Viajó a Nueva York para estudiar y terminó siendo rescatista tras el atentado a las Torres Gemelas
Alejandra Ciappa viajó a Nueva York para estudiar cuando ocurrió el atentado a las Torres Gemelas. En diálogo con MDZ, contó cómo fue su participación en las tareas de rescate.

Alejandra Ciappa viajó a Nueva York en 1999, con el deseo de estudiar inglés con su hermana y vivir la experiencia norteamericana. No sabía que ese viaje le cambiaría la vida.
Agustín Tubio /MDZAlejandra Ciappa tenía 28 años cuando emprendió el viaje de su vida. Luego de recibirse de médica de la Universidad de La Plata, se aventuró a la aventura neoyorquina junto a su hermana, con el deseo de disfrutar del viaje y perfeccionar su inglés. No sabía que ese viaje marcaría un antes y un después en su historia. No sabía que, dos años más tarde, se encontraría a pocos kilómetros de la zona donde ocurrió el atentado a las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001.
En una entrevista exclusiva para MDZ, la médica argentina repasó su historia y reveló por qué decidió sumarse como rescatista voluntaria al dimensionar la magnitud de la tragedia.
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- ¿Por qué decidiste viajar a Nueva York?
- Primero fue un viaje de estudio y placer, porque me fui con mi hermana para perfeccionar inglés por dos meses. Siempre comentamos con mi hermana que se tipo de viaje es el mejor viaje de la vida de uno, cuando ya no tenés la responsabilidad de terminar con algo (la universidad). En ese momento era disfrute de verano y, a la vez, íbamos todos los días a la universidad para estudiar inglés sin presión.
Aparte, el hecho de estar en la ciudad de Nueva York viviendo por dos meses y conociéndola a pleno, conociendo un montón de estudiantes de otros lugares del mundo, para mí, en ese momento, era una apertura mental que no conocía acá. Entonces, experimenté muchas vivencias con otra gente de otros países, conocí culturas, aprendí el idioma, fui a la Universidad de Columbia, que para mí era como Harvard.
- Aprovechaste para hacer el posdoctorado en Alzheimer, ¿no?
- Sí, en genética del Alzheimer. Viví tres años y medio más en Nueva York. Fue un viaje de placer y estudio, y terminó siendo algo que cambió mi vida en todos los aspectos: científica, personal.
- ¿Cuántos años tenías vos en ese momento y en qué año viajaste?
- Yo viajé la primera vez en el ‘99, y tendría 28 años, más o menos. Me quedé hasta el 2002, porque iba y volvía. Y después siempre fui y volví a Estados Unidos porque tenía muchas conexiones y, de hecho, me había casado inclusive con un norteamericano, así que parte de la cultura era parte de mi vida también.
- Fuiste por un viaje de estudio descontracturado y el 11 de septiembre de 2001 cambió tu vida. ¿Qué recordás de ese día, esa mañana? ¿Cómo te enteraste de lo que estaba pasando?
- En ese momento, dos años después de haberme mudado, lo cotidiano para mí era ir al laboratorio de genética molecular donde trabajaba. Mi vida era eso: trabajar de científica. Seguía haciendo el postdoctorado -research scientist- entre tubos de ensayo y sacar ADN, hacer genotipos e investigación. Y, de golpe, vi en un televisor chiquito de un portero el segundo impacto a las Torres Gemelas. Sentimos como un retumbo y seguimos con la rutina sin entender lo que estaba pasando.
Yo trabajaba en un pabellón de Irving, al norte de Nueva York.
- ¿A cuánto estabas de las Torres Gemelas?
- Yo vivía en Broadway y 77, en el Upper West Side, y me fui para la 168, que es donde está el Presbyterian Hospital; yo trabajaba en ese área. En ese trayecto de subte mi cerebro asoció que había dos aviones en las Torres Gemelas y que era un atentado terrorista. Vos lo veías en un televisor y no sabías si era una película, un ensayo. Le pasó a los periodistas de todos lados que miraban y no sabían bien qué estaba pasando.
Entonces, me acuerdo que miro a una señora que estaba en el subte y le digo: “Chocaron dos aviones en las Torres Gemelas”. Y ella me miró, se cambió de lugar y me dijo: “You’re crazy” (Vos estás loca, en inglés). Me hice la señal de la cruz y pensé: “Si esto explota, que no me toque”.
