Una campaña nacional busca reconocer a los grandes docentes

Cada día más de 12 millones de estudiantes argentinos llegan a su escuela para encontrarse con sus docentes. Sucede en las grandes ciudades y en los parajes más remotos del país. Allí, un gran docente, va reconociendo con pericia lo que cada estudiante es capaz de ser y termina transformando su vida. Es una hazaña silenciosa que marcará su vida y la de su comunidad.
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Por eso, desde Fundación Varkey y numerosas organizaciones aliadas llevan adelante la segunda campaña de vía pública que busca concientizar sobre la importancia de la tarea docente con historias y rostros reales. Gracias a una convocatoria donde la sociedad puede “nominar” a un gran docente, más de 350 personas escribieron nombres de maestros y maestras que marcaron sus vidas. Un comité eligió a cinco finalistas cuyos rostros pasarán a formar parte de miles de espacios en vía pública, en septiembre, durante el mes de la educación.
El año pasado, en su primera edición realizada junto a Diario Digital MDZ, la campaña alcanzó a 20 millones de personas. El objetivo de la iniciativa es que toda la sociedad reconozca la tarea de los maestros. Los ganadores del reconocimiento de este año son: Analía Verónica Mujica, de Santiago del Estero; Domingo Suárez, de Buenos Aires; Gloria Cisneros, de Chaco; Sabrina Agüero, de Mendoza; y Victor Daniel Vallejo, de Salta. Ellos fueron nominados por estudiantes, exalumnos, colegas, familiares, y vecinos.
Agustín Porres, director regional de Fundación Varkey, expresó: “Llevar historias docentes a la vía pública, donde están las grandes marcas, las grandes figuras del deporte y el espectáculo, es una excusa para volver a hablar del gran trabajo docente. Es clave que volvamos a reconocer su talento y que seamos conscientes de la necesidad que tenemos de acompañarlos como sociedad".
Las cinco historias de los docentes destacados
- Analía Verónica Mujica (Santiago del Estero, ejerciendo en CABA)
Analía descubrió su vocación en la secundaria mientras ayudaba en un hogar para niños con discapacidad. Se sentía cómoda pero al mismo tiempo movilizada. Oriunda de Añatuya, Santiago del Estero, se trasladó a la ciudad capital de la provincia para estudiar el profesorado en Educación Especial. Pudo hacerlo gracias a una beca que le facilitó la Fundación San Felipe. “Mi situación familiar no me hubiese permitido estudiar nada”, aclara.
Con apenas 19 años comenzó a trabajar en una escuela como maestra auxiliar con chicos con dificultades de aprendizaje. Y desde ahí no se detuvo: una vez recibida trabajó en Añatuya, luego se trasladó a Córdoba para ejercer en un centro terapéutico. En el camino continuó capacitándose, obteniendo postítulos y se recibió de licenciada en Gestión Educativa. Este año asumió como directora del Instituto Liwen A-1114, una reconocida escuela de Educación Especial en el barrio de Boedo, Buenos Aires. Allí trabaja hace más de 10 años.
“Es poner el cuerpo y el corazón todos los días”, afirma Analía. No lo dice cansada pero sí preparada para defender el proyecto de vida de cada uno de los 144 estudiantes que van a su escuela. Entre sus mayores desafíos está la búsqueda de trabajo para sus alumnos. “Si para una persona es difícil conseguir trabajo, para nuestros alumnos es el doble”, afirma. También acompaña muy de cerca a las familias, muchas veces cansadas de luchar con tanta burocracia.
“Debemos renovar todo el tiempo el por qué estamos educando para que no se nos olvide”, expresa Analía. Ella está convencida de que la educación transforma vidas. A sus 36 años siente que su camino recién empieza. Entre sus anhelos está el de poder devolver las oportunidades que recibió y realizar un Doctorado.
- Domingo Suárez (Buenos Aires)
Domingo trabaja desde chico en la carnicería familiar. A los 11 años tuvo su primera ocupación afuera, en un taller de chapa y pintura de autos. Aún estaba en primaria. En el 2001, y ya con 19 años, decidió empezar el secundario de noche, porque necesitaba seguir trabajando. Recuerda que tuvo dos motores: su abuelo, quien le transmitió que “sin sacrificio no se consigue nada”; y su mamá, quien fue maestra y soñaba con que sus hijos terminaran el secundario. Domingo es el único de cinco hermanos que lo pudo terminar. Y fue por más. Con 22 años se anotó en el profesorado gracias a una convicción: “Sentía que desde la escuela tenía la posibilidad de llegar a mayor cantidad de personas para cambiar su realidad”. Hace 16 inició su carrera docente en la EEM 4, Norma Colombatto. Hoy es director de nivel secundario en la escuela Sagrado Corazón de Villa Celina y profesor de economía y administración en dos escuelas públicas, una en Villa Lugano y la otra en Villa Soldati.
