José María del Corral: "Para mí Francisco no era el Papa, era papá"
El fundador de Scholas Occurrentes habló con MDZ sobre su vínculo con el papa Francisco, los jóvenes y la urgencia de una educación con valores.
José María del Corral, presidente de Scholas Occurrentes.
Santiago Aulicino / MDZJosé María del Corral es un educador argentino reconocido internacionalmente por su labor en la transformación social a través de la educación. Nacido en Buenos Aires, se formó como docente y dedicó gran parte de su vida a promover un modelo educativo inclusivo, basado en los valores del encuentro, la empatía y la participación.
Su vínculo con el entonces cardenal Jorge Bergoglio, hoy Papa Francisco, fue clave en el impulso de proyectos orientados a jóvenes en contextos vulnerables, donde la educación se convierte en una herramienta para construir comunidad y esperanza.
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Scholas Occurrentes, la fundación que dirige actualmente del Corral, nació a partir de esa visión compartida con el Papa Francisco. Es una organización internacional de derecho pontificio que busca vincular a escuelas, universidades y comunidades educativas de todo el mundo, promoviendo una cultura del encuentro mediante el arte, el deporte y la tecnología. Con presencia en más de 190 países, Scholas impulsa programas que fomentan el diálogo intercultural, la participación juvenil y la educación emocional, con el objetivo de formar ciudadanos comprometidos con el bien común y la paz social.
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- ¿Cómo surgió la semilla de Scholas en plena crisis del 2001?
- Nació del caos. Era el 2001, y la Argentina se encontraba sumida en una de las peores crisis de su historia. Lo económico era solo la superficie: detrás de la falta de trabajo, del colapso bancario, del ‘corralito’, había una fractura profunda del tejido social. Se había roto la confianza, se había perdido la fe en el otro, en el futuro, en las instituciones. En ese contexto, yo estaba dando clases de teología en la UCA, y también colaboraba con distintos colegios. Fue ahí que me encontré con Jorge Bergoglio, que por entonces era simplemente el padre Jorge, el arzobispo de Buenos Aires. Y me dijo algo muy fuerte, algo que me quedó grabado: ‘¿Cómo vamos a motivar a los jóvenes cuando en la calle se escucha el ruido de las cacerolas y el grito de que se vayan todos?’. Lo decía con una mirada futbolera, como era él: si se van todos, ¿quién queda? Quedan los peores. En vez de vaciar la cancha, tenemos que volver a jugar, volver a convocar a los mejores, volver a entusiasmar. Y ahí, con esa claridad y esa pasión tan suya, me propuso algo que cambió mi vida: recuperar el entusiasmo de los jóvenes, devolverles el sentido de comunidad, de bien común, de política como servicio, no como corrupción. Ese fue el germen de Scholas.
- ¿Cómo hicieron para transformar esa visión en algo real?
- Empezamos desde lo más básico y poderoso que existe: el encuentro. No teníamos estructura, presupuesto, ni plan a largo plazo. Teníamos una idea: crear un espacio donde los jóvenes pudieran hablar, expresarse, decir lo que les dolía, lo que soñaban, lo que veían. Lo primero que hice fue ir a la AMIA, a hablar con la directora de Educación judía. Le propuse juntar a chicos judíos y católicos. Ella me miró y me dijo que sí. Y después sumamos a jóvenes musulmanes, evangélicos, de escuelas públicas y privadas. Formamos un grupo que era un reflejo de la diversidad argentina. Les propusimos que se sinceraran, que hablaran desde el corazón sobre lo que les pasaba con la Argentina. No era necesario que hicieran un proyecto, pero si surgía, mejor. La respuesta fue impresionante. Lo que iban a ser cuatro encuentros, se convirtió en seis meses de trabajo intenso, profundo, movilizador. Al final de ese proceso, los propios jóvenes presentaron en la Legislatura de la Ciudad un diagnóstico y un proyecto de ley. Se trataba de recuperar los valores, de reconocer que la educación no podía ser solo información, sino una manera de vivir. Y ese proyecto, la Ley 2169, fue aprobado por unanimidad. Fue la primera ley hecha por adolescentes en Argentina. Eso marcó el inicio de algo que nunca más se detuvo.
"Para mí, Francisco no era el Papa, era papá"
- ¿Qué sentiste cuando Jorge Bergoglio fue elegido Papa?
- Fue un shock. No lo esperaba. Para nada. No soy de los que dicen ‘yo lo sabía’. Estaba en una reunión en la AMIA cuando alguien dice ‘hay Papa’. Ni me inmuté. Seguimos hablando. Salgo, me tomo el colectivo en la avenida Córdoba. En eso, sube una señora y empieza a gritar: ‘¡Bergoglio, Bergoglio!’. Yo la miré y pensé que estaba mal, que deliraba. Pero al minuto me suena el teléfono: ‘¡José, felicitaciones! ¡Es Jorge!’. Me quedé helado. Me bajé del colectivo, toqué el timbre de la primera casa que encontré y me largué a llorar como un nene. Lloraba porque lo conocía. Porque sabía de su entrega, de su compromiso, de su autenticidad. Porque en ese momento, sentí que algo muy grande estaba empezando, pero que al mismo tiempo seguía siendo él, el mismo Jorge que me había dicho que no podíamos abandonar a los jóvenes.
