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Quién fue Lamadrid, el "comando" y fugaz gobernador unitario de Mendoza

¿Quién fue Gregorio “el inmortal” Aráoz de Lamadrid? Comando, unitario, gobernador, parte de la estrategia de San Martín y admirado por Sarmiento. ocho notas que lo describen.

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El comando

Gregorio Aráoz de Lamadrid nació en Tucumán el 28 de noviembre de 1795. En 1811 se incorporará a pelear bajos las ordenes de Belgrano. Triunfará junto al creador de la bandera en las batallas de Salta y Tucumán y serán derrotados en Vilcapugio y Ayohuma.

Posterior al fracaso de esa incursión expedicionaria marchó nuevamente al Alto Perú bajo el mando de Rondeau. Luego de las batallas de Venta y Media (la misma donde el General Paz, fuera herido en su brazo, lesión que le valió su famoso apodo de “el manco”) y la segunda batalla de Sipe Sipe (1815) fue ascendido a Teniente Coronel por su heroísmo, al salvar de las garras enemigas al General Fernández De la Cruz. Y será el gestor de la toma de la ciudad de Tarija (sur boliviano) que estaba bajo el yugo español. Por esa acción, llena de astucia y coraje, algunos lo consideran a Lamadrid el primer “comando” argentino de la historia.

Pero además fue ayudante en el campo de batalla del mismo José de San Martín en el marco de las campañas libertadoras.

Los enemigos y el Gobernador

Las feroces guerras civiles criollas, en paralelo a la lucha por la independencia, lo ubicarán en el bando unitario. Una curiosidad: tuvo trece hijos. Dos de ellos (Bárbara y Ciriaco) serán apadrinados por quienes a la postre fueron sus adversarios: Dorrego y Rosas, quienes de “compadres” pasaron a enemigos.

Fue gobernador de tres provincias. En Tucumán ocupó el cargo tres veces. Fue fugazmente también gobernador de La Rioja durante junio de 1830 y febrero de 1831. Y en Mendoza estuvo al frente de la gobernación por solamente 19 días. Llegó sin ningún tipo de oposición a la provincia cuyana, pues la resistencia federal claudicó sin ofrecer resistencia. Su entrada a Mendoza fue a pura pompa. “Viva el libertador”, era la expresión más vertida. Una corona de flores fue ofrecida a Lamadrid, y así ingresó a la capital mendocina por la antigua calle La Cañada (actual Ituzaingo) para dirigirse al Tedeum en la iglesia principal, dispuesto en acción de gracia por la llegada del unitario. Luego fue ofrecido un baile en su honor.

Pero la reacción federal no se hizo esperar. El general Ángel Pacheco lo derrotará en la sangrienta batalla de Rodeo del Medio (24 de setiembre de 1841) abriendo el camino para la llegada a la gobernación mendocina del fraile Aldao, por lo cual Lamadrid tuvo que emigrar a Chile, con la ayuda de Sarmiento, exiliándose en la ciudad chilena de Coquimbo. Como agradecimiento a la hospitalidad recibida en Coquimbo, ya de regreso a Mendoza, algunos oficiales unitarios fundaron una villa que denominaron Coquimbito.

Batalla El Tala

El gran enemigo de Lamadrid fue históricamente el riojano federal Facundo Quiroga. El campo de batalla los cruzó en cinco oportunidades. La más simbólica, aunque no determinante, fue la batalla de El Tala. Empezaba ahí un clásico nacional: Quiroga versus Lamadrid.

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Mientras “el Tigre de los Llanos” avanzaba con su bandera negra ilustrada con una calavera cruzada por dos tibias y la leyenda que expresaba: “Religión o Muerte”, el unitario lo esperaba tras haber recuperado la gobernación tucumana y apoyar la presidencia de Bernardino Rivadavia, rabioso opositor de los federales.

El enfrentamiento que lo sentenciará con “el mito de inmortal” a Lamadrid fue esa batalla de El Tala (27 de octubre de 1826). En dicho enfrentamiento, cuyo desenlace fue fatídico para los unitarios, hubo una secuencia que parecerá milagrosa. Lamadrid había quedado solo ante la retirada de sus hombres en medio de una nube de quince jinetes enemigos. Su caballo había sido acribillado.

“Recibió once golpes de sable en su cráneo; le habían roto la nariz y la punta le quedó colgando sobre el labio superior. Su oreja derecha casi partida en dos estaba unida por un hilo de piel. Otro sablazo le cortó el bíceps del brazo izquierdo y un bayonetazo se clavó en su omóplato. Cuando cayó al piso, sin soltar su sable, lo molieron a culatazos, lo pisotearon con sus caballos y le quebraron costillas. Cuando le quitaban sus armas y ropas, Lamadrid juntó fuerzas y como pudo gritó que no se rendía. Su cuerpo estaba bañado en sangre y lo remataron con un disparo en la espalda. Se fueron dándolo por muerto” (Adrián Pignatelli).