Cuando salí al laboratorio había un caos de película, con los autos saliendo por los puentes. En ese momento, uno va a los lugares seguros y sigue con la rutina, y después empezás a buscar a gente querida, como a mi amigo Sami, que trabajaba en Wall Street. No había conexión de teléfonos, se había caído internet.
Después me enteré a las 10:30 de la mañana por mi mamá, estando en el laboratorio, tratando de recabar información porque no sabíamos qué hacer. Ahí me gritaron: “Tu mamá te llama”. Ella, desde Buenos Aires, me empezó a gritar: “¡Se cayeron las Torres Gemelas!”. Yo pensaba “no puede ser”. Y ahí dije en el laboratorio: “No hay Torres Gemelas”. Todos salimos corriendo. Nadie entendía nada porque no teníamos televisor y cruzamos a un bar que estaba repleto de gente. Y cuando entramos vemos en la tele que se estaban cayendo las Torres Gemelas. Ahí dije: “Tengo que ir a ayudar, van a necesitar médicos”.
Conocía la dimensión de las torres. Con mi hermana íbamos a bailar todos los miércoles, cuando era el día latino. Yo merendaba, almorzaba, desayunaba en las Torres Gemelas; me sentaba en la fuente donde estaba la bola. Así que ahí fue chocante verlas caer; como que no era real.
Nos fuimos en subte, que estaba vacío porque se suponía que no andaban. Teníamos que ir para abajo, downtown, en dirección a nuestras casas. Paró en el Central Park, en la parte norte del Central Park, y el maquinista dijo: “Llego hasta acá”. Y nos bajamos y vi a Nueva York en una sola capa sin los rascacielos; la gente -demasiada- estaba en la calle y no había aviones en el cielo. Caminé hasta el American Red Cross (Cruz Roja de Estados Unidos). Dije que era médico y estuve ahí como siete horas porque había mucha desorganización y, en un principio, no sabíamos cómo podíamos ayudar.
La gente iba a donar mucha sangre hasta que pidieron que no donaran más porque no había gente para ponerle esa sangre y ya se sabía que no iban a necesitar más.
- Al otro día, ¿pudiste rescatar a alguna persona?
- Al otro día, a las siete de la mañana, a mí y a otro grupo nos mandaron a Chelsea Pier (embarcaderos de Chelsea), que estaba un poco más abajo, donde se hacían centros de campaña. Ahí había un gimnasio lleno de camillas para hacer RCP, y todo lo que fuera de urgencias. Yo me acuerdo que habría entre 50 y 100 camillas armadas, pero cerraron ese centro porque no iba a haber sobrevivientes.
Ahí nos dijeron: “Ustedes van al Ground Zero, que es donde pueden hacer algo”. Y, desde que llegamos ahí, el último sobreviviente creo que salió a las 7:30 de la mañana. De 3.000, un sobreviviente, y no se pudieron rescatar muchas vidas por la dimensión de los escombros. Era imposible con edificios tan altos caídos, llenos de escombros. Aparte, seguían cayendo edificios, explotaban cosas. Estuve tres días en ese Ground Zero y la verdad que no era consciente del riesgo que corría.
Estaba donde las torres se habían caído. Nuestro lugar de encuentro era Stevenson School, una escuela que estaba a dos cuadras.
- ¿Cómo fue el operativo para que pudieran trabajar?
- Lo que hicieron fue cerrar el área en un área mucho más amplia. Creo que en la calle 34 ya cerraban, y sólo pasaban los rescatistas, bomberos, policías, gendarmes… todo lo que era la primera línea. Así controlaban la situación porque, si no, hubiera sido catastrófico.
Creo que lo primero que hicieron fue limpiar y no dejar entrar. Y de hecho, hasta limpiaron. Yo estaba aislada en el Ground Zero, pero me contaron que no se podía entrar a Nueva York; bloquearon los puentes y era un área como de guerra.