- ¿Cómo fue reencontrarte con él en el Vaticano?
- Fue una experiencia inolvidable, cargada de simbolismo. Yo le tenía fobia a volar. Literal. Nunca me había subido a un avión. Pero cuando Jorge fue elegido Papa, supe que tenía que ir. Con mi mujer decidimos hacerlo como fuera. Reventamos la tarjeta en 18 cuotas. Viajamos con miedo, pero con una certeza interior. Le escribí a Guillermo Karcher, un amigo del seminario que estaba en el Vaticano, y le dije que quería saludar a Jorge. Me dijo que era muy difícil, que había miles pidiéndolo. Pero algo me decía que fuera igual. Fuimos a la puerta de Santa Ana, sin acreditación, sin seguridad, sin protocolo. Esperamos. Y de pronto, aparece Francisco, bajando de un ascensor. Se me llenaron los ojos de lágrimas. Nos abrazamos. Yo tenía una camiseta argentina debajo de la camisa, y él me la destapó con una sonrisa. Me dijo: ‘Le pedí a mi familia que no venga. Vos y Ana se quedan en su lugar’. Estuvimos en la misa de inicio de su pontificado, con el guardapolvo blanco de siempre, sin saber que estaba prohibido. La televisión italiana preguntaba si el Papa tenía un médico al lado. Era yo, simplemente, con mi uniforme de maestro. Ese día entendí que todo lo que habíamos vivido tenía un sentido más profundo.
- ¿Qué es lo más urgente que necesita la educación hoy?
- Lo más urgente es recuperar el sentido. La educación está perdiendo su alma. Hoy muchos jóvenes viven vacíos, desorientados, sin propósito. Lo vemos en los síntomas: suicidio adolescente, adicciones, ludopatía, depresión. Pero esos son solo los efectos. El verdadero problema es que no saben para qué están vivos. No tienen una narrativa que los contenga. Y eso la escuela tradicional no lo está ofreciendo. Estamos repitiendo contenidos como si eso bastara, pero no basta. Necesitamos una educación que abrace, que conecte, que escuche. Que les diga: ‘Tu vida vale. Sos parte de algo más grande’. Como decía Francisco: lo que falta no es información, es alma. Y sin alma, ninguna estructura educativa sirve.
- ¿Cómo responde Scholas a esa crisis de sentido?
- Scholas nació como un gesto de rebeldía frente al vacío. Hoy está en más de 70 países, con sedes propias y miles de jóvenes involucrados. Pero más allá de los números, lo que hacemos es generar experiencias que restauran. Espacios donde los jóvenes pueden hablar, llorar, reír, crear. Donde no son juzgados ni medidos, sino acompañados. Hemos trabajado con chicos en zonas de guerra, en villas, en barrios cerrados. Y en todos los contextos aparece lo mismo: la necesidad de ser escuchados, de sentirse parte, de encontrarle sentido a lo que hacen. Estamos organizando un congreso mundial sobre ética e inteligencia artificial. Queremos poner el foco en cómo la tecnología puede servir a la humanidad, no reemplazarla. Porque el futuro no se trata solo de máquinas: se trata de corazones.
- ¿Cómo ves la educación argentina desde tu perspectiva global?
- Veo un esfuerzo enorme por mantener el sistema en pie, por asegurar la escolarización. Y eso es valioso. Pero también veo un sistema que muchas veces está más preocupado por las estadísticas que por las personas. Falta una revolución cultural, no solo curricular. Francisco lo decía con una imagen brutal: ‘Si pisás caca en la vereda, por más limpio que esté el colegio, lo vas a ensuciar igual’. Es decir, la escuela sola no puede. Necesita de la comunidad, del entorno, de la calle. Hoy el docente está solo. Está agobiado. Le pedimos que resuelva lo que la familia, el Estado, los medios y las empresas no hacen. Eso es injusto. Si no entendemos que educar es responsabilidad de todos, vamos a seguir condenando a nuestros chicos a repetir una historia sin futuro.
"Yo no sabía nada"
- ¿Qué valores perdimos y necesitamos recuperar con más urgencia?
- Perdimos lo esencial. Lo más básico. El respeto, la escucha, la mirada en los ojos. Antes un abuelo sin títulos ni universidad podía educar con solo una palabra o un gesto. Hoy eso parece una rareza. Necesitamos volver a valorar lo humano, lo simple, lo profundo. La educación tiene que volver a cultivar. No a repetir, no a reciclar. A cultivar. Y eso implica tiempo, paciencia, amor, presencia. Si no recuperamos eso, la educación se convierte en un trámite, en una rutina vacía. Y nuestros jóvenes merecen mucho más que eso. Merecen una educación que los abrace, que los desafíe, que los inspire.

