Messi: a 365 días de tu día
El astro argentino cumple un año de su sueño hecho realidad. De aquí a la eternidad.
Hace unos días cometí la guachada de ir a ver la peli Muchachos. Sabía que era un camino de ida para activar el túnel tiempo y rebobinar la cinta directo a la nostalgia. Diciembre para colmo, con los balances, las juntadas con gente que no ves en todo el año y un país incendiado. Un combo perfecto para detonar la fragilidad de los sentimientos. Sabía todo eso y sin embargo fui, entregado a que afloren todas las emociones juntas.
No me acordaba de todo lo que esa gesta significó en nuestras vidas. Es que el fútbol fue un motivo para aletargar las preocupaciones por la inflación y el Producto Bruto Interno. La excusa perfecta para entender que podemos sentirnos parte de lo mismo y no caernos a la grieta política que nos desconoce con el de enfrente a diario.
No sé, en realidad, porqué el fútbol nos genera eso. Capaz que en Suiza no. Capaz que allá para los tipos la vida es idéntica mientras un Mundial transcurre. Nadie me lo contó, pero puedo dar fe que ninguno altera sus rutinas porque tengan un partido que pueda decretar una eliminación en ese torneo tan lindo que nosotros esperamos cada 1460 días. Si total, el semáforo va a seguir funcionando y no habrá un caño roto de agua que obligue a cambiar el trayecto de regreso a casa.
Yo tengo 33 años y puedo recordar, de memoria, todos los mundiales desde Francia 1998 hasta este de Qatar. Por mi condición de futbolero, pero más que nada, por mi condición de argentino: el gol de Bergkamp en Francia, el tiro libre de Svennson en Corea-Japón, el papel de Lehman en Alemania, el abrazo en traje gris de Diego a Messi en Sudáfrica, Leo llorando en el Maracaná y la paparruchada de Sampaoli.
Pero éste fue distinto y por eso está bien que sea filme. Desde el porrazo de Arabia Saudita al penal de Montiel, todo fue absolutamente cinematográfico. Como si alguien estuviese digitando un guión al que le agregaba hojas a medida que el sueño tomaba forma. Si alguien me lo hubiese spoileado, hubiese asegurado que era una peli de ciencia ficción de bajo presupuesto.

¿Dónde se ha visto que el mejor de un continente pierda contra unos árabes que saben más de petróleo que de táctica? ¿Quién puede comprar que para pasar de ronda en un grupo accesible haya que esperar un partido ante Polonia como final anticipada? ¿Posta, Australia puede complicarle la vida a una potencia? ¿Poner un villano desvalorizado como Van Gaal?
Todas esas preguntas quedan minimizadas por esa final. Porque ahí van Argentina y Francia a jugar el mejor partido de todos los tiempos, por más que ninguno de ellos todavía lo sepa. No es de subjetivo. Digo, no afirmo esto porque yo sea argentino y haya sufrido como nunca en un partido de fútbol, no. La final de Qatar 2022 es la mejor de todos los tiempos, con el perdón de Pelé, Diego, Ronaldo, Zidane o Beckenbauer.
Y Messi es un poco culpable de todo. Ese Bradi Pitt con botines al que se le negó el Oscar en sus años dorados de jugador. Y Messi, que lo intentó una y mil veces, va de nuevo. “Era el día más triste o el más feliz de mi vida”, dice Leo en la película. Como si un partido de fútbol pudiese pulverizar toda su obra digna de Louvre. Pero un poco sí, por nosotros, los argentinos, que íbamos a seguir con esa gilada del mundial que no fue nunca.
Por eso Messi sabe que es ahí o nunca. Por eso esta final no es como las demás, porque en todas las otras finales que vengan no jugará Messi. Porque si este partido hubiese sido en 2010, todavía le hubiesen quedado otros muchos mundiales por delante. Acá va lo de guion, porque el contexto esta vez lo es todo.
Es Messi ante la oportunidad de su vida con los ojos del mundo como testigo. Es Messi contra Mbappé pero también contra Cristiano Ronaldo, que reza para que no pase lo que el resto de los mortales quiere que pase. Es Messi contra sus fantasmas que lo persiguen desde que decidió romperla lejos de Rosario, contra las inyecciones, contra las finales perdidas. Es Messi y su comparación insoportable con Maradona, la presión de los sponsors, las rachas que tiene que romper una y otra y otra vez.
Es Messi para enterrar a ese crack de melenita con vincha de Barcelona, el de allá, que se olvidó del dulce de leche y la letra del himno. Es Messi contra los setecientos Balones de Oro y los dos millones de goles que a nadie le importan, si total le falta ganar un Mundial, ese que tiene Maradona. Es Messi, sentado en el banco del Olímpico de Berlín y es Messi errando una vez más el tiro contra Lehman que se volverá a ir ancho en cada repetición.
Es Messi perdiendo con Chile alguna nueva Copa América tirando un penal a la mierda y es Messi también renunciando a su país, cansado de no ser la tapa de todos los diarios del mundo. O sí, pero derrotado. Es Messi hazmerreír en la charla futbolera de café, blanco de humillación porque no tiene ese no sé qué para poder ser campeón del mundo. Es Messi hasta hoy, hace un año.

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