“A mí la educación me permitió cambiar mi realidad, el camino es la escuela”, afirma Domingo. También la escuela le dio su primer empleo formal: hoy se desempeña en comunidades donde siente que puede sumar y los anima a seguir adelante. “Ayer vino un alumno a decirme que se recibió de abogado”, cuenta emocionado. Una de las docentes que lo acompañaba en una ocasión, se sorprendió de su forma de hacer y comprender a la comunidad; de cómo conocía a sus estudiantes y reconocía a sus colegas. Esa docente lo nominó a este reconocimiento.
“El docente debe ser esperanza”, afirma Domingo. Al preguntarle sobre la escuela que desde hace un año dirige, destaca al equipo de docentes que “se pone la camiseta” y no dudan en sumarse a toda iniciativa. Domingo defiende la educación porque sabe que es la forma de transformar vidas, y así lo hace él cada día.
- Gloria Cisneros (Chaco)
Gloria Cisneros tiene 38 años. Viaja 2 horas en moto desde Taco Pozo, donde vive su familia, para llegar a la escuela N 793 "Don Carlos Arnaldo Jaime". Hace 8 años lleva esta vida: los lunes, después de completar la documentación de la escuela, sale con su moto Motomel 150, carga lo que haga falta -productos limpieza, útiles, quizás algo de comida- y emprende viaje. Los vecinos de su pueblo le dicen que arriesga mucho por poco. Y es que para ella vale la pena todo el esfuerzo. “A mí no me importa el reconocimiento”. Sin buscar llamar la atención se gana los corazones de todos. En su escuela del paraje La Sara en el impenetrable chaqueño, ella dirige, enseña, limpia, genera comunidad, y mucho más.
No hay agua potable porque allí el agua es salada. Consiguió que una empresa de la zona les done el agua. No se acostumbra a depender de nadie. Prefiere arremangarse, salir al encuentro. Así logró escolarizar a todos los chicos de los parajes que comprende su escuela. Los fue a buscar. Son 15 estudiantes, que van de primero a séptimo grado. Y a todos les encontró una beca a través de una ONG. Pero no solo a ellos sino a unos 35 estudiantes más que viven en Taco Pozo.
Ella fue la primera camada en recibirse de maestra en Taco Pozo; luego de trabajar unos pocos años cerca de su casa, le llegó el pedido. Aunque tenía 9 ofertas de mayor comodidad, Gloria se aventuró. La primera vez viajó con su esposo en medio de una lluvia imparable y tardó 10 horas en llegar.
De lunes a viernes Gloria duerme en la escuela. Se acuesta cuando baja el sol por la soledad. La escuela cuenta con wifi y luz gracias a paneles solares. Antes de que amanezca Gloria ya está despierta. “La hora de entrada es 7.45 pero a muchos los traen a las 7”. A pesar de que a las 12.45 terminan, Gloria armó un contraturno que compite en nivel de actividad con la mañana: recibe a niños de 3 a 5 años como “oyentes” todos los días durante dos horas. ¿Qué significa ser “oyentes”? Aprender a leer y escribir. Así cuando llegan a primer grado están listos. En su escuela, la tragedia educativa no golpea. Ella le cierra la puerta. También por la tarde recibe a los estudiantes de la mañana separados en tres ciclos para profundizar, reforzar, y que sigan aprendiendo durante dos horas adicionales.
Gloria habla de la “necesidad de superación” de los chicos del impenetrable. “Ellos deben saberse capaces”, afirma. Y nunca pierde de vista a las familias. Se hace el tiempo para hacer las “visitas domiciliarias” y cuidar así a la comunidad.
Sus hijos terminaron la primaria en su escuela rural, subiéndose a la moto. Hoy uno cursa la secundaria en Taco Pozo y su hija estudia Ciencias de la Educación en Salta. Su esposo la sigue esperando cada fin de semana para aprovecharla unas horas hasta que le toque volver a la escuela.
