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Sanidad en Malvinas: otra batalla que Argentina ganó en la guerra

Un nuevo 2 de abril, 43 años después el homenaje en MDZ a los puestos de socorro de la sanidad de la Fuerza Aérea Argentina en las islas Malvinas
El buque hospital Almirante Irízar. Foto: Gentileza
El buque hospital Almirante Irízar. Foto: Gentileza

"En Malvinas estábamos, por lejos, en mejor situación que los ingleses", dice Fernando Espiniella, ex Jefe de Sanidad durante el conflicto. Y no lo dice con soberbia, sino con la claridad de quien lo vivió todo desde adentro. Silvia Barrera, instrumentadora quirúrgica del buque Almirante Irízar, lo confirma con una anécdota que pinta el panorama: "Cuando nuestros pilotos bombardearon sus barcos, en uno de ellos venían los cirujanos y el hospital móvil que se iba a desplegar en tierra. Entonces, cuando llegaron, los ingleses no tenían hospital ni médicos y terminaron en un galpón viejo que había sido un frigorífico de pescado". Camillas improvisadas con caños, paredes que se caían a pedazos apenas cubiertas por lonas, y pisos de tierra que abrían paso a las infecciones. En ese contexto, la sanidad argentina logró sacar ventaja.

Sin saber cómo estaba equipado el enemigo pero con la firme convicción de que habría una guerra, el Mayor Fernando Espiniella —entonces de 43 años— se adelantó a los hechos y montó un hospital de campaña en las mejores condiciones posibles. Aprovechó una escuela abandonada en Puerto Argentino. "Tiempo después nos enteramos de que los ingleses lo tiraron abajo porque no querían nada que fuera argentino. Pero eso quedó como un hospital excepcional, uno mejor que el que tenían los civiles", recuerda, con pena.

Los pacientes eran asistidos por médicos, enfermeros y camilleros en cuclillas o sentados. Las camillas y los camastros eran de patas cortas.

El Ejército había identificado la escuela apenas 48 horas después del primer arribo a la isla. Aunque el edificio no estaba habilitado por fallas estructurales, contaba con tendido eléctrico y los requisitos sanitarios necesarios para establecer salas de internación y quirófanos asépticos. Las tres fuerzas coincidieron: allí funcionaría la Sanidad Conjunta, por donde pasarían más de 1.500 heridos de guerra. El lugar contaba con ocho mesas quirúrgicas —seis de ellas eran muebles de cocina cubiertos con sábanas estériles—, un equipo de 34 profesionales entre médicos, bioquímicos, enfermeros y camilleros, además de un laboratorio y un banco de sangre armado con dos heladeras familiares. Sobre este último punto, Espiniella confiesa entre risas: "Ésta la dije después de 30 años del hecho, porque si hubo un acto penal, ya prescribió". Y explica: "Fue una maniobra comando. Esas dos heladeras fueron un robo a la casa del Gobernador".

Evacuación nocturna hacia el aeropuerto en una ambulancia de la FAA.

Pero el hospital no era el único eslabón en la cadena de evacuación sanitaria. Una vez estabilizados, muchos heridos eran trasladados a centros de mayor complejidad en el continente a bordo de los Hércules C-130. Bastaba escuchar "Flaco, dentro de 30 minutos llega una lata", para que se activara el protocolo. Cargaban a los heridos en ambulancias que recorrían a 60 km/h los 18 minutos —cuidadosamente cronometrados— que separaban el hospital de la pista. "Cuando yo llegaba, el Hércules estaba aterrizando y tenía que seguirlo, porque daba vueltas para acomodarse para el despegue. Debíamos ser rápidos, porque el avión no espera y no apaga motores. En ese momento, era un ‘tiro al pichón’ para los Harrier", cuenta Espiniella.

