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Fileteado porteño: una representación artística muy argentina

Un 14 de septiembre de 1970 se realizó la primera exposición de fileteado porteño en Buenos Aires. Para esta fecha, MDZ conversó con Miguel Angel Polizzi.

Miguel Angel Polizzi, fileteador porteño y letrista. Foto: Lucía Simoncelli.

Miguel Angel Polizzi, fileteador porteño y letrista. Foto: Lucía Simoncelli.

La puerta de Chile 886, pleno centro de Monserrat, cuesta en abrirse. Parecería estar cerrada, porque no cede al primer ni al segundo intento, pero las obras expuestas en las ventanas delatan que hay alguien en casa. "Empujá fuerte", se escucha desde adentro y la puerta desiste a la tercera. Al ingresar, la sensación térmica primaveral se esfuma debido a la humedad del lugar. El sonido de La 2x4 - la gran radio del tango-, el polvo y decenas de latas de pintura, frascos, pinceles y afiches pegados en las paredes completan la atmósfera. Miguel Angel Polizzi tiene puesto un abrigo grueso y canturrea. Está acostumbrado al microclima: hace 25 años que trabaja en este taller de fileteado porteño.

Fileteado porteño: único en su concepción

Un 14 de septiembre de 1970, en la Galería Wildenstein, se realizó la primera exposición de fileteado porteño en Buenos Aires. Sin embargo, al ser un arte popular, no sé sabe cuándo surgió exactamente, o si hubo un artista iniciador. Según testimonios que fueron recopilando los historiadores, los primeros maestros y artesanos del oficio fueron inmigrantes italianos que trabajaban en las fábricas de carros. Posteriormente, aquellos les fueron transmitiendo la técnica a sus alumnos y así sucesivamente.

Según la información publicada en el sitio web del Gobierno de la Ciudad, se puede definir el fileteado porteño como una forma de expresión artística basada en líneas muy finas que combina colores fuertes y vivos con elementos decorativos, escenas campestres y personajes y frases populares, como Carlos Gardel o la Virgen María.

"El fileteado es único en su concepción porque se trabaja con pinceles de pelo largo, que no son habituales", explica, por su parte, Miguel a MDZ. "Es una representación artística muy argentina, como el tango. Y el tango es mágico", agrega, con una sonrisa.

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Uno de los fileteados de Miguel Angel, ubicado en un kiosco en Independencia y Tacuarí. Foto: Lucía Simoncelli.

Uno de los fileteados de Miguel Angel, ubicado en un kiosco en Independencia y Tacuarí. Foto: Lucía Simoncelli.

Un artista sin remedio

Al igual que el pintor de la Capilla Sixtina, Miguel Angel Polizzi comenzó a dibujar desde muy chico siguiendo, en su caso, los pasos de un tío. De adolescente aprendió el oficio de letrista - aquella persona dedicada a pintar letras a mano para carteles y anuncios - y comenzó a tener algunos trabajos en talleres. Mucho más tarde, a sus 53 años, mientras realizaba uno de sus primeros fileteados en el barrio, el dueño del local de Chile 886 le preguntó si le interesaba compartir el espacio, ya que él no podía mantenerlo solo.

El Miguel actual, con pelo, cejas y bigote blancos, tiene 78 años. Caminando con cierta dificultad, busca una de las guías turísticas en inglés y alemán de Buenos Aires en donde se menciona el taller, junto con el nombre de otros fileteadores.

"Justo ahí estoy haciendo un bandoneón", dice sonriente y señala la foto que aparece en el libro. "Los turistas entonces vienen directamente, o algunos pasan y lo descubren en ese momento", cuenta.

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Miguel Angel para las guías turisticas.

Miguel Angel para las guías turisticas.

No obstante, los dotes artísticos de Miguel no se quedan en la pintura. En una de las paredes, hay varios afiches y posters de obras de teatro en las que participó. El tango, además, es una constante en el taller. "A veces canto mientras trabajo", comenta.

"La gente en ese aspecto, por ahí hasta sin darse cuenta, es como que le llega el trabajo artesanal, ¿no? Cada día uno se va alejando de las cosas que se hacen con las manos, entonces la gente recibe lo artesanal y se pone contenta", reflexiona.

Secuencias de taller

Miguel se sienta enfrente de un pequeño atril y le coloca una chapa rectangular de color azul. Un estadounidense le había pedido un trabajo que tenía que entregar al día siguiente. La mesa está repleta de pinceles y latas de pintura abiertas. En el medio del caos, hay una hoja blanca con el boceto de un fileteado que dice Bienvenidos. La engancha arriba de la chapa, para poder ir copiándola.

Se pone anteojos, delantal, prende la luz de la lamparita que tiene al lado del atril y comienza a dibujar las líneas rectas del fileteado. Para esto, envuelve una tiza blanca con hilo de albañil. Repite varias veces hasta que el hilo haya quedado bien impregnado y luego marca las líneas.

Ya finalizada esa etapa, se estira en la silla, se cruza de brazos y levanta una ceja. "Ahora no me estoy acordando si es Bienvenido o Bienvenidos, con ese. De entrada me dijo y después yo no lo anoté, y no tengo manera de comunicarme con el tipo", explica. "Pero en todo caso, voy a dejar un espacio lo suficientemente grande por si tengo que agregarle la S", dice, despreocupado.

Ahora con un lápiz, comienza a dibujar las letras y dos elementos clásicos de los fileteados porteños: la hoja de acanto y la flor de cinco pétalos. En eso llega Augusto, amigo y colega suyo que abre la puerta con total facilidad. Al igual que él, tiene pelo, cejas y bigote blancos, aunque es unos años más joven.

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La hoja de acanto y la flor de cinco pétalos son clásicos elementos de los fileteados porteños.

La hoja de acanto y la flor de cinco pétalos son clásicos elementos de los fileteados porteños.

"Che Tuto, ¿vos te acordás…? Porque yo me olvidé de anotarlo. ¿El tipo dijo B ienvenido o Bienvenidos?", le pregunta Miguel.

"Bienvenido plural", le responde.

"Ah. Plural. Entonces Bienvenidos", dice. "Que memoria", agrega, por lo bajo.

Recibir lo artesanal

Mientras Miguel comenzaba a pintar las letras, un padre e hija caminaban por la vereda. "¡Mirá lo que encontramos, fileteados porteños!", dijo el primero. La chiquita, curiosa, comenzó a mirar hacia el local. El artista hizo señas para que entraran y, tras los dos intentos de abrir la puerta por parte del padre, gritó "empujá fuerte".

Una vez dentro, la nena, con timidez y sin soltarle la mano a su papá, miró de lejos el fileteado, que ya casi tenía todas las letras de color amarillo. Al escuchar la música que llenaba el local, el padre le comentó que eran del barrio y que hacía poco había ido una banda de tango a tocar a su jardín.

"Nací en un barrio donde el lujo fue un albur, por eso tengo el corazón mirando al sur", respondió Miguel, entonando una representación artística bien argentina.