Premios Oscar
¿Por qué Green Book conquistó un Oscar doblemente político?
En la noche del domingo, la amable road movie con Viggo Mortensen y Mahershala Ali se impuso frente a la pretenciosa "Roma". En la nota, una mirada sobre la ceremonia que la permitió a la Academia de Hollywood hacer dos goles en uno: cumplir con la tensa coyuntura de los Estados Unidos y recuperar la política industrial de premiar al cine de entretenimiento.
Sin una reconocida figura del mundo del espectáculo a cargo de la conducción, este domingo se llevó a cabo en el Dolby Theatre de la ciudad de Los Ángeles la edición número 91 de los premios Oscar. La gala tuvo escasos momentos de brillo y como siempre fue extensa. Finalmente sobrepasó las tres horas que la cadena ABC tenía como límite a no superar.
Con la presencia de Queen en la apertura, y Lady Gaga junto a Bradley Cooper interpretando la ganadora del galardón a Canción original, los premios de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood guardaron su as bajo la manga con la elección de Green Book como Mejor película, imponiéndose sobre Roma, el sobrevaluado y pretencioso film de Alfonso Cuarón que venía de cosechar múltiples reconocimientos en diversos certámenes; y se había posicionado como favorita de gran parte de la prensa especializada.
Como siempre, los votantes tuvieron frente a sus narices la chance de premiar cine en su versión más sublime, pero en varios rubros se inclinaron por los espejitos de colores y el cotillón de qualité. Que Roma, una propuesta concebida bajo patrones 100% de diseño, haya vencido en la categoría Película en idioma no inglés a Somos una familia, una joya que es 100% cine; es una clara muestra de la mirada rancia y empañada que tienen los integrantes de la Academia. Que Alfonso Cuarón haya triunfado como Mejor director sobre Spike Lee es también un insulto. Pero ambos premios ya estaban cantados y es sabido que el Oscar nunca se ha caracterizado por ser un sinónimo de nobleza cinematográfica.
Sin embargo, los galardones a Green Book, Bohemian Rhapsody y Pantera negra; marcan un hito mucho más coherente y político de lo que se piensa. Cuando el año pasado, desde la organización de los galardones lanzaron con bombos y platillos la idea de sumar el rubro Mejor película popular, se desató una acalorada polémica que terminó con el descarte de esa discutible nueva distinción. El posicionamiento y las estatuillas conquistadas por los taquilleros tres films mencionados, también coincide con la inquietud de la Academia por repuntar el alicaído rating que tuvo la ceremonia del año pasado.
Este domingo, a diferencia de las dos ediciones anteriores que tuvieron como principales ganadoras a La forma del agua y Moonlight, los votantes revirtieron la tendencia de inclinarse por propuestas caligrafistas y "artísticas" - así entre comillas - para recuperar su defensa del cine de entretenimiento. Los reconocimientos a Bohemian Rhapsody y Pantera negra fueron en categorías técnicas y de diseño, pero el Oscar a Mejor película para Green Book es una firme manifestación de que en la elección se impuso la lógica de homenajear a un film que conquistó el corazón del público masivo, lo que se dice un auténtico "crowd pleaser".
Esta entrega del Oscar también fue como un doble reflejo de la edición de 1990. Hace casi treinta años, ganaba Conduciendo a Miss Daisy, una cálida película que reunía a bordo de un auto a personajes de diferentes etnias. Tanto en aquella oportunidad como ahora, los directores fueron ninguneados en las nominaciones, pero sus películas terminaron llevándose la más codiciada estatuilla dorada. Peter Farrelly, realizador de Green Book, fue uno de los responsables junto a su hermano Bobby, de comedias como Loco por Mary y Tonto re tonto. Con la road movie protagonizada por Viggo Mortensen y Mahershala Ali, continúa el camino hacia la madurez artística que viene desarrollando en estos últimos años y da en el blanco con un relato que no asume mayores riesgos, pero fluye con indiscutible encanto y eficacia.
La coyuntura actual de Estados Unidos, con un presidente y parte de una sociedad alineados en el rebrote racista, contribuyeron sin dudas al posicionamiento del emotivo y algo subrayado film que se llevó el Oscar. Cinematográficamente hablando, en el apartado de películas de temática racial nominadas al más destacado premio de la Academia, El infiltrado del KKKlan, dirigida por el legendario Spike Lee, tiene mayores méritos creativos y un poderoso discurso que logra anclar el pasado con el presente de la poderosa nación del norte eternamente signada por divisiones entre etnias. Pero el triunfo de Green Book termina metiendo dos goles en uno: el reconocimiento a una propuesta que entretiene y el voto de corrección política en una era de tensión liderada por Donald Trump.
Para un sector de la crítica y la prensa especializada, Green Book es una película complaciente. Es cierto que el premiado guión original de esta road movie está calculado hasta la médula para conquistar a todos, con personajes tan estereotipados como queribles y un desarrollo que se intuye desde los primeros minutos. Pero este relato se las ingenia para no desbarrancar en el melodrama lacrimógeno y Peter Farrelly cumple con su misión de narrar con buen pulso una historia real ocurrida hace más de cincuenta años, manteniendo viva la reflexión sobre la problemática racista, y sin el imperativo de inclinarse a un planteo profundamente político. Conducida en piloto automático, esta película logra que su predigerida receta, resulte una agradable experiencia. En parte, por la eficacia de los diálogos y la química entre los protagonistas. Pero sobre todo, por saber siempre dar un volantazo a tiempo antes estrellarse contra la solemnidad.
El ensamble de entretenimiento y emoción, junto a un ligero planteo de corrección política, confluyen en Green Book. La Academia cumplió con todo y con todos, ya que cada uno de los films nominados se llevó al menos un premio. Alfonso Cuarón fue mimado con tres distinciones (Dirección, Película en idioma no inglés y Dirección de fotografía), cumpliendo con la remanida cuota de condecoración a su esteticista e inerte obra. Sin embargo, a la hora del galardón más brillante, el evento dio un giro afortunado: una película modesta en sus ambiciones, confeccionada desde la industria por un artesano como Farrelly que no tiene la pedantería de Cuarón, vuelve a poner al Oscar en el lugar del encanto y el entretenimiento, manufacturado puertas adentro de la industria del cine y no de un gigante del streaming como Netflix (lo que daría lugar a una triple lectura política del premio). Ya que los votantes fueron incapaces de homenajear a joyas como Nadie sabe y El infiltrado del KKKlan, al menos es un gesto de generosidad que no se hayan sumado al batallón de infladores de Roma.
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