¿Qué hay en la cabeza de los terroristas? Psicopatía, ideología y pertenencia
Qué nos dicen la psicología y la experiencia social sobre el fanatismo y la violencia extrema de los terroristas.

El grupo terrorista de Yemen continúa atacando a Israel
EFEEn una mañana cualquiera, en un país que puede ser este o cualquier otro, un hombre con una ametralladora se baja de una camioneta y dispara a mansalva. No parece tener un blanco específico: su objetivo es matar todo lo que se mueva. El horario no es casual; los niños están entrando a la escuela, los padres acompañan, los maestros llegan y el tránsito es caótico. Lo que hasta ese día era rutina se convierte en una tragedia irreparable.
Cada vez que aquí, allá o donde suceden atentados terroristas la pregunta reaparece ¿Qué empuja a un ser humano a matar a desconocidos y en muchos casos inmolarse por una causa? La respuesta no es sencilla, pero la investigación psicológica nos permite descartar algunas ideas fáciles y mirar más de cerca los procesos sociales que alimentan el fanatismo.
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Partamos de la base de que intentar entender estas conductas aberrantes de ninguna manera buscan justificarlas, muy por el contrario, la idea es quizás desde el vamos imposible porqué ¿qué puede haber en la cabeza de alguien para semejantes actos? Quizás refugiarnos en la idea de que están locos puede tranquilizarnos un poco pero ¿Se trata de locura o de maldad? ¿Puede una ideología o pertenecer a determinado grupo extremista llevarnos a sacar lo peor de la humanidad.
La maldad en Psicología se entiende como el daño intencional o justificado hacia otros, a menudo asociado a rasgos como egoísmo, falta de empatía, deseo de poder, o la presencia de trastornos de personalidad. La maldad puede manifestarse en diferentes grados, desde acciones cotidianas hasta actos extremos como atentados.
Solemos buscar consuelo y explicaciones imaginando al terrorista como un “monstruo” y claro que es así, pero quedarnos allí sería solo acariciar la superficie de un problema tan complejo; casi todas las investigaciones científicas muestran que no hay evidencia sólida de que la mayoría de los autores de atentados sufran psicosis o sean psicópatas en sentido clínico; en casi todos los casos, mal que nos pese, aparecen motivos sociales, identitarios y narrativas que ofrecen sentido y venganza.
El psicólogo Fathali M. Moghaddam propuso la metáfora de la “escalera hacia el terrorismo”. En los primeros escalones aparecen los sentimientos de injusticia; más arriba, los grupos que ofrecen respuestas simples y héroes; después la deshumanización del otro y la necesidad de actuar. Solo unos pocos llegan al último escalón, el de la violencia. Comprender cada etapa es clave para intervenir antes de que alguien suba demasiado.
La mayoría de los terroristas no llegan solos a la violencia. No es que de pronto se les cruce la idea: llegan de la mano de un grupo. El fanatismo se alimenta de la pertenencia. Allí donde alguien se siente aislado, humillado o sin rumbo, el grupo extremista ofrece identidad, misión y un “nosotros” poderoso frente a un “ellos” odiado. La psicología social ha mostrado que las personas, al integrarse a colectivos muy cohesionados, pueden dejar de lado sus criterios personales para abrazar la narrativa del grupo. Se genera así un círculo de refuerzo: cuanto más comprometido está el grupo, más obligado se siente esa persona a demostrar lealtad, incluso a costa de su vida. Es lo que algunos autores llaman “Tribalismo”, la necesidad de defender al grupo propio sin importar si las ideas son ciertas o no, siendo esto un terreno fértil para que crezca la “Posverdad”, donde los hechos objetivos importan menos que la fidelidad a la versión compartida. En ese contexto, inmolarse deja de parecer un acto irracional para convertirse en la máxima prueba de pertenencia y fidelidad;
Pero ¡Cuidado! El tribalismo y la posverdad no son fenómenos exclusivos de quienes terminan en la violencia extrema. Basta mirar nuestras redes sociales o el clima político actual: muchas veces no importa tanto si una noticia es verdadera, sino si confirma lo que piensa “mi grupo”. Si alguien se atreve a cuestionar esa versión, se lo ve como traidor más que como alguien que busca claridad. Esa misma lógica, llevada al extremo y alimentada por ideologías radicales, es la que puede empujar a un joven a pasar de compartir memes conspirativos a sentirse llamado a “defender a los suyos” con un cinturón de explosivos.
Los atentados dejan sociedades devastadas y absolutamente traumatizadas por mucho tiempo, pero además e inclusive más doloroso aún cifras y rostros: El 11 de septiembre de 2001 causó casi 3.000 muertes; los ataques del 11-M en Madrid en 2004 dejaron cerca de 193 muertos; el 7 de julio de 2005 en Londres mató a 52 personas. Más recientemente, el ataque del 7 de octubre de 2023 en Israel provocó cientos de muertos y decenas de rehenes, un recordatorio brutal del daño humano que discutimos aquí.
El escritor israelí Amos Oz, en su ensayo: “Cómo curar a un fanático”, advertía que el peligro no está solo en la violencia física, sino en la agresión que encuentra una idea para justificarse. “El fanático no ve a un ser humano enfrente, sino un obstáculo a eliminar”, escribió.
Lo inquietante es que estos fanáticos no son monstruos de otro planeta: forman parte de nuestras sociedades. Comprender cómo se alimenta el fanatismo no significa justificarlo, sino todo lo contrario: es el primer paso para enfrentarlo.
Mauricio J. Strugo, Lic. en Psicología MN 41436, Sexólogo Clínico, Autor del Podcast HDP Hora de Pensar; Instagram: @elpsicologoysexologo.