Silvia Fernández Barrio: "El kirchnerismo fue el primero que intentó controlar discursos y convertir al periodismo en un aparato de propaganda"
Silvia Fernández Barrio repasa su trayectoria en el periodismo, recuerda coberturas históricas y relata cómo la psoriasis la llevó a fundar una ONG que hoy es referente en toda Latinoamérica.

Silvia Fernández Barrio
Agustín Tubio / MDZSilvia Fernández Barrio habla con soltura, sin filtro y con la autoridad que le dan más de cuatro décadas en los medios. No esquiva temas incómodos: el poder, la censura, los servicios, la militancia, y la transformación del periodismo. Con la misma claridad, cuenta cómo su lucha personal con la psoriasis se convirtió en su segunda pasión.
Con anécdotas que van desde los días de la dictadura hasta los estudios de Intratables, pasando por coberturas internacionales y campañas sanitarias, Silvia traza el mapa de una vida ligada a la comunicación. A continuación, su testimonio en primera persona.
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Entrevista a Silvia Fernández Barrio
- ¿Cuántos años llevás en los medios?
- Sinceramente, nunca conté los años. Empecé en 1979. Nunca fui de pensar en términos de “hace cuánto estoy”, porque siempre estuve más ocupada en lo que estaba haciendo que en mirar atrás. El otro día me reí mucho porque celebramos los 100 programas de Mujeres Argentinas y fue la primera vez que tomé dimensión de algo cuantitativo en mi carrera. Me sorprendió, porque soy de las que hacen, no de las que suman. Así que sí, son más de 40 años, y aún así me parece que fue ayer.
- ¿Cómo ves hoy a los medios y la televisión?
- Los medios nunca fueron entes aislados de la sociedad, y hoy eso se nota más que nunca. Reflejan lo que pasa, lo bueno y lo malo. Lo que sí veo es una degradación en las formas: el lenguaje, la educación, la forma de escribir y hablar, incluso la manera de informar. Antes importaba la gramática, la construcción de una oración, la solidez de una fuente. Hoy, todo lo hace una máquina. ¿Para qué vas a saber si una palabra es esdrújula, si el corrector automático te la arregla? ¿Para qué aprender a redactar, si un bot te escribe una columna? Eso me preocupa mucho. Y, por otro lado, hay algo que cambió por completo: la irrupción de la militancia en los medios. Antes, uno podía tener una ideología, sí, pero no se militaba desde la conducción, desde la mesa. Eso empezó con el kirchnerismo. Fue el primero que intentó comprar medios, controlar discursos y convertir al periodismo en un aparato de propaganda. Y eso dejó marcas.
-¿Te resultó difícil ejercer el periodismo en ese contexto de militancia y presión política?
-Siempre digo que yo tuve la suerte de no tener mayores obstáculos para ejercer mi profesión. Pero no significa que no haya habido situaciones difíciles. Todos los que llevamos muchos años en esto, hemos tenido momentos de presión, aprietes, incluso censura. Lo fundamental es tener algo que no se compra ni se enseña: espalda. Y cuando digo espalda, me refiero a experiencia, reputación, años, coherencia. A mí me pasó, por ejemplo, durante unas elecciones, que el gerente de noticias de un canal me pidió que no hiciera cierta pregunta. Me lo dijo antes de salir al aire. Era una pregunta absolutamente válida, que se refería a lo que el candidato había dicho el año anterior sobre las bocas de urna. Yo la hice igual. Al día siguiente, el director del canal me llamó para felicitarme. Y ese mismo gerente, el que me había querido frenar, tuvo que aplaudir. Eso demuestra que, aunque te quieran condicionar, si tenés firmeza, hay cosas que no se negocian.
-¿Cuándo empezaste a notar la violencia en el discurso mediático?
-Esa violencia, que ahora parece algo cotidiano, empezó a asomar con fuerza cuando Cristina Fernández de Kirchner ya estaba en el poder. Y yo lo viví muy de cerca en Intratables. Fue ahí donde vi cómo el lenguaje se transformó en agresión, en mentira, en calumnia directa. Recuerdo perfectamente cómo Brancatelli me decía barbaridades al aire, cosas que ni él podía justificar. Me acusaban de ser parte de servicios de inteligencia, de tener intereses oscuros, todo sin prueba alguna. Una vez, estando yo fuera del país, pasaron al aire un archivo donde parecía que yo elogiaba a Galtieri, diciendo “excelentísimo señor Presidente”. Lo hicieron a propósito, sabiendo que yo había renunciado pocos días después del 2 de abril. Esa operación fue deliberada. Usaron un recurso del ceremonial —porque así se nombraba a cualquier presidente— para instalar una mentira. Esa fue la violencia simbólica con la que muchos tuvimos que lidiar. Y, lamentablemente, nunca se detuvo.
