Escapó de Cuba con 11 años, creó una importadora grande en EE. UU. y eligió Mendoza para tener su bodega
Guillermo García Lamadrid dejó Cuba siendo un niño y, tras una larga carrera empresarial, hace más de 20 años llegó a Argentina al negocio vitivinícola.

El cubano Guillermo García Lamadrid eligió Mendoza para tener su propia bodega.
Rodrigo D'Angelo / MDZSin dudas, Guillermo García Lamadrid jamás olvidará la primera vez que se subió a un avión, aunque hoy esté acostumbrado a los viajes que surcan océanos. Con solo 11 años, su madre Matilde tuvo el valor de subirlo completamente solo a un vuelo que lo llevaría de Cuba a Miami, en Florida, donde lo esperaba una familia desconocida para él.
En medio de la explosión del régimen comunista en la isla, Guillermo fue el primero de los suyos en lograr escapar. Pasaron años hasta volver a encontrarse con su familia, pero fue así que comenzó a forjar un carácter que lo convirtió en un ciudadano del mundo y un empresario con el gusto por el desafío y las adversidades como parte de su sello personal.
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Lejos de quedar atrapado en ese trágico desprendimiento, continuó con su vida hasta transformarse -junto con su padre- en uno de los importadores de alimentos, con la carne como uno de los productos estrella, de mayor peso en Puerto Rico, su nuevo hogar, y Estados Unidos.
Las cosas del destino hicieron también que el vino llegara a su camino, cuando un primer viaje a Mendoza y un posterior y fortuito encuentro con Alberto Arizu padre desembocaron en la compra de algunos viñedos que, desde hace 21 años, dan vida a Lamadrid Estate Wines. Justamente allí, con su puro en la mano y una calidez que transforma cualquier rincón en su hogar, recibió a MDZ Online para compartir su historia.
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-¿Cómo fue tu salida de Cuba?
-Eso es una historia eh relativamente larga, pero cuando niño a los 11 años salí de mi de mi querido país Cuba por una decisión de mi familia de no quedarme en el país bajo un sistema eh que adoctrinaba un tipo de sistema que no era el que nosotros queríamos para la familia. Así que de ahí salí y vine al mundo. Viajé solo, me montaron en un avión y aprendí a cómo agarrarme a la pared de mármol con las uñas.
-¿Cómo fue la salida, dónde pasaste a vivir?
-Salí a Florida, a Miami. El país tenía preparado personas que te iban a recibir, que te iban a adoptar. En algunos casos eran familiares y en otros eran personas que usualmente eran de tu mismo país, cubanos, o en otros casos americanos. Ellos te recibían y te adoptaban.
-¿Cómo funcionaba ese sistema?
-Tu ibas a vivir en sus casas. Posiblemente la familia también tenía hijos, donde tú compartías y a los dos o tres días de llegar ya ibas para el colegio. Enseguida te metían para seguir tu sistema educacional. Fue un choque inmenso, yo no sabía inglés, no sabía todavía decir ni perro, ni gato, ni casa. No practicábamos el inglés en el colegio en Cuba, así que fue una experiencia bien formativa.
-Se que te reencontraste con tu familia en Estados Unidos, ¿cuánto tiempo pasó para eso?
-Ese reencuentro fue después de varios meses que se convirtieron en años. En realidad fue mucho y fue poco comparado con otras familias que se encontraron después de 15 o 20 años. Lo nuestro fue mucho más corto, un par de años, pero para ti como niño es eterno.
Y tuve esa suerte y esa dicha de volverme a juntar con nuestro núcleo familiar, así que de ahí en adelante pues siguió el desarrollo de mi vida.
-Ese desarrollo de tu vida, ¿cómo fue? ¿Cómo llegaste al mundo de los negocios?
-De Estados Unidos, de la Florida, a mi padre le ofrecieron una oportunidad de trabajo en Puerto Rico, que se convirtió en ese momento en mi segunda patria, donde nos dieron una gran acogida y por lo cual yo siempre he estado eternamente agradecido a esa linda islita. De ahí empezó mi padre a desarrollarse en el mundo de los negocios. Estudié mi escuela superior en un colegio jesuita de San Ignacio de Loyola, que le agradezco tanto a esa educación. De ahí seguí para la universidad y al graduarme de la universidad, me gradué con mis maestrías y mis bachilleratos.
