Presenta:

La sana costumbre de creer que es posible

El viaje a Córdoba, los nervios, la lluvia y el milagro azul con el que Independiente Rivadavia venció a River Plate.

El relato de un hincha de Independiente Rivadavia sobre lo que fue la hazaña leprosa en Córdoba en vísperas de la final de Copa Argentina.

El relato de un hincha de Independiente Rivadavia sobre lo que fue la hazaña leprosa en Córdoba en vísperas de la final de Copa Argentina.

@cunadelosgrandes

Hay viajes que empiezan antes de subirse al auto. Antes de que arranque el motor, antes del primer mate o de la primera charla sobre la ruta. Empiezan en la cabeza, en el corazón. En ese pensamiento tonto y hermoso de “¿y si se da?”. Así empezó nuestro viaje a Córdoba: cinco amigos con la ilusión de ver a Independiente Rivadavia enfrentarse a uno de los, sino al más grande del fútbol argentino. A River en la semifinal de la Copa Argentina. Algo que, sinceramente, hace unos años parecía un sueño imposible.

En la historia de la Lepra, desde el ascenso a la B Nacional allá por 2007 ha pasado de todo: desde la ilusión renovada de cada año por el ascenso hasta las campañas que dolían y las que nos devolvían el alma. Por eso, estar ahí, en el Kempes, apretados entre miles antes de entrar a la popular, mojados por la lluvia en pleno partido y abrazados entre desconocidos después de lo conseguido, fue mucho más que un partido. Fue una manera de decir “acá estamos”, una vez más.

Ya en Córdoba, después del asado, el camino a la cancha fue de euforia, de risas, de alegría y, sobre todo, de sueños en voz alta. Porque durante la caminata por las calles cordobesas, a oscuras, rumbo al estadio, mientras compartíamos un fernet, cada uno fue tirando su pronóstico, su deseo, su ilusión sobre esos noventa minutos que nos esperaban. Cada una de esas proyecciones imaginaba lo mejor, pero con ese tono incrédulo de no creer que la Lepra, que nuestra Lepra, estuviera a las puertas de algo tan grande.

Independiente Rivadavia Vs River En Córdoba (Tres)

En la fila para entrar se sentía algo raro, una mezcla de ansiedad y ternura. Todos queríamos entrar, todos queríamos ser parte. Nos empujábamos, sí, pero también nos abrazábamos. Porque en ese momento cada hincha se sentía parte de una historia que estaba a punto de alcanzar su punto más alto. Cada grito, cada garganta rota, parecía empujar un poquito más al equipo. Todo era azul. Todo era Lepra.

Y uno pensaba: ¿por qué no? ¿Por qué no animarse a creer? Este River, que venía golpeado, podía tener un mal día. Nosotros, que habíamos sufrido tanto por estar en primera, podíamos tener uno perfecto. Y así fue. Porque el destino, a veces, se acuerda de los que esperan.

Poco a poco, la gente se fue acomodando en las tribunas para ver a Independiente Rivadavia enfrentarse a la chance de escribir uno de los capítulos más gloriosos de su historia: llegar a una final de primera división a nivel nacional. Algunos dirán “es la Copa Argentina nomás”, pero no. Es el torneo que reúne a todos, de todas las categorías. Es la copa más federal del país. Y ahora, ahí estaba la Lepra, metiéndose entre los grandes, sin pedir permiso.

Independiente Rivadavia vs. River Copa Argentina

Aquel viernes 24 de octubre, en Córdoba, no importó la lluvia ni el entretiempo eterno. Ningún hincha dejó de alentar. Nadie quería perderse un segundo.

En lo futbolístico, el partido fue trabado, áspero, con pocas luces, pero con mucho corazón. River no logró imponer su juego, y la Lepra empezó a crecer desde la garra, desde el amor propio, como si cada pelota dividida fuera una causa. El equipo se sostuvo en la actitud, en el empuje, en la misma energía que bajaba desde la tribuna. Así llegaron los penales, donde la hazaña se sintió más cerca que nunca.

Mi amigo, mi hermano de toda la vida, el que me llevó a la cancha por primera vez con su viejo, estaba atrás mío, con las manos temblorosas en mis hombros.

—¿Quién patea? —me preguntó.

—Va Lucho Gómez —le dije.

—¡Vamos, Lucho! —respondió él, y gritamos juntos el primero de la tanda.

Independiente Rivadavia Vs River En Córdoba (Diez)

Entre cada penal pasó una vida entera. Y cuando entró el último, cuando Villa definió la serie, mi amigo se me colgó del cuello como un koala. Gritamos los dos, con lágrimas, con bronca, con amor.

“¡Vamos Lepra, carajo!”, fue lo único que nos salió decir.

Y sí, el destino, también, quiso que Alfredo Jesús Berti, el loco, el que nos devolvió la fe, el que hace jugar al equipo como si cada jugador fuera un hincha más, sea quien nos guíe de nuevo. Ahora queda la final, el miércoles 5 de noviembre puede volverse otra fecha histórica. Otra página para escribir. Y allá iremos otra vez, con la misma pasión, con las mismas voces roncas y las mismas ganas de ser parte.