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Trastorno del Desarrollo del Lenguaje: cuando las palabras tardan en llegar

Una fecha para visibilizar el Trastorno del Desarrollo del Lenguaje, que impacta en la comunicación, el aprendizaje y la inclusión social.

Una fecha para visibilizar el Trastorno del Desarrollo del Lenguaje

Una fecha para visibilizar el Trastorno del Desarrollo del Lenguaje

Archivo MDZ

Santi tiene 8 años. A los 3, sus papás comenzaron a preocuparse porque no hablaba. Hasta entonces todo lo había hecho bien: se sentó y caminó a tiempo, dejó los pañales cuando correspondía. Era muy sociable y simpático. Su desarrollo parecía igual al de otros chicos.

El pediatra les recomendó llevarlo al jardín de infantes para que socializara y, de manera indirecta, comenzara a desarrollar el lenguaje. Así lo hicieron. Pero, a pesar de disfrutar del espacio y de compartir con otros nenes, las palabras seguían sin aparecer. Santi se hacía entender señalando y con gestos específicos cuando tenía hambre o quería jugar.

A mitad de año, la maestra citó a los padres: estaba inquieto, solía ser brusco con sus compañeros y los berrinches eran frecuentes. Esa alerta motivó una nueva consulta. El pediatra sugirió una evaluación con una fonoaudióloga especializada. El estudio confirmó un retraso en la adquisición del lenguaje y la necesidad de iniciar terapia fonoaudiológica. El diagnóstico era provisorio y dependía de la evolución.

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El pediatra les recomendó llevarlo al jardín de infantes para que socializara

El pediatra les recomendó llevarlo al jardín de infantes para que socializara

Con 4 años, Santi comenzaba a decir algunas palabras. Había progresado en relación con sí mismo, pero estaba muy lejos de lo esperado para su edad. El pediatra había explicado que a los 2 años debía tener un vocabulario de unas 50 palabras y empezar a combinar dos términos. Nada de eso ocurría todavía, a pesar de la ayuda profesional. Entonces se volcó la balanza hacia el diagnóstico de Trastorno del Desarrollo del Lenguaje (TDL). La fonoaudióloga recomendó aumentar la frecuencia de las sesiones y sumar acompañamiento psicológico, ya que los problemas de conducta se acentuaban por la dificultad de comunicarse.

Para sus padres, fueron tiempos de gran incertidumbre y preguntas sin respuesta: ¿Hablará alguna vez? ¿Tendrá amigos? ¿Qué pasará cuando empiece la primaria? Con paciencia, trabajo y acompañamiento profesional, el tiempo fue despejando esas dudas. Santi necesitaba otra forma de aprender: no le bastaba con escuchar, como a la mayoría de los chicos. Requería muchas repeticiones, un lenguaje más lento, palabras acompañadas de gestos. Sus padres dudaban en usarlos, temiendo que reemplazaran al habla. Pero ocurrió lo contrario: con los gestos, Santi comenzó a incorporar más palabras.

Después llegaron otros desafíos: aprender a leer y escribir. Para entonces, necesitó una metodología distinta a la de sus compañeros, paso a paso, letra por letra. Hoy, con 8 años, habla de corrido, aunque todavía comete algunos errores. En la escuela le cuesta comprender lo que lee, pero ha recorrido un camino enorme. Sus padres miran hacia atrás y celebran los avances. Saben que aún queda trabajo, pero los miedos del inicio ya no los paralizan.

Este trastorno, al que muchos llaman “invisible”, afecta a cerca del 7,4% de la población infantil. Detrás de cada diagnóstico hay una historia como la de Santi: la de un niño que necesita otras herramientas, y la de una familia que aprende a acompañarlo en su manera particular de construir palabras.

* Verónica Maggio. Directora de la diplomatura en Trastornos del Lenguaje Infantil de la Universidad Austral y coordinadora del área del Lenguaje del Hospital Universitario Austral.