Cuando le llevaron como trofeo a Quiroga las ropas, sombrero y armas de Lamadrid, éste exigió que le trajeran el cadáver. Cuando volvieron por el supuesto muerto, Lamadrid ya no estaba. Lo mismo pasó con los propios unitarios, pues tras el combate, su cuñado (Ciriaco Vélez) fue a buscarlo entre los muertos a Lamadrid. Algo había pasado. El presumiblemente muerto tampoco estaba.

“En el interín, soldados tucumanos habían regresado para enterrar a su jefe y descubrieron que aún vivía. Casi desnudo, colgaba de su cuello el escapulario de la Virgen de las Mercedes que le había enviado su esposa María Luisa Díaz Vélez. Lo subieron a un caballo, pero se asustaron cuando divisaron a jinetes, presumiblemente enemigos. Lamadrid se dejó caer del caballo y les ordenó que lo dejasen, que él iba a morir de todas formas. Esos soldados se fueron y los jinetes que habían visto también eran tucumanos aliados y, nuevamente, Lamadrid les dijo que lo dejasen. Así estuvo casi un día y medio hasta que lo encontró un cabo, quien debió caminar una legua para alcanzarle agua a Lamadrid. Esa noche llegaron a un rancho y la mujer que los atendió mandó a su marido en busca de ayuda. Volvió con otros paisanos y con un curandero. Allí Lamadrid recibió las primeras curaciones: además de ser lavado, le cosieron como pudieron la punta de la nariz, le terminaron de arrancar la parte de su oreja que aún le colgaba y lo vendaron. Como era peligroso permanecer en el lugar, improvisaron una camilla y caminando en el medio de la oscuridad, llegaron a Río Chico”. Textual del muy descriptivo relato del gran periodista e historiador Pignatelli.

El resucitado

Ahí nació la leyenda del “resucitado del Tala”. A los ocho meses volverían a verse las caras con Quiroga en Rincón de Valladares (1827). La suerte le volverá a ser esquiva a Lamadrid, debiendo emigrar a Bolivia. Su revancha llegará en La Tablada (1829) y Oncativo (1830) cuando los ejércitos unitarios vencieron a Facundo. Todavía habría mucha historia por recorrer y por contar. Fue testigo del fusilamiento de Dorrego, hecho que no pudo evitar, y si bien la puja ideológica entre ambos los había separado, Dorrego le entregó a Lamadrid su chaqueta militar para que la hiciera llegar a su familia junto a una a carta que escribió a su esposa Ángela Baudrix.

Tras eso, una serie de sucesos seguirán escribiendo su historia. La derrota en Ciudadela. La muerte de Quiroga en Barranca Yaco. El asesinato de Lavalle en Jujuy. Su paso por Cuyo. Emigrado en Montevideo. La Coalición del Norte. Integrante del “Ejército Grande” que conducía Urquiza y que derrotará a Rosas en Caseros (1852). El regreso definitivo a Buenos Aires. En fin, mucha agua pasará todavía bajo el puente de la historia argentina.

La muerte y la leyenda

Murió en Buenos Aires el 5 de enero de 1857; treinta años después de El Tala. Fue enterrado en la Recoleta, en la bóveda de los Díaz Vélez. Al cumplirse el centenario de su nacimiento, se dispuso trasladar sus restos a Tucumán. Al abrir el féretro, el asombro fue total. Impresionaban en el cráneo las marcas de los sablazos y, por supuesto, aún entre las costillas, el proyectil que recibió por la espalda, que aún se conservaba en el Museo Histórico Nacional.

Cuentan que antes de una de las muchas batallas que jalonaron su existencia, un subalterno osó molestarlo para consultarle sobre la disposición de las tropas. El general lo miró con furia y notablemente molesto lo increpó. “Pero hombre, ¿no ve que estoy componiendo?”. Guitarrero y payador, era conocido como el general “Vidalita”, ya que componer era su forma de entretenerse durante las largas campañas y de exaltar el ánimo de sus soldados junto al fogón, en los momentos previos al combate.

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En 1853 escribió sus célebres “Memorias”. Documento muy valioso para el estudio de la historia argentina (desde el costado de la visión unitaria y de la mano de un protagonista). Fueron famosas en su época las coplas que le cantaban sus tropas: “Cielito, cielo que sí / cielo de la última lid / vos nos mostraste glorioso / al valiente Lamadrid". “El más valiente de los valientes”, escribirá Sarmiento.