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¿Dónde se nos va la energía? Cuando nuestra "batería vital" pide auxilio

Estrés, hábitos, desgaste emocional y vínculos tóxicos drenan tu energía. Cómo detectar señales de alarma, recuperar foco y recargar tu batería vital.

La ciencia lo confirma: la Organización Mundial de la Salud advierte que más de mil millones de personas viven con algún trastorno mental.

La ciencia lo confirma: la Organización Mundial de la Salud advierte que más de mil millones de personas viven con algún trastorno mental.

Archivo MDZ

¿Alguna vez has sentido que, por más que duermas o descanses, sigues agotado? Esa sensación de desgaste emocional permanente no es casualidad. Vivimos en un mundo que exprime hasta la última gota de nuestra energía física, mental, emocional y espiritual. Y como ocurre con un celular, si no recargamos nuestra “batería vital”, tarde o temprano nos quedamos sin fuerzas.

La metáfora es sencilla, pero muy real: cada día, nuestra batería se descarga con el estrés, las exigencias, las pantallas, las noticias, las preocupaciones y hasta con vínculos poco sanos. Y aunque cada persona se desgasta de manera distinta —porque cada historia es única—, todos compartimos una fragilidad común: no tenemos energía ilimitada ni tampoco somos infinitos.

La ciencia lo confirma: la Organización Mundial de la Salud advierte que más de mil millones de personas viven con algún trastorno mental. La depresión y la ansiedad encabezan la lista, y la pandemia aumentó en un 25 % estos diagnósticos. El precio invisible de este estilo de vida es el cortisol crónico: esa hormona del estrés que, encendida como alarma permanente, desgasta el cerebro, enferma el cuerpo y drena la energía.

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Nuestra batería se descarga con el estrés, las exigencias, las pantallas, las noticias, las preocupaciones y hasta con vínculos poco sanos.

Nuestra batería se descarga con el estrés, las exigencias, las pantallas, las noticias, las preocupaciones y hasta con vínculos poco sanos.

El problema no es solo social, también es espiritual

Cuando creemos que podemos “estirar el chicle” sin reconocer límites, nos instalamos en una omnipotencia peligrosa. Jesús mismo nos da otra pista: los Evangelios lo muestran retirándose a orar en silencio, descansando en Betania con sus amigos o subiendo a la montaña para recargar fuerzas. Incluso Él necesitaba reconectar con la fuente.

Lo cierto es que nuestra cultura nos empuja al círculo vicioso del estrés y la recompensa inmediata: trabajamos bajo presión, buscamos alivios rápidos en pantallas, comida, compras o distracciones, y terminamos todavía más cansados. A esto se le llama el “secuestro amigdalar”: cuando una emoción intensa —miedo, rabia, frustración— toma el control y nos deja fuera de balance. Así, perdemos claridad y gastamos más batería en falsas alarmas que en vivir de verdad.

¿Cómo romper este ciclo? Primero, reconociendo “dónde nos aprieta el zapato”. No a todos nos drenan las mismas cosas: a algunos los vacía el ruido o el desorden, a otros la presión laboral, la inseguridad económica o la falta de reconocimiento. Detectar esos focos de desgaste es clave para poner límites, pedir ayuda, reorganizar el tiempo y elegir mejores “enchufes” para recargar.

Una herramienta práctica es llevar una pequeña bitácora diaria: anotar qué me descargó, qué me devolvió vitalidad, cómo respondió mi cuerpo y qué acción concreta puedo tomar mañana para cuidarme. Ese simple hábito abre los ojos a patrones que, de otro modo, pasan inadvertidos.

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Una herramienta práctica es llevar una pequeña bitácora diaria.

Una herramienta práctica es llevar una pequeña bitácora diaria.

La buena noticia es que podemos recuperar la energía

Hay “cargadores” disponibles y al alcance de todos. El descanso real, la alimentación sana, los vínculos significativos, la oración, la naturaleza y el silencio son algunos de ellos. Lo importante es no olvidar que el espíritu también necesita recargarse: no basta con el cuerpo y la mente.

Quizás la gran lección es volver a lo básico: no somos dioses, somos humanos. Nuestra batería se gasta, pero también puede renovarse si aprendemos a escucharla. Y al hacerlo, no solo ganamos equilibrio personal: también nos volvemos más disponibles para los demás. En definitiva, cuidar nuestra batería vital no es un lujo, es un acto de responsabilidad y de amor. Porque solo quien se conecta a la fuente puede, de verdad, iluminar y sostener a otros.

* Trini Ried Goycoolea. Periodista y escritora, especialista en vínculos.