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Del Congreso a las aulas: cómo la violencia política enseña a agredir

Los discursos agresivos en la política moldean el comportamiento social: la violencia simbólica se transforma en práctica cotidiana en las aulas.

Si permitimos que la pedagogía del agravio se imponga desde arriba, condenamos a futuras generaciones a una convivencia basada en miedo y confrontación.

Si permitimos que la pedagogía del agravio se imponga desde arriba, condenamos a futuras generaciones a una convivencia basada en miedo y confrontación.

Archivo.

El Parque Cívico de Mendoza se convirtió en la dolorosa escena de una realidad que no podemos ignorar: un adolescente de 16 años terminó en terapia intensiva tras una brutal pelea entre alumnos de distintos colegios. Mientras en la aulas aplican sanciones y talleres, surge una pregunta clave: ¿qué licencia social e institucional estamos otorgando a los jóvenes para resolver conflictos con agresión, verbal o física?

La violencia juvenil no surge de un vacío. Es un fenómeno multicausal: exclusión social, desestructuración familiar y problemas de salud mental son factores determinantes. Hoy, sin embargo, se suma un catalizador simbólico: el ejemplo de líderes que convierten el agravio en estrategia y el destrato en virtud, enseñando a los jóvenes que humillar y confrontar es la forma de ganar visibilidad y reconocimiento.

La Criminología de la Imitación: la agresión como performance

La Criminología del Aprendizaje Social demuestra que la violencia no es innata: se aprende por modelado y se refuerza cuando produce resultados. Hoy, el ejemplo que predomina no es el del autocontrol, sino la humillación pública y los insultos sistemáticos de la clase dirigente.

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La Criminología del Aprendizaje Social demuestra que la violencia no es innata.

La Criminología del Aprendizaje Social demuestra que la violencia no es innata.

Cuando figuras de poder transforman el debate en un ring de insultos y la confrontación en performance mediática, el mensaje que reciben los jóvenes es claro: la agresión, verbal o física, es un atajo eficaz para ser vistos y ganar reconocimiento. En aulas y redes, los adolescentes replican esta dinámica: no buscan convencer con ideas, sino humillar para obtener atención. La agresión se convierte en performance y el agravio, en marca de identidad.

El aula como espejo de la política

En este ecosistema, los adolescentes enfrentan un dilema crucial: ¿seguirán a líderes que insultan y promueven la agresión, o a padres y docentes que fomentan el respeto y el diálogo? La respuesta definirá si la escuela se transforma en un espacio de aprendizaje cívico o en un espejo deformante de la política más ruin.

Más allá de la escuela: la construcción de ciudadanía

Si permitimos que la pedagogía del agravio se imponga desde arriba, condenamos a futuras generaciones a una convivencia basada en miedo y confrontación. La lección para los jóvenes debe ser clara: el consenso y el respeto son las únicas herramientas legítimas de poder.

Si los líderes no reparan en los efectos de su discurso, los adolescentes aprenderán que agredir es válido, con un costo que afecta su salud, la convivencia escolar y, en última instancia, el futuro cívico de la nación. La violencia política ya no se queda en los pasillos del Congreso: se replica en las aulas, modelando la agresión juvenil y debilitando la ciudadanía del mañana.

* Lic. Eduardo Muñoz. Criminólogo. Divulgador en Medios. Análisis criminológico aplicado a temas sociales de actualidad y seguridad.

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