La era de la hiperconexión a través del teléfono y de otras pantallas se ofrece a su vez como la era del gran aislamiento. Esta paradoja se agudiza en el caso de los adolescentes y se vuelve un terreno fértil para el análisis de las causas y consecuencias que deja en su estructura psíquica y cerebral semejante exposición online. Hoy por hoy, el teléfono es el dispositivo que por excelencia se configuró como la puerta de acceso al mundo para los más jóvenes. Es la contraseña que desbloquea la entrada a esa constelación virtual que algunos especialistas dieron en llamar "ciberlaxia", un mundo incorpóreo.
La adicción al teléfono es una de las patologías de abordaje más reciente y sobre la que ya se han escrito tesis y ensayos. Pero, ¿cuáles son los fundamentos para estar en alerta sobre este consumo compulsivo de la pantalla? ¿Genera alguna secuela concreta en adolescentes sobre la que hay que estar prevenidos? Para algunos especialistas no hay duda sobre esto.
Como tampoco hay dudas sobre las razones del desvanecimiento de los vínculos reales y la ansiedad que genera la cultura del like internalizada a través de las redes sociales, de una notificación de tiktok o instagram que dispara una repentina atención a la pantalla. Ni hablar de la sujeción adrenalínica en los gamers que son absorbidos por la dinámica del videojuego o de un flagelo en ascenso franco como las apuestas en línea. Las pantallas capturan, retienen, concentran la atención en este caso de los más jóvenes para luego fragmentarla.
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Está claro que el teléfono y otros dispositivos no son malos en sí mismo, sino que todo depende de la magnitud del uso. Como todo, el tiempo que se pasa conectado es lo que determina los efectos y el impacto en última instancia depende de la personalidad de quien lo usa.
Adolescentes prendidos al teléfono
Alberto Trimboli, fundador de la Asociación Argentina de Salud Mental, sostiene a MDZ que "el mundo que habitábamos estaba compuesto por cosas, por objetos que podíamos tocar. Ese mundo ha comenzado a desvanecerse, y fue reemplazado por un nuevo orden digital, que a su vez redefinió nuestra forma de relacionarnos. Estamos transitando la cultura del like".
En este sentido, el auge de la comunicacion digital vino a cambiar para siempre la manera en que nos contactamos, en que dialogamos, cómo queremos que nos miren y cómo miramos, una especie de trueque de likes y comentarios que nos determinan. En el caso de los adolescentes, esta influencia es más marcada ya que su cerebro está en formación y los impulsos por la gratificación inmediata son más dominantes que el control y la regulación emocional.
"Entre los adolescentes, esta nueva cultura digital es particularmente intensa. Gran parte de su vida, su pertenencia social y sus relaciones ocurren en el plano virtual. Lo que sucede en línea, un like, una apuesta, una interacción, puede tener consecuencias psíquicas más profundas que lo que sucede en la vida física", sostiene Trimboli y agrega que "esta transformación no es neutra, ya que el diseño algorítmico de las redes digitales promueve la gratificación inmediata y la generación de condiciones optimas para la aparición de consumos problemáticos".
Qué consecuencias trae en el cerebro el uso excesivo de pantallas
Stella Maurig, psicoeducadora y especialista en tratamiento de adicciones, dice a MDZ que "el tiempo excesivo frente a las pantallas y las redes tienen diversas causa y consecuencias, y puede generar problemas con el sueño, ansiedad, depresión y problemas conductuales". Según esta profesional, la exposición sin límites a los dispositivos afecta la concentración, el rendimiento escolar, y los niveles de tolerancia.
Pero no solo afecta el comportamiento sino que también el desarrollo cerebral. "El uso excesivo de pantallas en la adolescencia no solo impacta en la conducta sino que modifica los patrones de activación y maduración cerebral", señala a MDZ Georgi Weil, un psiquiatra reconocido por su trabajo en salud mental y violencia social.
Es que en la adolescencia el cerebro está en pleno desarollo, y es extremadamente sensible a los estímulos del entorno. El uso excesivo de pantallas en celulares, videojuegos, redes sociales y streaming, activa y modifica circuitos neurales clave en plena formación del cerebro, lo que implica consecuencias estructurales y funcionales.
"Las principales secuelas son déficit de atención y multitarea crónica, ya que el flujo constante de estímulos achica la capacidad de tener la atención focalizada y provoca dispersión cognitiva", amplía Weil.
Maurig habla de que en la búsqueda rápida de recompensa los adolescentes acceden a una gratificación instantánea. "Redes y videojuegos activan el sentido dopaminérgico y eso genera dependencia y adiccion", sentencia. En este sentido, las pantallas generan una dependencia dopaminérgica al activar un sistema de recompensas como si fuera una droga.