Un viernes salí y el lunes estaba trabajando en la empresa que en ese momento dirigía mi padre, era una empresa que pertenecía a un grupo norteamericano.
-¿En qué rubro se dieron esos primeros pasos?
-Ese negocio era primordialmente dirigido a la parte cárnica, que da la casualidad que mi padre tenía una experiencia en ese tipo de industria. Eso fue lo que él empezó a desarrollar en Cuba, que se lo expropió el gobierno y fue lo que traía en su conocimiento, así que pudo seguir en ese tipo de industria y yo después conjuntamente con él lo desarrollamos.
-¿Cuándo entró el vino a tu recorrido?
-El vino siempre fue algo interesante porque en el mundo de los alimentos, donde teníamos una distribución que mi padre con su esfuerzo y su dedicación -y vamos a decir que un poquito de mis añitos laburando junto con él- crecimos y fuimos exitosos en esos negocios. En ese rubro, cuando ibas a cenar, ya sea con productores o con clientes, acompañabas con un vino. Ahí empecé a probar vino, a degustar conjuntamente con la cena o el almuerzo, y ahí se me quedó siempre grabado ese rico sabor.
-¿Dónde entró Mendoza?
-En ese gusto por el vino primero entró Argentina, porque vine a mediados de los ‘80. Mi padre se especializaba en toda la parte cárnica y yo empecé a trabajar tratando de diversificar todo lo que fuera alimento en la empresa. Así que vine acá a comprar merluza y camarones en Mar del Plata. En los ‘90 empecé a comprar y a llevar carne de la Argentina a los Estados Unidos y a Puerto Rico cuando se liberó el mercado de venta libre de aftosa. Por eso vengo con una historia con Argentina de muchos años.
En un momento, por cuestiones de negocio, me hicieron una oferta de una empresa estadounidense para adquirir lo que nosotros teníamos en Puerto Rico y en Estados Unidos. Fue una oferta muy interesante y vendimos. Me retiré y al tercer día de estar retirado quería algo nuevo, me empezaron a dar palpitaciones porque yo trabajaba 24/7. Era un negocio muy intenso, la distribución de alimentos y la importación, trabajaba con todo el mundo.
Teníamos una capacidad interesante de distribuir tanto en Estados Unidos como en Puerto Rico y al salir de ese negocio me vine en 2004 con un grupo de amigos de Puerto Rico, amantes del vino. Dentro de ellos había un argentino que era el que hacía un asado delicioso y con el asado íbamos probando vinos argentinos que empezaban a salir al mercado. Hicimos un grupo y vinimos a Mendoza y a Buenos Aires.
En Mendoza empezamos a visitar bodegas y nos fuimos y visitamos a una empresa que estaba comenzando que era Achaval Ferrer y que en ese momento alquilaba una bodeguita de Gabriela Furloti, si mal recuerdo. Eso me interesó muchísimo. El saber que ellos habían empezado de cero y en ese momento ya llevaban unos añitos en el negocio y lo feliz y apasionados que estaban, sentí algo y me pasaron ese germen de la pasión. Ahí dije: “Me encantaría venir a hacer algo en Mendoza”.
-¿Cómo surgió la oportunidad de fundar Lamadrid en una zona tan histórica como Las Compuertas?
-Fue interesantísimo porque después de este viaje ya me quedé con la idea de que quería venir acá a Mendoza. Por cuestiones de casualidad conocí a Alberto Arizu y a su señora en Puerto Rico, ellos estaban en ese momento en un restaurante donde yo participaba como socio. Estaban tomándose un Luigi Bosca y yo los invité ese almuerzo, me hice cargo. Entonces vinieron a agradecerme y me dijeron; “Cuando vaya a Mendoza queremos recibirlo”. Y les dije: “Pues, voy dentro de dos o tres semanas” -Risas-. Y les conté que quería meterme en este negocio.
Alberto Arizu padre es un caballero y una persona extraordinaria, le tengo un gran aprecio, me ayudó muchísimo al darme sus sugerencia y consejos sobre dónde hacer alguna inversión. Yo pensaba comprar algunas viñas o algún terreno, así que seguí sus pasos, sus sugerencias y ahí terminé con tres viñedos. Hoy en día cumplimos 21 años. Luchamos igual que todos los que estamos en la industria.
