Cuando un hijo adoptado roba: entender la herida detrás del acto
El robo en un hijo adoptado no es codicia: es un pedido de seguridad. Entender su historia permite reparar el vínculo y construir confianza.
cuando el niño siente que su hogar no se derrumba ante sus errores, su cerebro empieza a aprender que puede confiar en el vínculo.
ArchivoMuchos padres adoptivos, especialmente en la adopción de niños grandes, se enfrentan a escenas que los descoloca por completo. Un billete que falta, un objeto escondido bajo la almohada, cosas ajenas en un cajón y una pregunta que duele y asusta: ¿Por qué mi hijo me roba si lo tengo todo para él? ¿Por qué, si no tiene necesidad de robar? Se mezclan de golpe el desconcierto, el enojo y la tristeza; pero el hecho nos muestra el umbral de una comprensión más honda porque el robo, en los hijos adoptados a una edad mayor, rara vez tiene que ver con lo material sino que es un mensaje que no aprendieron a expresar de otra forma.
A veces, es una prueba para saber hasta dónde puede confiar; robar, en ese contexto, es una prueba. Un ensayo inconsciente: “¿Qué pasa si tomo algo sin permiso? ¿Me vas a echar? ¿Me vas a gritar? ¿Me vas a dejar de querer?”. El niño no roba para destruir el vínculo, sino para medir su fuerza. Es su manera torpe, desesperada, de preguntar: ¿Todavía estoy a salvo?
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Los padres se enojan
Porque duele la traición de quien uno ama. Pero el niño no roba desde el deseo de destruir, sino desde el hambre. No de pan, sino de certeza. En ese momento, el desafío es empatizar con la necesidad de nuestro hijo para disipar el enojo y poder conectar desde la contención, reforzando la seguridad de nuestro hijo para que vaya encontrando respuestas y vaya perdiendo fuerza un impulso que a quien más lastima es a nuestro hijo. Poner sobre la mesa, abrazar, empatizar, dialogar dando seguridad y comprensión es lo único que hará que nuestro hijo deje de necesitar poner a prueba el vínculo, es lo único que irá mitigando el hambre de certezas.
En otros casos, ese impulso tiene otra raíz: la experiencia de la escasez. Algunos niños pasaron años sin tener lo suficiente, o aprendieron a sobrevivir acumulando lo que podían. En las calles, en hogares temporales, esconder un pan podía ser un acto de supervivencia, no de codicia. Y el cuerpo no olvida. Aunque ahora tenga todo, su reflejo sigue actuando. No roba porque necesita el objeto: roba porque su memoria necesita sentir que puede protegerse.
Otros hijos, en cambio, roban por vergüenza
Cuando alguien los cuida, sienten que no son merecedores del afecto que reciben, y esa culpa se vuelve intolerable. Robar, paradójicamente, puede ser su forma de equilibrar la balanza, de volver a su zona de confort, a ese lugar en donde reconfirman que no son merecedores, que los demás están equivocados, que “no se dieron cuenta aún” cuánto no merezco lo que me dan.
Por lo tanto, cuando un padre adoptivo descubre el robo, lo más importante no es la sanción, sino el mensaje que viene después. No se trata de dejar pasar el acto, sino de mirar más allá. De decir, con firmeza y ternura: “Esto no está bien, pero no te voy a dejar solo por esto. Estás conmigo, te sostengo y te muestro que ya no necesitas hacerlo”. Porque lo que el niño necesita aprender es que hay consecuencias sin abandono. Que puede equivocarse sin perderlo todo. Que el amor verdadero no se retira con un error. Los padres adoptivos pueden ofrecer algo que ningún profesional reemplaza: presencia constante, incluso cuando duele. Y esa constancia, repetida día tras día, va escribiendo una nueva historia dentro del niño. Lentamente, la desconfianza se ablanda. El impulso de esconder empieza a ceder. Y un día, casi sin darse cuenta, el niño deja el dinero sobre la mesa, o devuelve un objeto sin que nadie se lo pida. No porque tema el castigo, sino porque ya no necesita probar que pertenece. El robo deja de tener sentido cuando el amor empieza a sentirse real. Es ahí cuando el robo deja de ser una forma de hablar.
Si alguna vez tu hijo roba, no pienses solo en el acto
Pensá en la herida que lo impulsa. No preguntes “¿por qué lo hizo?”, sino “¿qué parte de su historia está hablando en él?”. Esa mirada no justifica, pero sí transforma. La reacción de los padres ante un robo puede marcar la diferencia entre reforzar el trauma o iniciar una reparación. Es natural sentirse herido o traicionado, pero es fundamental no interpretar el acto como una agresión personal.
Entonces, queridos padres adoptivos, es importante:
- Mantener la calma: antes de responder, respirá y recordá que estás frente a una expresión del pasado, no del presente. El niño no está atacándote: está repitiendo un patrón aprendido en contextos de miedo, está comunicando un mensaje que no puede expresar de otra forma.
- Evitar la humillación o el castigo severo: castigar con dureza, gritar o avergonzar refuerza el mensaje interno del niño: “no soy digno de amor”, agudizando el trauma. En cambio, es más útil abordar el hecho con límites claros, pero con contención emocional para que robar deje de ser una forma de hablar.
- Nombrar lo que pasa: expresar algo como: “Esto que hiciste está mal. ¿cómo te hace sentir? Quiero entender qué sentiste y cómo podemos hacerlo diferente porque te quiero y quiero que te sientas bien con vos mismo.” Nombrar el acto sin romper el vínculo ayuda al niño a integrar la idea de que puede equivocarse sin perder el amor ni la pertenencia y va mitigando la necesidad de hacerlo.
- Trabajar la confianza día a día: el robo es un síntoma de una herida relacional. La confianza se reconstruye con consistencia: rutinas estables, afecto previsible y consecuencias coherentes. Cada día que el niño experimenta seguridad, su necesidad de controlar, robar o esconder disminuye.
- Buscar acompañamiento profesional: el acompañamiento puede ayudar a la familia a comprender la dinámica emocional detrás de la conducta. En algunos casos, el robo puede estar asociado a impulsividad, ansiedad o mecanismos más profundos que requieren intervención terapéutica para el niño también.
Los padres adoptivos ofrecen algo que ningún profesional reemplaza
Con el tiempo, cuando el niño siente que su hogar no se derrumba ante sus errores, su cerebro empieza a aprender que puede confiar en el vínculo. Esa transformación no ocurre de un día para otro. A veces lleva años. Pero cada experiencia de contención, cada vez que el adulto responde con firmeza y ternura, el niño o adolescente va transformando su experiencia interna y sus percepciones.
Comprender no significa justificar. Significa mirar con profundidad. Significa reconocer que detrás del acto hay una historia de pérdidas, que el amor, si es paciente y sostenido, puede reparar. El objetivo es que nuestro hijo aprenda a confiar para que no necesite robar. Que entienda, en lo más profundo, que ahora tiene algo que nadie le va a quitar: un lugar al que pertenece. Animo y paciencia, queridos padres adoptivos, que el verdadero cariño va venciendo las dificultades.
* Cristina Ma. Goldaracena. Madre Adoptiva. Counselor en adopción y acompañamiento familiar.




