

Así como hay aspectos de la puesta que están claramente logrados, hay otros que navegan en medio de cierta indefinición. Por ejemplo, la escena que nos trae a un presente urbano, con ingrediente drag queen incluido, queda a mitad de camino entre la dispersión y la falta de garra. El "patio criollo" está tal vez un poco excedido en duración, pero actores como Aníbal VillaAdrián Sorrentino y Rodrigo Galdeano tienen el carisma necesario para ganarse al público con su arsenal de recursos humorísticos. Por otro lado, la decisión de mantener de manera constante un escenario atiborrado de artistas, genera algunas instancias de saturación. Salvo por los primeros cuadros que tienen una impronta más equilibrada e hipnótica, en el resto hay tanto para ver que en ocasiones se opaca el lucimiento de los artistas en escena, así como también la posibilidad de disfrutar de los esmerados detalles de vestuario y utilería mayor. 

Milagro del vino nuevo privilegió cuadros con una gran cantidad de artistas en escena.

En cuanto a los recursos musicales y sonoros, Milagro del vino nuevo despliega un arsenal de talentosos músicos en vivo, con muy buenas voces al frente del variado repertorio de canciones del espectáculo. Mario Galván y Pablo Budini aciertan en la dirección y ensamble de una amplia paleta de géneros, aunque su trabajo en la composición de la música original suena en algunos pasajes un tanto edulcorado. Un plus para quienes hayan tenido la chance de ver el Acto Central en el Frank Romero Day consiste en el excelente diseño de sonido envolvente, elemento clave para la inmersión del público en el hecho escénico.

Con más aciertos que deslices, Milagro del vino nuevo emerge del opaco tiempo de encierro que nos tocó transitar. Con la tracción de más de 700 artistas en escena y la asistencia de miles de personas dispuestas a brindar su ovación, este espectáculo cumple con la misión de ir por la conquista de la belleza, para devolverle a su público momentos de luminosa alquimia.

 

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