El botón del sargento Cabral: "Los hicimos mierda"
La historia íntima de Juan Bautista Cabral, el soldado correntino cuyo sacrificio acompañó al Libertador hasta el último día de su vida.
"Amanopota che ruvicha ha.mbo.poti chupe.kuera"; gritó el negro Cabral en guaraní. “Me muero, mi jefe, pero los hicimos mierda”; esas habrían sido las reales últimas palabras de Juan Bautista Cabral ante San Martín a horas de su muerte. Exclamación brutalmente sincera, propio de un rudo soldado moribundo en tiempos de guerra. La historia justamente lo reivindicará al grandote correntino con su inmortal y moderado: “muero contento, hemos vencido al enemigo”. La gloria no se altera por cuestiones semánticas, y como bien nos enseñó la historia: los héroes no se nutren solo de discursos. “Cabral, soldado heroico, cubriéndose de gloria, cual precio a la victoria, su vida rinde, haciéndose inmortal”.
El héroe que cambió la historia
“Y allí salvó su arrojo, la libertad naciente de medio continente. ¡Honor, honor al gran Cabral!”, termina diciendo la emotiva marcha de Cayetano Silva y el mendocino Carlos Javier Benielli. He aquí una invitación a detenernos un instante y repensar el hecho histórico.
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Probablemente no reparamos en que la historia sanmartiniana tras su regreso a la patria hubiera sido cortísima de haber muerto en San Lorenzo. La historia del General sería prácticamente ignorada; inexistente, y hasta con cierta lógica. Obviamente, el análisis es contrafáctico. Seguramente algún otro patriota hubiera tomado el liderazgo para seguir el camino libertador, pero indudablemente este costado de la historia, de no haber aparecido Cabral en ese momento en que San Martín cayó de su caballo, el paso del Libertador por tierras sudamericanas no hubiera trascendido demasiado. Reitero, hasta con real lógica, pues San Martín hubiera sido un muerto más en combate, mientras la gesta emancipadora habría continuado por otros carriles. La historia nos hubiera dicho que San Martín fue uno de los tantos criollos que regresó al Río de la Plata y que murió tras quince minutos de combate. Y no sé, cuántos repararíamos en esa circunstancia.
Pero lo cierto fue, que “nadie muere en la víspera”, y la historia se escribió afortunadamente tal como la conocemos. Así; el 3 de febrero de 1813, junto al Convento de San Carlos Borromeo, en la localidad de San Lorenzo (Santa Fe), el “Regimiento de Granaderos a Caballo” venció a los realistas españoles. Fue el único combate en territorio argentino que libraron tanto el Regimiento de Granaderos como su creador, el por entonces coronel José de San Martín.
El noble imaginario popular, estimulado por las queridas escuelas argentinas, nos mostrarán como postal iconográfica aquella acción heroica del soldado correntino, oriundo de Saladas, Juan “el zambo” Bautista Cabral, nacido el 24 de junio de 1789, ascendido a “Sargento” luego de su muerte, tras haber rescatado a San Martín aprisionado por su caballo, ofreciéndose como un verdadero escudo humano, cuando ante el embate de un realista fue herido de muerte.
El Sargento Cabral era hijo de José Jacinto, un indígena guaraní y de la esclava de origen angoleño Carmen Robledo, ambos al servicio del estanciero Luis Cabral. Por aquel entonces, los chicos nacidos en la estancia del patrón portaban el apellido de “su amo”.
El legendario recuerdo
Ese caballo bayo con cola cortada que montó San Martín durante el combate, inmortalizado en el cuadro “Carga de Granaderos” del pintor Ángel Della Valle (que inundó los manuales escolares) murió en el mismo enfrentamiento por un balazo en el pecho. El equino había sido un regalo, el día anterior al combate, de un vecino de San Lorenzo: Alfonso Rodrigañez.
Las crónicas del hecho también recuerdan que ante esa caída San Martín vio a su ayudante Manuel de Escalada (hermano de Remedios) y le grito: “reúna usted el regimiento y vayan a morir”. Un español quiso ultimarlo de un sablazo y alcanzó a herirlo en la mejilla izquierda al momento que San Martín movió su cabeza. Otro realista arremetió con su bayoneta, pero el puntano Juan Bautista Baigorria le dio muerte. Es ahí donde apareció en escena Cabral, interponiendo su cuerpo como barrera protectora entre las bayonetas realistas y San Martín.
Otra curiosidad, fue que el “parte del combate” estuvo escrito por uno de los soldados más culto del ejército, Mariano Necochea (intelectual y matemático), debido a la luxación de hombro de San Martín a causa de la caída de su caballo.
El muerto sobre la mesa
Cabral morirá rato después dentro del convento de San Lorenzo; su sangre quedó plasmada en la tabla de una mesa donde fue atendido. Al enterarse el General de su muerte ingresó a la improvisada clínica de campaña. En medio de la congoja, solo atinó a tocar la frente del soldado. Meneo la cabeza y arrancó de la chaqueta del muerto, un botón blanco, tipo “cabeza de turco”, con un ojal detrás (como poseía el uniforme original de Granaderos) que colgaba de la prenda desgarrada.
Miró a su alrededor ante el silencio de los presentes, le brindó una palmada a uno de los auxiliares que atendía a los heridos y partió concluir el parte final del desenlace del combate. Metió su mano al bolsillo de su pantalón y depositó ese botón arrancado de la gabardina azul del heroico muerto. Había concluido un combate. Recién empezaba la guerra.
Treinta y siete años después
San Martín morirá en brazos de Mercedes en agosto de 1850. En los brazos de “su niña”. Tomados de la mano como ayer cuando subió al barco en 1824 que lo depositaba en el exilio europeo y ambos (padre e hija) curtían distintos miedos. En ese verano francés, ella envolverá a su “Tata” con aquella mantita comprada en una feria de Montmartre. Recordaran poemas en latín. Cantará junto a las nietas, mientras siempre estará presente el anhelo de volver a “la inmortal y corajuda Mendoza, donde todo se hace" como escribiera en sus tiempos de General.
Su yerno, Mariano Balcarce correrá la cortina de la habitación que da sobre el 105 de Gran Rue. Era un 17 de agosto de 1850; empezando ahí la ceremonia de preparar al difunto Libertador para su velorio. La sorpresa la brindó el joven aquel que cumplía funciones en la casa de Boulogne Sur Mer como personal de servicio. En uno de los bolsillos de San Martín había un botón. Era el botón de Cabral.
Más que un dato anecdótico, este gesto de conservar ese botón desde la muerte de Cabral puede leerse como un acto profundamente humano. Ese insignificante pequeño objeto redondo (para cualquiera) representó para San Martín una figura de apego que le brindaba consuelo, seguridad y continuidad emocional. Todo un símbolo de protección. Una forma de mantener el vínculo con quien le salvó la vida. No era un objeto; era un lazo emocional.
Lejos de la imagen de un militar frío, la anécdota nos muestra en San Martín otro gesto que pretendemos mostrar en nuestras narraciones. La acción vislumbra que incluso los grandes líderes necesitan anclajes emocionales. La seguridad y el convencimiento no siempre vienen de afuera; a veces se construye con símbolos pequeños que nos recuerdan que no estamos solos. El botón de Cabral fue un refugio emocional, un sostén interno y una forma de llevar consigo aquello que le dio vida. San Martín no llevó durante treinta y siete años ese botón solamente en su bolsillo; lo llevó a través de su historia, en su mente y en su corazón. Sabía perfectamente que esa era una manera de hacer justicia y de hacer patria.