Del consumo excesivo a la adicción digital
Las consecuencias excesivas pueden no ser determinantes pero sí dejan señales que indican que algo no va bien con el consumo digital, que es necesaria una intervención adulta para moderarla o discontinuarla en toda caso. Y las alertas más visibles se ven en la conducta, como explican los especialistas consultados por MDZ.
Maurig señala que "esto deja secuelas múltiples, aumento de la agresividad y problemas de conducta, desplazamiento de las interacciones sociales, por ejemplo hablar con alguien cara a cara, sentimiento de soledad y de aislamiento". También enumera problemas de obesidad, sedentarismo, autoestima baja, adicción y dependencia, "son síntomas similiares a la adiccion a las sustancias, al aumentar la cantidad de tiempo en las pantallas, se genera la misma adicción que las sustancias".
Trimboli también plantea un paralelismo con otras adicciones al sostener que "muchos adolescentes utilizan las pantallas como reguladores afectivos frente a la ansiedad, el aburrimiento o el malestar emocional, conflictos o ciertos padecimientos mentales previos, los dispositivos aparecen como una vía de escape inmediata, pero que puede derivar en una desconexión progresiva del cuerpo, del otro y del contexto real".
En la busqueda de recompensa inmediata, los adolescentes buscan una gratificación instantánea, rápida y esto a su vez genera nuevos niveles de frustración. Es que "aumentan las expectativas, las comparaciones sociales, la dificultad para manejar la frustración, se tiene baja tolerancia a la frustración que es una emoción. Las altas expectativas y la presión por ser feliz dificulta la gestión de la frustración, se tiene ira y enojo y retraimiento ante situaciones frustrantes", explica Maurig.
"La exposición excesiva a pantallas o las adicciones digitales no deben ser concebidas como enfermedades en sí mismas, sino como respuestas sintomáticas ante un sufrimiento psíquico que las precede. El consumo problemático, en este sentido, no es el inicio del padecimiento (como se suele creer), sino su manifestación. Por eso, el objetivo terapéutico no puede limitarse solo a eliminar la conducta o el objeto, (como suele hacerse erróneamente con los consumos de drogas), sino a intervenir sobre las coordenadas que la sostienen: la historia subjetiva, los vínculos familiares, los modelos culturales, los duelos no tramitados y las carencias simbólicas que estructuran el malestar", reseña Trimboli.
Un drama de época, las apuestas on line
En esta época de hiperestímulos digital, los adolescentes están cercados por una tentadora cadena de ofertas digitales en las que suelen caer sin reparos. Entre estás destacan las apuestas on line que se configura como uno de los flagelos que más preocupa hoy día. Si bien este tema no tendrá la extensión que merece en esta historia, es uno de los problemas que más gravita en el entorno digital y que convoca a la atención y abordaje de los especialistas.
"Es necesario dejar de utilizar etiquetas estigmatizantes como “ludopatía”, especialmente cuando se trata de niños y adolescentes que están en plena evolución de su aparato psíquico. Los consumos problemáticos, sean de sustancias o de comportamientos, deben comprenderse como síntomas que expresan un sufrimiento subjetivo, y no como diagnósticos cerrados. Por lo general se suele decir que el juego online o el consumo excesivo de pantallas produce aislamiento, depresión, ansiedad, etc. No es así, la situación de malestar o conflicto previo, es decir un padecimiento mental previo, es el terreno predisponente que puede llevar a los consumos problemáticos en entornos digitales", argumenta Trimboli para desmarcarse de ciertos enfoques de sus colegas.
Para Trimboli, enfocarse únicamente en las apuestas online sin tomar en cuenta el gran abanico de situaciones relacionadas con el uso de tecnología sería un grave error. Reducir el problema al dinero apostado o a una conducta visible, implicaría dejar de lado "la pérdida de autonomía psíquica y los riesgos que encierra el mundo digital. Existe una percepción generalizada de que lo peor que puede suceder en estos entornos es perder dinero en una apuesta, pero esa situación representa solo una mínima fracción de los riesgos digitales actuales".