Grupo de Sanidad de la FAA que arribó a Puerto Argentino el 11-IV-82. Parados: My. R. Stvrtecky, !er. Ten. A Fernández, My. J. Martin (+), 1er. Ten. F. M. Abos. Agachados S. Aux. C. Ortiz (+), C. P. M. Lucarelli, My. F. Espiniella

Pero ni así alcanzaba. Por eso, en el mar, el Almirante Irízar funcionaba como un segundo frente sanitario: operaba de noche y recibía heridos durante el día. Al principio, los traían en helicóptero. Pero cuando el clima se volvió más hostil y el combate más crudo, comenzaron a llegar en dos barcos pesqueros pintados de negro y equipados como ambulancia. "Para el herido, su única esperanza era caer en el buque, porque el hospital ya estaba colapsado", recuerda el camillero Omar Acosta.

El Conejo Alado en Operaciones (mascota virtual de la Sanidad Aeronáutica en Malvinas) y a su lado J. Martin y F. Espiniella.

En el agua, la diferencia entre ambos bandos no era tan marcada. Tanto el Uganda, barco británico, como el Irízar, contaban con buen equipamiento e incluso la misma cantidad de instrumentadoras quirúrgicas. "Lo único que nos faltó fue el agua. El buque tiene un sistema de reciclado que no daba abasto con la cantidad de heridos. Lavar el instrumental era un gasto enorme. Por eso, los dos últimos días no nos dejaron bañarnos", cuenta Silvia Barrera, una de las seis instrumentadoras quirúrgicas argentinas a bordo. A pesar de su rol técnico, la urgencia la obligó a asumir nuevas tareas: también curaba, como enfermera. "La situación era difícil de controlar, porque los soldados nos veían y querían que nos quedáramos a escucharlos. Como éramos mujeres, querían contarnos de sus mamás, sus hermanas o sus novias. Pero no podíamos, teníamos que seguir atendiendo", explica quien hoy es la mujer más condecorada de las Fuerzas Armadas.

El Hospital Militar Conjunto de Puerto Argentino. Era una escuela de material no inaugurada por defectos en la construcción. Tenía electricidad y artefactos sanitarios en completo funcionamiento.

Pero el humanismo en la guerra no se limitó al rol femenino. Cruzó jerarquías, edades y especialidades. "Llegué a lavarle la cabeza a un soldado. Tenía tanta grasa que el jabón se le cortaba", cuenta Claudio Estigarribia, camillero del buque con apenas 18 años. "Algunos llevaban 50 días sin bañarse, entre el frío y el barro. Pero siendo joven, tenía que ayudar. Ellos venían de una guerra. Todo lo que podíamos hacer, era poco", dice con humildad.

Helipuerto del HMC a 300 ms. del edificio.

La sangre, el elemento crítico de la guerra

Al principio, la sangre llegaba por aire en los Hércules C-130: 33 vuelos desde el continente. Pero a medida que aumentaba el combate, los insumos ya no alcanzaban. "Una noche que no teníamos sangre, Roberto Stvrtecky, Alberto Fernández y Fernando Espiniella la fueron a buscar en un gomón fuera de borda, en medio de un ataque naval. Se subieron al Bahía Paraíso por las escalinatas mientras el barco se movía. Era una locura. Pero volvieron", cuenta Gustavo Funes, uno de los primeros camilleros que pisaron Malvinas. Tres días después, Espiniella recuerda: "El día 13 se nos estaba acabando, así que le sacamos sangre a dos o tres voluntarios de los que se replegaban, para poder seguir operando".

Helipuerto del HMC a 300 ms. del edificio.

Mientras tanto, en el Irízar y el Bahía Paraíso, la situación era similar, aunque con una ventaja adicional: el contacto con la Sanidad británica. En el norte de las islas se estableció una zona neutral, conocida como la caja de la Cruz Roja, donde los barcos hospital de ambos bandos podían intercambiar recursos. "Hubo momentos en que se quedaron sin sangre y mandaron su helicóptero. Nosotros les dimos eso y plasma de nuestros soldados, además de antibióticos, porque tenían muchos quemados de los cruceros que nuestros pilotos habían hundido", cuenta Silvia Barrera sobre las más de 100 donaciones de sangre argentina que salvaron vidas británicas.

* Lupe Batallán. Conferencista y escritora

IG. @lupebatallan