CAE: "El verdadero éxito es tener las ganas todos los días para intentarlo"
El músico repasa su increíble historia: de la peluquería familiar a Viña del Mar, crisis en España. CAE y un regreso que hoy lo lleva de gira por el mundo.

CAE en MDZ.
Agustín Tubio / MDZCarlos Alfredo Elías, más conocido como CAE, pasó de entretener clientes en la peluquería de su padre a brillar en Viña del Mar. Entre medio, vivió la fama explosiva con Bravo, una dura crisis en España que lo llevó a cortar pelo para sobrevivir y un regreso triunfal con su nuevo disco All Inclusive.
Tras más de 30 años de carrera, el cantante repasa una vida de éxitos, pero también de crisis, reinvenciones y canciones que se hicieron himnos. Ahora vuelve con un álbum que celebra el disfrute y una gira internacional que lo llevará del Ópera a Israel.
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-CAE, en tus comienzos trabajaste en la peluquería familiar. ¿Qué recuerdos te quedan de esa etapa?
-Mis primeros escenarios no fueron teatros ni estadios, fueron dos peluquerías que estaban a menos de 20 metros una de la otra. Una era la de mi papá, una peluquería de hombres con olor a colonia, al vapor de la toalla caliente, con charlas pausadas sobre fútbol, política y la vida misma. La otra, la de mi abuela, era un templo femenino con aromas dulces, charlas mucho más efusivas y risas que se escuchaban desde la calle. Crecer entre esos dos mundos fue como hacer un curso intensivo de sociología y teatro sin saberlo. Me la pasaba observando: cómo la gente confiaba secretos, cómo se abrían para contar penas y alegrías mientras les cortaban el pelo, cómo el peluquero no solo cambiaba un look sino que también cambiaba el ánimo. Desde muy chico mi papá me fue enseñando el oficio: empecé barriendo pelos, después lavando cabezas, y más tarde, tijera en mano, haciendo cortes. A los 12 años ya tenía un diploma de peluquero profesional. Aprendí no solo a cortar, sino a leer gestos, a improvisar conversación, a hacer sentir a la gente que ese momento era especial. Sin saberlo, ahí estaba entrenando la parte de mi personalidad que más tarde me permitiría estar frente a un escenario y conectar con miles.
-¿En algún momento volviste a ejercer como peluquero?
-Sí, y no de manera anecdótica, sino como una herramienta real para salir adelante. Cuando me mudé a España con mis hijos, lo hice con un contrato y un proyecto musical sólido… o eso parecía. Al poco tiempo todo se derrumbó: la productora cerró de un día para el otro, me quedé sin ingresos, con tres meses de alquiler atrasado, sin auto y con dos chicos pequeños que dependían de mí. En lugar de quedarme quieto, me acordé de ese oficio que mi papá me había enseñado con tanto amor y disciplina. Busqué mis tijeras, mis peines, y empecé a cortar pelo otra vez. En un país nuevo, sin red de contactos, esa habilidad fue mi salvavidas. Y lo hice con orgullo, porque cortar el pelo no es solo técnica: es escuchar, contener, hacer que la persona se vaya más contenta de lo que llegó. Ese espíritu de “no quedarse quieto” también lo aplico a otras cosas: en casa arreglo instalaciones eléctricas, plomería, pintura… aunque confieso que a veces las cosas quedan medio torcidas (risas). Pero esa filosofía de resolver con lo que tenés a mano me salvó más de una vez.
Nadie está preparado para la fama repentina
-Hablemos de Bravo, tu primera gran experiencia de fama masiva. ¿Cómo la viviste?
-Fue como si de repente alguien encendiera un turbo y pasáramos de 20 a 300 kilómetros por hora. Antes de Bravo, todo era autogestión: tocábamos en bares chicos, llevábamos nuestros propios equipos, hacíamos afiches a mano y los pegábamos por la ciudad. Golpeamos muchas puertas de discográficas que nos decían que no encajábamos: “los grupos con pelo largo y brillantina no venden”, nos repetían. Un día, casi de casualidad, nos invitan a “Ritmo de la Noche” con Marcelo Tinelli. Esa noche cambió todo. El programa tenía un rating altísimo y nuestra música explotó. En cuestión de semanas estábamos tocando en estadios de fútbol en Argentina, Paraguay y Uruguay. Pasé de volver a casa en colectivo después de un show a encontrarme colectivos llenos de fans estacionados en la puerta de la casa de mis viejos para pedirme autógrafos. Fue un sueño hecho realidad, pero un éxito tan vertiginoso que no había tiempo para pensar en lo que estaba pasando.