Los primeros pasos de Silvia Fernández Barrio en el periodismo
- ¿Cómo fue empezar tu carrera en plena dictadura militar?
- Yo no estudié periodismo. Soy abogada. Empecé en el Canal 7 de entonces, el edificio que había quedado del Mundial ‘78. Entré como secretaria de Carlos Montero, el director de producción y programación. Venía de trabajar en el exterior, de moverme en ambientes corporativos. Pero un día, Mirtha Legrand —que era una figura con mucho peso— le dijo a Montero: “Esa chica no puede estar detrás de un escritorio”. Y así, como si fuera una casualidad, me llamaron para hacer una nota para 60 minutos. Mi primera entrevista fue con el director de la Ópera de París. A los 20 días estaba cubriendo la llegada del hombre a la Luna. Viajé a Estados Unidos, luego a Hong Kong, Malasia, hice notas en lugares donde nunca había llegado una cámara de televisión. Esa fue mi escuela: la calle, los viajes, la vida. Nadie me enseñó periodismo; lo aprendí haciéndolo.
- ¿Cuál fue la cobertura internacional que más te impactó?
- La de los refugiados de Vietnam fue un antes y un después. Llegué a una isla donde nunca había entrado una cámara. Era un cono, con tanques de agua y condiciones sanitarias espantosas. Había peste, tuberculosis, desesperación. Pensé que estaba con personas sin educación, sin recursos. Pero cuando me los empezaron a presentar, descubrí que muchos eran médicos, doctores de Harvard, de París. Gente con una vida construida que tuvo que huir en barcos donde los robaban, los violaban, y muchas veces los mataban. Estaban viviendo bajo un nylon, entre palos y barro. Me dio un golpe tan fuerte, que me costó procesarlo. Fue una experiencia que me hizo entender lo que una guerra puede hacer con una sociedad. A partir de ahí, nada fue igual para mí.
-¿Cómo nace AEPSO, tu organización para pacientes con psoriasis?
-Tengo psoriasis desde los 19 años. Lo viví con vergüenza, con miedo, con dolor. A los 50 tuve un brote muy fuerte y me recetaron un biológico. La prepaga me cubría solo el 40% y, por primera vez, no me alcanzaba para pagarlo. Yo, que venía de una familia acomodada, que siempre trabajé, no podía acceder a mi medicación. Me largué a llorar. Y ahí entendí algo que me marcó: si yo no podía, ¿qué le pasaba al resto? Empecé a buscar referentes y descubrí que en Estados Unidos había asociaciones de pacientes. Pedí permiso para traducir su página. Les encantó. Y escribí a la Federación Internacional. Me contestó el tesorero, un noruego cuya esposa… ¡había nacido en Tucumán! Con ese impulso, fundé AEPSO. Dejé la televisión, que era mi sostén, y empecé desde la habitación de mi hijo. Hoy tenemos red en todo el país, un camión que viaja, campañas gratuitas, médicos que donan su tiempo, tecnología aplicada, y un modelo que fue replicado en el mundo. Lo hicimos con seriedad, con ética y con amor.
Yo aprendí el periodismo en la calle
- ¿Qué mensaje le darías a quien recién es diagnosticado con psoriasis?
- Primero, que no tenga miedo. Que sepa que no está solo. Que se comunique con Aepso, porque ahí lo vamos a contener, guiar, ayudar. La psoriasis no es solo una enfermedad de la piel. Afecta la autoestima, la vida social, el ánimo. Pero hoy hay tratamientos que te permiten estar sin una sola lesión. Yo he visto chicas llorar porque no querían festejar sus 15 años brotadas. Y hoy están felices, limpias, con tratamientos que les cambiaron la vida. Lo mismo con personas que pensaban que nadie las iba a querer. Yo lo viví. Y te digo: sí, se puede tener una pareja, hijos, una vida plena. Mi mensaje es ese: que no se encierren, que se informen, que se acerquen. Y sobre todo, que no se dejen definir por la enfermedad. Porque, como digo siempre: lo que te pasa no te define. Lo que hacés con eso, sí.