-Al venir de un negocio tan distinto, ¿qué desafíos encontraste en la vitivinicultura y en Argentina?
-Cuando te toca como a mí que salí de mi patria muy niño y después tuve que, dentro de los negocios, viajar por muchos países para tratar de traer productos de diferentes partes del mundo y distribuirlos en Puerto Rico y en Estados Unidos, te conviertes en una persona del mundo. Donde quiera que yo iba a hacer negocio, siempre me sentía como en mi casa y cuando llegué aquí, más todavía por el aprecio y el cariño que demostraron las personas con quienes tuve contactos. Así que se me hizo muy fácil adaptarme.
Quiero mucho al país por las oportunidades, mucho a Mendoza por el cariño que me han dado y el respaldo, y porque son los que consumen mis vinos, además de los mercados donde exportamos.
-En términos de rentabilidad, ¿por qué elegir el vino y Mendoza cuando tenés oportunidades de negocio en otras partes del mundo y con otros productos?
-Es un negocio sumamente complicado desde el punto de vista de que tiene muchas vertientes, desde el campo hasta que tienes el producto terminado y después el mercadeo. Yo nací y viví el reto en mi vida. Todo ha sido retos y te diría que parte de estar envuelto en este negocio tan competitivo, es que además de retante, es apasionante. A hacer las cosas fáciles en la vida no estoy acostumbrado. Siempre estuve envuelto en cuestiones competitivas, y me encanta, me da vida y me da deseos de seguir desarrollándome en este mundo.
-En Lamadrid también encontraste un lugar para los homenajes…
-Sí, principalmente a esa disposición y ese sacrificio que hizo mi madre de llevarme al aeropuerto, de saber que me ponía en un avión hacia otro país sin una seguridad de si podíamos volver a vernos. Creo que a través de mi vida reconocí ese desprendimiento, a la misma vez del cariño y el esfuerzo de dejar ver que tú te desprendes de alguien que es tu familia, tu hijo. Ahora yo que tengo tres hijas, pues reconozco mucho más lo que es el cariño y el haber hecho ese tipo de esfuerzo, así que he hecho muchas cosas dentro del negocio dándole un reconocimiento a ella por el mérito de haberme abierto la puerta al mundo y todo lo que pude desarrollarme a través de mi historia dentro de los negocios y dentro de mi vida. Es un agradecimiento a ese momento específico donde ella dijo, “Guille, esto para mí es una oportunidad que tienes”. De verdad que eso me ha marcado mucho, por eso le pongo tanto énfasis a darle un reconocimiento a ella por ese sacrificio.
-Y más allá del homenaje a tu familia, también lo has hecho con la historia de este lugar donde está la bodega y a Mendoza, recuperando parte del patrimonio…
-Vengo de una crianza humilde y de la idea de ver cómo puedo insertarme en el lugar donde estoy desarrollándome, como aquí en Mendoza, y cómo puedo darle valor a la cultura, a la parte histórica. Aquí nos encontramos cuando hice el negocio de adquirir esta bodega con la posibilidad de restaurar esta casona antigua del 1890 que estaba en muy mal estado y de ver cómo traíamos a relucir lo que fue en un momento y las cosas que son del área de Las Compuertas, de Agrelo, de Luján de Cuyo.
Siempre he querido enaltecer las cosas que nos dan alegría y deseos de seguir haciendo cosas para la región, para que podamos seguir dándole a nuestro futuro, a nuestros hijos, nietos y bisnietos y a la región, tratando de mantener esa parte de cultura histórica, la parte arquitectónica. Siempre ha sido de mi interés tratar de mantener y proteger eso.
-¿Cómo ves el futuro para Lamadrid?
-Esto es un negocio muy competitivo. Hay que darle mucha dedicación, lo cual me inspira para seguir apasionado. Vamos a seguir cada día añadiendo detalles que puedan engrandecer el negocio. Engrandecerlo junto al grupo de personas que me acompaña, porque siempre he creído que no hay mejor elemento en la vida que la parte humana para desarrollar el negocio, así que con el respaldo de todas las personas que me rodean y que me han brindado tanto apoyo. Seguimos hasta que Dios nos de salud y el deseo y la pasión que son algo inherentes en mí, así que queremos ver cómo seguir creciendo.