-¿Ese éxito tan rápido tuvo un costo?
-Sí, y lo entendí después. Cuando sos “el artista del momento”, la industria te exprime para aprovechar cada segundo de tu popularidad. Todo es para ayer: giras sin descanso, entrevistas a cualquier hora, sesiones de fotos, viajes relámpago. No hay pausas para pensar, ni para cuidarte física o mentalmente. En los 90 nadie hablaba de salud mental, mucho menos en el ambiente musical. Y si no tenías un círculo de contención, era fácil perder el eje. Yo tuve la suerte de que mi familia fuera ese cable a tierra. Volver de un show ante miles de personas y sentarme en la mesa de mi casa para jugar al ping-pong con mi hermano me recordaba que yo seguía siendo Carlos Alfredo Elías, un pibe de barrio, y no solo “CAE de Bravo”. Eso me salvó de caer en el vértigo.
-Luego llegó tu etapa solista y Viña del Mar. ¿Qué significó para vos?
-Viña del Mar es mucho más que un festival: es una leyenda. Está el “monstruo” del público, que aplaude con fervor o te silba sin piedad. Hay una presión tremenda y una competencia de altísimo nivel. Representar a Argentina, pasar todas las etapas y escuchar “país ganador: Argentina” fue un orgullo indescriptible. Pero más allá del premio, Viña me dio una enseñanza clave: hasta ese momento había manejado mi carrera como una carrera de velocidad, buscando siempre el próximo éxito rápido. Viña del Mar me hizo entender que la música es una maratón: hay que planificar, armar un buen equipo, diversificar y construir con paciencia. Fue un punto de inflexión: dejé de ser solo un músico que buscaba fechas y me convertí en un artista que quería dejar una huella.
-Contaste que en España viviste un momento muy duro. ¿Qué pasó?
-Fue como estar en una película de esas que no querés protagonizar. Me fui con todo: contrato firmado, disco editado, gira planeada y mis dos hijos pequeños. Al principio todo era soñado: tocaba con artistas internacionales, viajaba, la proyección era enorme. Hasta que un lunes llegué a la oficina y vi cajas, muebles desarmados y silencio. La productora había cerrado de un día para el otro. Me quedé sin trabajo, sin auto, con el alquiler atrasado y en un país donde no conocía a nadie que pudiera darme una mano laboral. La prioridad fue que a mis hijos no les faltara nada. Volví a cortar pelo, acepté shows pequeños, caminé mucho para ahorrar en transporte, y resolví problemas de uno en uno. Aprendí que la resiliencia no es una frase motivacional: es la capacidad real de levantarte y seguir, aunque el panorama sea incierto.
-Una de tus canciones más queridas es “Te recuerdo”. ¿Cuál es su historia?
-“Te recuerdo” nació como una carta de amor que nunca envié. Conocí a una cordobesa en una gira y tuvimos un romance a distancia. Nos escribíamos cartas manuscritas, como se hacía entonces. Una noche, después de mucho tiempo sin vernos, me puse a pedirle perdón por mis ausencias. Escribí: “Ya sé que es imposible que me perdones…”, y de ahí siguió fluyendo la letra. Esa carta terminó convertida en canción y entró a último momento en el disco. Fue un éxito enorme, grabado en varios idiomas y abrazado por el público como propio. Lo más loco fue que, muchos años después, supe que ella escuchó la canción y entendió que era para ella. Fue cerrar un capítulo que había quedado abierto por décadas.
Nos quedamos muy solos y nos reinventamos
-Hoy estás con nuevo disco y gira. ¿Qué nos podés adelantar?
- All Inclusive no es solo un disco, es una declaración de principios. Habla de incluir en tu vida todo lo que te hace bien: la música, los afectos, los recuerdos, las risas. Está producido por Peter Axel, que tiene un recorrido enorme con artistas de distintos géneros. El sonido es fresco y actual, pero sin perder mi identidad. Lo presentamos el 16 de agosto en el Teatro Ópera y después nos vamos de gira por Argentina, España, Estados Unidos e Israel. El show es una experiencia completa: canciones nuevas, clásicos, puestas teatrales, humor y conexión directa con el público. Lo encaro con la ilusión de un debutante, pero con la experiencia de 30 años en la música. Y esa mezcla es explosiva.