Ansiedad cotidiana: cómo la vida acelerada impulsa el malestar emocional y físico
Vivimos ansiosos, ¿o tenemos ansiedad? Cómo diferenciar una forma de vida que nos enferma de un trastorno que necesita tratamiento.
El trastorno de ansiedad es cada vez más cotidiano en la vida moderna.
¿Te pasa que pensás que ya es el día siguiente? ¿Terminás la jornada con tantas preocupaciones que no podés conciliar el sueño? ¿Te encontrás más en modo supervivencia que en un vivir consciente? Como esto le sucede a casi todas las personas que nos rodean, se vuelve costumbre y dejamos de prestarle atención. Pero esta forma de vida trae consecuencias a las que terminamos adaptándonos: irritabilidad, impaciencia, enojos, falta de descanso, e incluso accidentes o reacciones impulsivas que no reconocemos como propias.
La vida moderna va tan rápido que no tenemos tiempo de adaptarnos, y sin darnos cuenta empezamos a vivir con una sensación permanente de “llegar tarde”, de tener que rendir más, de no aflojar nunca. A ese estado lo llamamos ansiedad; pero muchas veces no advertimos que la ansiedad no es solo una emoción: es un modo de existir que se nos pega al cuerpo.
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La ansiedad como angustia: cuando la vida se vuelve demasiado
La palabra “ansiedad” se volvió muy popular. Suena más técnica y más liviana. Pero debajo, lo que muchas veces aparece es angustia, una emoción más honda y primitiva: vacío, temor sin nombre, amenaza difusa. La ansiedad es la superficie; la angustia es la profundidad.
No siempre le tenemos miedo a algo concreto: a veces lo que sentimos es un nudo en el pecho que aparece sin aviso. Es la tensión acumulada de tantos golpes diarios: problemas económicos, exigencias laborales, vínculos complejos y expectativas imposibles. Nos angustia no saber qué va a pasar. Intentamos controlar tanto, que olvidamos que gran parte de la vida no depende de nosotros. Esa impotencia se transforma en ansiedad: la intolerancia a la incertidumbre.
El ataque de pánico: el cortocircuito que llega cuando ignoramos demasiadas señales
El ataque de pánico no es un ataque: es un mensaje urgente del cuerpo. Es como un tablero eléctrico que se recalienta y hace cortocircuito. Taquicardia, sudoración, falta de aire, despersonalización, miedo a perder el control o morir. La persona siente que algo grave está pasando, pero en realidad lo que está colapsando es la capacidad de seguir sosteniendo lo insostenible.
Muchos pacientes me cuentan que tuvieron que bajarse del subte creyendo que se ahogaban. Sí, los lugares cerrados o atestados pueden disparar síntomas; pero, en el fondo, el gatillo activa algo más profundo: la forma en que venimos viviendo como si lo normal fuera estar preocupados, agotados y estresados.
¿Ansiedad por vivir así… o un trastorno de ansiedad?
Acá aparece la pregunta clave. ¿Estoy así por mi estilo de vida o realmente tengo un trastorno de ansiedad? No siempre es sencillo diferenciarlo. La ansiedad socialmente aceptada —la “normal”— a veces tapa señales crecientes:
- insomnio
- irritabilidad
- dolores físicos
- pensamientos circulares
- agotamiento emocional
Muchas personas justifican ese estado diciendo “soy así” o “no me queda otra”. Y posponen consultar hasta que terminan en una guardia en medio de la noche creyendo que están teniendo un infarto, para luego descubrir que se trata de un ataque de pánico.
Señales de que llegó el momento de pedir ayuda
Estas señales indican que algo dejó de ser “normal”:
- el cuerpo habla antes que la mente
- no podemos descansar ni dormir bien
- el estrés se volvió forma de vida
- evitamos lugares o situaciones
- el miedo aparece sin razón
- la vida empieza a achicarse
- vivimos preocupados por el futuro
- ya no sabemos ni qué día es
- aun sin apuro, vivimos apurados
Cuando el cuerpo empieza a gritarnos, es tiempo de levantar la mano.
¿Psicofármacos sí o no? Una pregunta que pesa
Muchos pacientes llegan a tratamiento cuando los síntomas ya son tan intensos que la psicoterapia, sola, no alcanza. En esos casos, puede ser necesario derivar a psiquiatría para que una medicación permita bajar la urgencia, recuperar el sueño y estabilizar la intensidad emocional.
La resistencia a los psicofármacos es comprensible. Pero la medicación no es una derrota: es una herramienta, y en algunos casos es indispensable.
Sirve para bajar el volumen de un malestar que ya está demasiado alto como para trabajarlo únicamente desde la palabra.
El permiso para parar: licencias, descansos y bajar un cambio
Bajarse de la rueda del hámster tiene un costo emocional, laboral y social. Decir en un trabajo “necesito una licencia por salud mental” todavía es vivido como un fracaso. Tememos perder el puesto o ser reemplazados. Por eso seguimos y seguimos… hasta que todo explota. Pero pedir ayuda a tiempo evita consecuencias peores. Parar no es retroceder. Es elegir un lugar más sano para volver a empezar.
Volver a habitar el cuerpo: el camino después del susto
Superado el ataque de pánico o la crisis, empieza lo más importante: cambiar la forma de vivir. Escuchar el cuerpo. Poner límites. Ordenar prioridades. Recuperar un ritmo interno que la velocidad externa nos arrebató. Ese camino necesita paciencia, autocompasión y acompañamiento profesional.
Un ejercicio simple para momentos de ansiedad
Un recurso práctico y breve que podemos hacer en cualquier lado:
- Cerrá los ojos durante 10 minutos.
- Concentrate solo en inhalar y exhalar.
- La mente se va a escapar hacia pensamientos: es normal.
- Cada vez que eso pase, traela de vuelta a la respiración.
- Hacelo una vez al día o cuando sientas que la angustia empieza a subir.
No se trata de hacerlo perfecto, sino de sostener la práctica. La ansiedad no es solo un diagnóstico: es un mensaje. Y cuanto antes lo escuchemos, menos necesitará convertirse en un grito. Consultar a profesionales de la salud mental no es una derrota: es un acto de autocuidado que, después del caos, abre caminos más amables y auténticos con uno mismo.
