Decime que anoche nunca existió: el cierre de un club que duele
Un club emblemático cerró sus puertas y Mendoza pierde un lugar de contención, amistad y crecimiento. Ojalá sea el último.
Es difícil para mí, del lugar del periodista que intento ser, encarar un tema así. Porque mucho antes de ocupar un puesto en un medio de comunicación fui novio, y esa condición de estado civil me pone en jaque para ser objetivo. Me pasa, sobre todo, con las cosas decididamente tristes, como ésta.
Yerutí cerró sus puertas después de una ponchada de tiempo y varios años de gloria. Un club emblemático que trasciende al hockey sobre césped porque es mucho más que una carpeta de sintético con veintidós chicas corriendo atrás de una bocha.
Y acá sí me toca ser un poco más global al cariño personal que yo le tengo por haber sido novio de una jugadora: un club, se llame como se llame, es un lugar único e irrepetible que representa sentido de pertenencia y amor incondicional. El final de la película es crónica de una muerta anunciada porque venía en estado crítico desde hace mucho tiempo pero las culpas varias no tiene sentido sacarlas a relucir, no al menos hoy.
La triste noticia del cierre me la dio anoche mi esposa, que antes de heralda también fue novia y me regaló su pasión. Acá sí la subjetividad me pasa por encima: ella, como todos los que pasaron por ese lugar en algún momento, tienen en su final el adiós a una parte enorme de sus vidas. Ese pasado dónde crecieron felices y encontraron amistad se va con la dolorosa decisión, y junto a ella, unas cuántas lágrimas que asemejan a mares. Las noches de invierno corriendo, los sábados de partido, la logística para llegar a entrenar a tiempo y el sabor de la derrota, tan dolorosa como necesaria. Las risas.
Yerutí fue eso: alegrías ajenas al resultado. Un pedazo del mundo, por no decir todo. Yerutí para el que se enamoró de transitarlo, digo, como es cualquier club para alguien que crece puertas para adentro de uno y lo toma como propio. Pero hoy los otros clubes no cierran, por eso Yerutí duele. Yerutí y su pasado en blanco y negro que queda ahí, en estado de espera, para recordarlo cada vez que la nostalgia llame a la puerta. Gracias por eso. Gracias y hasta siempre.

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