Era tan grande la dimensión del caos que nadie estaba preparado. Íbamos armando equipos, viendo qué era lo que se necesitaba en ese lugar, por lo que no era nada protocolar. Era lo que iba pasando. Estabas rescatando un edificio y, de golpe, otro se caía al otro costado. Ibas caminando y te decían: “Ojo, no caminemos por acá porque se están desprendiendo vidrios, vidrios a 30 pisos”.
- ¿Sentiste miedo en algún momento?
- Un día sentí un poco de miedo porque uno va sin conciencia. Me tomó años dimensionar lo que viví en esos tres días. Creo que sentí más miedo cuando salí porque vi el riesgo donde había estado inmersa, que ahí no lo veía.
Pero sentí miedo un día que me quedé de noche a dormir y se largó a llover. El humo gris era constante y unos faroles nos iluminaban y, de golpe, se levantó viento y lluvia, y yo sabía que ese polvo, si te mojaba, te quemaba. Teníamos que tirar mucha agua porque, si no, te irritaba la piel, tenía mucho asbesto.
- ¿No usaban barbijos?
- Sí, primero tuvimos barbijo, después un barbijo con un filtro y, luego, ya tuvimos las máscaras. Pero no era suficiente. De hecho, hubo muchos problemas respiratorios después con los rescatistas que estuvieron mucho tiempo trabajando en los escombros. Ese día que sentí miedo me acuerdo que miré hacia Stevenson School y empecé a correr, pero corriendo a ciegas, entre escombros y cosas. Cuando llegué a la escuela sentí que ahí estaba a salvo.
El último día fue el viernes, que fue cuando llegó Bush al lugar y ya sabían que no había más sobrevivientes, que no iban a necesitar más médicos. Sabían que, si un sobreviviente salía, iba en una ambulancia, directo a un hospital. Como a las 2 de la tarde vino toda la seguridad presidencial y nos invitaron a retirarnos. Nos llevaron en colectivo y, cuando salí, vi esa valla, que estaba como a 10 o 15 cuadras del Ground Zero.
- ¿Cómo fue tu contacto con las víctimas y sus familiares?
- Durante esos tres días hubo un montón de actividad dentro del Ground Zero, de rescate de edificios, de gente, de víctimas, de escuchar testimonios, de sacar gente. Hice un trabajo psicológico, ver quiénes quedaban y seguían ayudando, y quiénes tenían que irse porque ya estaban manifestando un estrés postraumático o crisis de ansiedad. Porque lo que vos veías no era natural.
- ¿Te reencontraste con los familiares de las víctimas?
- Después tuve el privilegio de viajar muchas veces a Estados Unidos. Cuando fue el aniversario, junté piedras en el lugar, al que pudimos ingresar los rescatistas, porque fueron todos los familiares. Ahí me contacté con un montón de familiares del mundo. Imaginate que eran 3.000 víctimas, muchísimos.
Ahí junté unas piedras pensando que había cinco familias de víctimas argentinas y que, algún día, si quisieran verme, se las daría. Porque quizás era lo único que tenían de esas personas. Y, cuando pasaron 20 años, tuve el privilegio de encontrarme con la familia Griham y Whiteman, compartir nuestras experiencias y entregarles las piedras. Ahí pensaba que la tragedia te une porque hacés lazos con personas que no conocés, que no hubieses conocido si no hubiese sido por ese episodio tan triste.
Cuando fui al año, hice un duelo de esas historias que no iban a ser contadas, de esas personas. Es un segundo que cambió la vida de un montón de personas. Y cambió mi historia, cambió la historia del mundo.
Cómo cambió la vida de Alejandra Ciappa
- ¿Por qué creés que cambió tu historia? ¿Cuándo tomaste dimensión o conciencia de lo que hiciste ayudando a las víctimas?
- Primero, empecé a descubrir quién era yo. Entendí que cuando nos pasan esas cosas hay que actuar de esa manera; hay algo superior que te lleva ahí. Y estar ahí cambió mi vida porque me hizo protagonista de mi historia. Entre más de 100.000 rescatistas era la única doctora argentina voluntaria, de Tandil. O sea, pasás a ser única en un evento multitudinario, y entonces tenés dos opciones: lo rechazás o lo aceptás. Y yo decidí aceptarlo porque en ese lugar me empecé a expresar como realmente quería. Conocí mis valores, los aprendí, los descubrí con los años.