Este mal viene acompañado de otros que lastiman por igual la psiquis en formación de los más jóvenes. Por ello es necesario anticiparse a la profundización de estas calamidades y estar alertas a las señales de la conducta. Entre otros riesgos que acechan en el universo digital figuran: consumo compulsivo de redes sociales o videojuegos (con o sin dinero), exposición precoz o no consentida a contenido sexual o violento, ciberacoso, grooming, sextorsión, discursos de odio, violencia simbólica, incitación a la discriminación, difusión de fake news o teorías conspirativas, compra de drogas o armas en plataformas encriptadas, uso problemático de apps de citas por menores, trata de personas facilitada por redes sociales, vigilancia invasiva, robo de datos personales, creación de identidades falsas con fines de manipulación, e interacciones riesgosas con inteligencias artificiales. En fin, la lista es interminable y afín al daño potencial que las nuevas posibilidades tecnológicas generan.
Radiografía del uso adolescente del celular en Mendoza
Un reciente informe de la DGE reveló que el 95,7% de los alumnos de la escuela secundaria usa el celular y que de ese porcentaje un 97% tiene un teléfono solo para sí. En su mayoría, un 90% manifiesta que prioritariamente lo utiliza para enviar y recibir WhatsApp, también para la búsqueda de información (84%), más de la mitad de la muestra refiere utilizarlo como cámara de fotos o para ver videos (59 y 56%), como así también para la participación en redes sociales (54%).
El informe amplía: "Sobre la relación que los chicos tienen con su celular los datos nos indican que el 83% lo lleva consigo a todos lados y el 33% dice que lo tiene encendido las 24 horas. En este punto es para destacar que el 28% refiere utilizarlo de lunes a viernes entre 3 a 5 horas diarias, el 18% entre 5 y 7 horas y el 18% restante 7 horas o más. Si este dato lo relacionamos con la respuesta acerca del uso que hacen los jóvenes durante los fines de semana, vemos que casi la mitad manifestó usarlo más tiempo aún. Vemos entonces que el 68% usa el teléfono al menos 3 horas diarias entre semana, y que el tiempo frente a la pantalla es aún mayor los fines de semana".
En este sentido, este amplio uso del teléfono impacta en hábitos tan elementales y cruciales como la alimentación y el sueño: "El 36% de la muestra refiere usarlo mientras desayuna, almuerza o cena. Con respecto a los problemas con las horas del sueño, el 45% manifiesta tener problemas algunas veces, el 7% casi siempre y el 3% siempre, es decir, que el 55% de la muestra reconoce tener dificultades con el sueño debido al uso del celular".
También se da una relación compulsiva en el vínculo con el teléfono que impacta en la atención de los chicos. "El 59% de la muestra dijo que suele mirar el teléfono aunque no suene. Este dato es interesante si lo relacionamos con los porcentajes de cada cuánto tiempo se observa el teléfono. El 35% dice que lo mira cada 10 minutos o menos y el 40% cada 15 ó 30 minutos, es decir, en menos de media hora el 75% vuelve a mirar el teléfono. Esto nos da una medida de la afectación de la atención por el uso de los dispositivos".
Sobre las apuestas on line, un 21% reconoció haber tenido alguna participación en estos juegos. Sobre la edad de inicio en el uso del teléfono, del total de las familias consultadas por la DGE, un 67,5% reveló que sus hijos comenzaron a utilizar el celular entre los 10 y los 13 años. En tanto, una encuesta de UNICEF ubica en los 9 ,6 años el promedio de inicio con el uso del teléfono en los niños de todo el país.
Ciberlaxia y teléfono
En conclusión, estos datos arrojan que para los adolescentes el celular no representa una herramienta complementaria, sino una verdadera forma de iniciación cultural, a través de la cual se accede al mundo, al entretenimiento, al lenguaje, a los consumos, a los vínculos y hasta el deseo. El teléfono no es ni malo ni bueno en sí mismo, lo que se debe monitorear y revisar es el tiempo que los adolescentes pasan conectados. Como dice Trimboli mal se haría si lo que se pretende es prohibir su uso, pero sí es importante inculcar buenos hábitos de consumo digital.
La revolución digital ha transformado nuestra manera de vivir, vincularnos, aprender y trabajar. Y en el caso de los adolescentes ha acelerado el tiempo y adelantado la edad de contacto con la constelación digital, con la ciberlaxia que encierra sus riesgos. Pero, ¿qué es la ciberlaxia? Según Trimboli, es un concepto acuñado para "referirnos a un estado de baja percepción del riesgo en entornos digitales: una actitud despreocupada, ingenua o desregulada frente al uso de redes sociales, plataformas de juego, mensajería, comercio electrónico o inteligencia artificial. Proviene del prefijo “ciber” (relativo al entorno digital) y “laxia”, del latín laxus, que significa relajado o descuidado". Por eso antes que prohibir lo mejor es vigilar y estar atentos para prevenir.