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La revolución pendiente de la salud mental: de los síntomas al sistema

El futuro de la salud mental exige repensar terapias, acceso y regulación, la innovación debe ser ética, sostenible y humana.

Hablar de salud mental hoy es hablar de política, de regulación, de acceso y de equidad.

Hablar de salud mental hoy es hablar de política, de regulación, de acceso y de equidad.

Archivo MDZ

Durante años hablamos de salud mental como si fuera un asunto individual: la ansiedad, la depresión, el estrés. Lo reducimos a síntomas, a diagnósticos, a la capacidad o no de “pedir ayuda”. Pero casi nunca hablamos del sistema. De cómo se investiga, de quién produce los tratamientos, de qué terapias llegan realmente a las personas.

El resultado es una paradoja: sabemos más que nunca sobre el cerebro humano, y sin embargo, los tratamientos disponibles siguen siendo casi los mismos que hace 30 años. En el medio, una generación entera intenta curarse en un sistema que no evoluciona al ritmo de su sufrimiento.

La ciencia abre nuevas posibilidades

Entre ellas, las terapias asistidas con compuestos como la psilocibina, derivada de los hongos, muestran resultados clínicos prometedores para la depresión resistente, la ansiedad y las adicciones. En 2025, este mercado se estima en alrededor de 500 millones de dólares, con una tasa de crecimiento anual compuesta del 25% hasta 2033. Detrás de esa expansión hay una necesidad concreta: millones de personas para quienes los tratamientos convencionales no funcionan.

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Durante años hablamos desalud mental como si fuera un asunto individual.

Durante años hablamos desalud mental como si fuera un asunto individual.

Las compañías líderes —Compass Pathways, ATAI Life Sciences y MindMed— están impulsando la innovación, el desarrollo clínico y la comercialización de estas terapias, principalmente en mercados de Estados Unidos y Europa. Pero Latinoamérica aún no forma parte de ese mapa, a pesar de contar con talento científico, biodiversidad y un contexto sanitario que demanda soluciones urgentes y sostenibles.

El costo de un tratamiento con psilocibina, incluyendo la terapia asistida, puede variar, pero los estudios de costo-efectividad muestran que un precio por persona entre 400 y 600 libras esterlinas puede resultar rentable frente a los tratamientos convencionales de depresión. Y el crecimiento del sector no se limita a la venta del compuesto: también abarca clínicas especializadas, acompañamiento terapéutico y tecnologías que garanticen la administración segura de la sustancia.

El debate público no refleja esa realidad

Hablamos del potencial terapéutico, pero no de quién garantizará su acceso, su calidad o su producción ética. No alcanza con celebrar los avances científicos si no discutimos cómo se producirán esas sustancias, bajo qué estándares, en qué contextos culturales y con qué regulación. Tampoco sirve prohibir o demorar los procesos por desconocimiento, mientras miles de personas quedan sin acceso a alternativas seguras y validadas.

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Hablamos del potencial terapéutico, pero no de quién garantizará su acceso, su calidad o su producción ética.

Hablamos del potencial terapéutico, pero no de quién garantizará su acceso, su calidad o su producción ética.

La pregunta no es si la psilocibina “funciona”, sino si estamos preparados para hacerla parte de un modelo de salud responsable, sostenible y accesible. Eso implica repensar todo: desde la cadena de producción —donde América Latina podría desempeñar un rol clave— hasta los marcos regulatorios y la inversión pública y privada.

Hoy, el cuello de botella no está en la ciencia, sino en las estructuras que no se animan a actualizarse. Seguimos midiendo el progreso sanitario con criterios del siglo pasado: velocidad, costo y rentabilidad. Pero el verdadero salto en salud mental va a requerir un nuevo tipo de liderazgo: uno que combine evidencia con ética, tecnología con humanidad, negocio con propósito.

Si la conversación sobre salud mental está incompleta, es porque todavía excluye a quienes intentan construir soluciones desde otros lugares: desde laboratorios que investigan compuestos naturales con rigor hasta equipos que trabajan por producirlos bajo estándares internacionales. Desde países que buscan dejar de importar salud hasta los que se animan a desarrollarla a nivel local.

En Eywa estamos intentando construir justamente eso: una nueva forma de “pharma” dedicada exclusivamente a la salud mental. No replicamos el mundo como es, sino que lo diseñamos desde cero en función de las necesidades de las personas y del planeta. Creemos que los tratamientos del futuro deben nacer con una base ética, sostenible y accesible, no adaptarse a un sistema que ya está agotado.

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Hablar de salud mental hoy es hablar de política

También de regulación, de acceso y de equidad. Es aceptar que no hay bienestar posible sin innovación, y que no hay innovación válida sin conciencia.

Completar la conversación significa eso: dejar de mirar la salud mental solo como un síntoma y empezar a verla como un sistema que podemos —y debemos— transformar.

* Victoria Costa Paz, CEO de EYWA