Cibercrimen

Abuso sexual y estafas: más rápidos que el virus

El delito muta como la peste. Así ha sido desde el inicio de los tiempos. En plena pandemia, las tecnologías son como las calles de una ciudad sin mapa: están llenas de rincones peligrosos.

Facundo García
Facundo García sábado, 9 de mayo de 2020 · 12:42 hs
Abuso sexual y estafas: más rápidos que el virus
Oculto Se cree que Cho Joo Bin tenía esclavizadas a 74 mujeres, 16 de ellas menores.

Todavía hay personas que creen que las grandes organizaciones criminales llevan el dinero en mochilas o lo guardan en pozos al estilo de la baticueva. La realidad es que el crimen del siglo XXI es muy diferente. El delito, hoy, suele enlazarse a las tecnologías, en un entramado donde se dan cita las estafas, el abuso sexual y la ingenuidad de las víctimas.

Ni siquiera hace falta irse muy lejos. El sábado pasado una familia de Buenos Aires denunció que el docente Adrián Rowek (50) le había enviado fotos de un pene a uno de los hijos, que era su alumno y tiene 12 años. Tres días después la Policía fue a detener al hombre a su casa y al ingresar encontraron que en la cama había otro estudiante, esta vez de 14. Tras la difusión del caso, decenas de testimonios -se estima que podrían ser unos 30- empezaron a sumarse. Parece que Rowek, conocido como "Pipi" o "El Chicludo" llevaba décadas haciendo de las suyas

Desde luego, la irrupción de las tecnologías significó para Rowek la oportunidad de escabullirse con más facilidad. Una escena reciente, que comentó la madre de otro alumno, echa luz sobre su astucia. El chico cumplía años y recibió en el teléfono de la madre el llamado de "El Chicludo". El tipo le dijo a la mamá era profesor del pibe y que quería saludarlo personalmente. "¿Tiene celular, él?", consultó.

La madre respondió que el nene no tenía teléfono propio, aunque podían conversar usando el de ella. De hecho, Rowek terminó charlando un rato con el nene. “Si mi hijo tenía celular, seguro lo agarraba a él”, reflexiona hoy esa mamá.

La normativa avanza más lento que las tecnologías

Son delitos a veces "no se ven". Están fuera del radar de muchos adultos e incluso a veces también de la Ley. En diálogo con MDZ, el doctor Jorge Chávez -abogado especialista en derecho informático y director del Observatorio Interdisciplinario de Tecnología, Educación y Ciencia- coincide en un diagnóstico: la normativa tiende a atrasarse respecto al vértigo de las tecnologías.

"Existen figuras que en su momento no se previeron y van surgiendo. Por ejemplo, la creación de perfiles falsos en las redes sociales: en Argentina es difícil que te penalicen por eso; en tanto que en Europa sí es un delito", detalla el especialista.

A Rowek le cabría -ya con la primera denuncia- el artículo 131 del Código Penal, que establece penas de entre 6 meses y 4 años a quien "por medio de comunicaciones electrónicas, telecomunicaciones o cualquier otra tecnología de transmisión de datos, contactare a una persona menor de edad, con el propósito de cometer cualquier delito contra la integridad sexual de la misma". 

Complejidades

Hasta ahí el panorama se ve relativamente simple. Lo cierto es que la sofisticación de los delitos registra una escalada monumental. El acoso sexual y el tráfico de imágenes con abusos infantiles existen desde hace mucho; pero ahora los circuitos de distribución y los "modelos de negocios" no paran de desarrollarse.

Chávez: "esa complejización va de la mano con nuevas formas de hacer comercio. Antes no existían las billeteras electrónicas o las criptomonedas, y esas novedades van generando desajustes con la normativa que hay que ir resolviendo".

En marzo, en Corea del Sur, se destapó un escándalo que pone sobre la mesa el nivel de crueldad que pueden alcanzar algunos criminales informáticos.

En la Nth Room había 74 mujeres esclavizadas

La Nth Room ("Sala enésima") era una sala de chat de Telegram en la que al menos 74 jóvenes -16 de ellas menores de edad- eran obligadas a subir videos eróticos de ellas mismas, en ocasiones incluyendo violencia. No estaban encerradas, nadie parecía forzarlas: un psicópata las había llevado a esa encrucijada por medio de amenazas.

Cho Joo Bin (25) era el líder de un círculo de abusadores con cientos de integrantes. Se acercaba a las chicas y cuando se ganaba su confianza, les pedía unas primeras fotos sin ropa, prometiendo que eran para hacer un casting que les permitiría acceder a un trabajo muy bien remunerado.

Ya con esas imágenes en su poder, Cho amenazaba a sus víctimas con difundir las imágenes... salvo que le mandaran más. En una cultura como la coreana, la vergüenza juega un rol fundamental. A tal punto que el abusador -quien llamaba a sus víctimas "esclavas"- conseguía que las jóvenes le enviaran numerosos videos "eróticos"...y así el problema se hacía más y más grave.

250.000 usuarios pagaban para ingresar a esas "salas de chat"

El sistema encriptado que tienen las comunicaciones de Telegram -en principio una ventaja- se resignificaban para ser un escudo protector de los agresores. Lo mismo que ocurre con algunos delincuentes que se ocultan en la dark web. Y un cuarto de millón de usuarios pagaban para ingresar en esos chatrooms.

El abogado Chávez cuenta que la legislación intenta estar a la altura de esas nuevas realidades. "Frente a la producción y difusión de abusos infantiles, por citar un caso, se debió modificar la normativa", recuerda. Antes la simple posesión de ese material no era un delito. Miles de usuarios guardaban fotos y videos en sus discos rígidos y no se les podía hacer nada. Con el tiempo se incorporaron penas de prisión: hoy se aplican entre cuatro meses a un año de cárcel para "el que a sabiendas tuviere en su poder" representaciones de menores en situaciones o con fines sexuales.

No solo los menores

Muchos perciben estas realidades como algo remoto, y es un error. La comidilla de esta semana en la localidad de Catriel (Río Negro) fue la denuncia de una feligresa que se presentó en la comisaría novena afirmando que su pastor religioso, Polo Cerda, le había enviado un video de él masturbándose.

La cosa pasó por Whatsapp. La mujer le comentó al hombre que le dolía la cabeza y él respondió que "iba a orar" para que ella se sintiera mejor. Pero en la madrugada, la mujer vio que debajo de esos comentarios estaba el videíto con el pastor refocilándose frente a la cámara.

En principio, no es sencillo encuadrar el hecho en una figura clara. Cerda pidió disculpas y afirmó que "él nunca habría enviado algo así". Lo que hizo podría entrar en la categoría de injuria o daños morales, pero aún así se estaría en un terreno gris, fruto de los desafíos que plantean a la Ley las tecnologías.

Debajo de las capas digitales sigue habiendo seres humanos...y por lo tanto el Bien y el Mal

Es imposible no preguntarse, empero, cuántas muchachas habrá que no se animan a denunciar estos incidentes por falta de educación, amedrentamientos o presión de sus comunidades.

Se suele creer que las tecnologías mejoran a la gente. Falso: las sucesivas capas digitales que empiezan a recubrirnos no alteran un hecho básico. Debajo del perfil, las fotos con filtro, la sonrisa y la ironía; detrás de los emoticones e incluso del barbijo, lo que hay son humanos. Y donde hay humanos se concreta la eterna lucha entre el Bien y el Mal. Como siempre.

 

 

 

 

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