- Sabrina Agüero (Mendoza)
Sabrina jugaba a ser maestra desde chica. Fue creciendo y ver el progreso en los más pequeños le llamaba la atención. Aunque le decían que el amor por los niños no era motivo suficiente para ser maestra jardinera, ella se aventuró.
Una de sus primeras experiencias fue en "Guardería en Vendimia" de una Bodega, a donde iban hijos de trabajadores golondrina de las fincas. Le encantó. Allí comenzó su paso por la ruralidad, donde aún hoy pisa fuerte. “Ya voy por los terceros hijos de algunas familias”, cuenta Sabrina sobre el jardín JIE 0-061 de Tres Porteñas, Mendoza. Ella está en sala de 5 y sus primeros alumnos, allá por 2017, hoy cursan séptimo grado. “Son niños y familias muy agradecidas, muy respetuosas, que disfrutan de estar en el jardín”, expresa.
Ella también lo disfruta e intenta ser un niño más, que enseña y aprende. En su clase todos son exploradores, investigadores, y toman notas de campo. “Tenemos que creer en ellos porque tienen una capacidad enorme de aprender”, afirma. Y sabe que esos años no se recuperan. Por eso, a través del juego, del aprendizaje basado en proyectos, busca desarrollar en ellos las herramientas necesarias para que sean críticos, para que puedan defenderse. “Quizás no puedo cambiar el mundo pero puedo cambiarle el día, la vida, a mis niños”, dice. Y sabe que a través de los niños llega también a las familias.
Sabrina está estudiando una especialización en Ciencias Naturales para seguir enriqueciendo sus clases. Pero no solo enriquece las propias, a través de una cuenta de Instagram que abrió hace unos años, 25 mil seguidores disfrutan del material que diseña y comparte gratuitamente. “Cuando empecé a estudiar no tenía muchos recursos y no sabía de dónde sacarlos”. Por eso abrió la cuenta. Es una caja de recursos con material descargable gratuito para quienes estudian o ejercen la docencia y también para las familias.
Con canciones, rimas, cuentos y adivinanzas Sabrina se dedica a alfabetizar a estos niños que salen del jardín queriendo volver y que no entienden si su maestra falta. Tiene 36 años, 3 hijos y está en el jardín que siempre quiso estar.
- Víctor Daniel Vallejo (Salta)
Víctor tiene 42 años y vive con su esposa Marisa y sus dos hijos, Mateo y Noor. Reparte su tiempo entre tres escuelas secundarias: en una es director, y en las otras dos, que comparten edificio, es docente. En el turno noche, el secundario al que va a dar clases es para adultos. Trabaja en su ciudad natal, General Güemes, y en el pueblo de Cobos.
“Me gusta la economía, pero me apasiona la educación”, confiesa Víctor. Después de terminar el profesorado hizo una licenciatura en Gestión Educativa y una maestría en Dirección de Centros Educativos. Imparte materias que van desde economía, administración y sistemas de información contable hasta microemprendimientos. También se desempeña como tutor en el Instituto Nacional de Formación Docente. Es que a Víctor le quita el sueño el proyecto de vida de sus estudiantes. Y lo impulsa desde sus clases: “aprender a administrar nuestra propia vida, definir objetivos, saber proyectarnos y transmitir la posibilidad de que se puede, que hay que soñar en grande y esforzarse por alcanzar esos anhelos”. Víctor también soñó, se postuló a una beca Fullbright y la ganó. Así pudo ir a Estados Unidos a capacitarse.
Las comunidades donde trabaja Víctor son vulnerables por eso se llena de alegría al contar que muchos de sus egresados ahora están cursando carreras terciarias y universitarias. “Algunos son los primeros profesionales en su familia, incluso a veces vienen a hacer las prácticas a nuestro colegio”, señala Víctor. Eso sucede en el secundario Libertad Latinoamericana. “Gestionar es hacer que las cosas buenas sucedan”, afirma Víctor y como director impulsa un lema para trabajar junto a toda la comunidad. Este año se enfoca en la educación como inversión. Así quiere que lo vean las familias, los estudiantes y todo el que ingresa a su escuela. Porque está convencido de que la educación es el camino para “construir un futuro deseable y posible”. Él lo vivió en carne propia: es hijo de un plomero y una ama de casa que lo alentaron a estudiar con mucho esfuerzo.
“Él fue mi inspiración para terminar el secundario”, dice una egresada que logró finalizar sus estudios con cuatro hijos. Hoy estudia psicopedagogía. Allí Víctor les da herramientas y los anima a seguir adelante.